Alberto Fernández derrocha optimismo sobre una sociedad ultra pesimista

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Nota cextraída de TN por Marcos Novaro

Si el Presidente en serio piensa que “encontramos la senda del crecimiento” no va a hacer el mínimo esfuerzo para buscarla, y seguirá cometiendo los mismos errores que hasta aquí

En su mensaje navideño el presidente quiso superar a Menem y a Kirchner: dijo que “vamos bien y vamos a estar mejor”, ni siquiera admitiendo problemas de la dimensión de los que evocaba el riojano cuando sostenía, en tiempos de la hiperinflación, que “estamos mal, pero vamos bien”; y anunció que el “crecimiento de 2021″ va a rondar el 10%, arrogándose el mérito de estar rompiendo las marcas alcanzadas en su momento por el santacruceño.

¿Hacía falta tanto autobombo? Alberto tal vez no lo advierta, pero cuando se muestra tan desconectado del ánimo colectivo, ahonda el abismo que lo separa de los ciudadanos. Una grieta que no dejó de crecer durante el año que termina: le pasó con las vacunas, con la inflación, con el acuerdo con el FMI, con las mismas elecciones, en todos esos terrenos y muchos más confió en que las cosas iban bárbaro, y terminó el año sin poder mostrar a sus gobernados un solo resultado favorable.

¿Cómo no van a estar estos entonces ganados por el pesimismo y la decepción? ¿No sería ya la hora entonces de que el presidente cambie de enfoque, advierta y nos advierta sobre las dificultades concretas que tenemos por delante, y se anticipe a ellas en vez de desayunarse siempre tarde?

Ahora adelanta, encima, que 2022 será “el año de los grandes acuerdos”. No logra ponerse de acuerdo siquiera con el jefe de su bancada de diputados para que le consiga un presupuesto, nadie sabe cuándo ni cómo podrá acordar con el Fondo, después de dos largos años de perder el tiempo en vaguedades, no habla ya siquiera con la oposición, lo hace muy poco con los empresarios y con el periodismo independiente, pues con todos ha roto lo poco de diálogo y confianza de que pudo disfrutar en su primer año de mandato, ¿y pretende hacer verosímil una promesa tan traída de los pelos sobre la inminencia de una época de consensos y colaboración? ¿Por qué siquiera lo intenta?

Tal vez porque lee las encuestas, y ve que eso es lo que espera la audiencia, así que trata de proporcionárselo. Pero debería también leer la parte donde se ilustra, con porcentajes impresionantes, la falta de confianza en que algo de eso vaya a suceder, al menos mientras él esté en funciones.

Esos guarismos se repiten en absolutamente todos los sondeos, y no dejan lugar a dudas: existe una amplia mayoría en nuestro país que no solo ve un futuro colectivo bastante negro, sino directamente horrible. En verdad, entre nosotros el pesimismo le viene ganando al optimismo hace ya unos cuantos años.

Lo que pasó en los últimos tiempos, más precisamente desde que empezó la pandemia, y sobre todo desde que fallaron las políticas oficiales para contenerla, y con ellas se agravaron los problemas económicos, fue que las expectativas terminaron de pincharse, y caímos en una suerte de pozo anímico. Y ahí estamos, con poca o ninguna gana de que nos vendan buzones.

Ese ánimo, que podríamos denominar hiperescéptico, porque no es solo pesimista, es además y ante todo desconfiado, tiene un costado bastante razonable: a diferencia del de Alberto, al menos del Alberto que habla, se basa en una visión bastante realista de lo complicado que va a ser superar los problemas que nos aquejan, económicos, sociales, de todo tipo; y en una percepción también módica de los recursos colectivos, políticos e institucionales en particular, con que contamos para hacerles frente.

No hay grandes líderes que generen entusiasmo, no hay un gran relato, faltan hasta mini relatos que den ánimo al menos a las tribus; no es raro por eso que el personaje más entretenido de la política contemporánea sea un lunático que despotrica e insulta a todo el mundo.

Pero tiene otro costado, que es la contracara de lo anterior, y no está tan justificado: la sensación de frustración es tan maciza y generalizada, se distribuye tan ecuménicamente entre ricos y pobres, oficialistas y opositores, peronistas y no peronistas, que nos dificulta reconocer las ventajas de la situación en que nos encontramos.

Ante todo el hecho, por demás relevante, de que precisamente gracias a esa disposición “realista” tal vez tengamos esta vez más chances de no equivocarnos. También, conectado con lo anterior, parece haberse extendido el cansancio con las fórmulas trilladas para proveernos falsas certidumbres.

El 24, en una nota “periodística” bastante ridícula, y además de ridícula extemporánea, un medio oficialista se ocupó de bajar línea a sus seguidores más fieles con “tips” para “ganar las discusiones políticas en las reuniones familiares”. El tipo de pavadas que circulaba hace unos años.

No se uds., pero yo al menos atravesé la mesa navideña haciendo cosas más útiles y estimulantes. Y me da la impresión de que fue algo bastante generalizado: poco y nada se habló en la ocasión de Alberto, Cristina y gente y temas por el estilo, después de un año larguísimo y saturado con su presencia. Si empezamos 2022 con una dosis menor de todo eso en la sangre ya alcanza para ser optimistas. Temas relacionados:Opinión