miércoles, abril 24

Alberto Fernández, en el laberinto de la cuarentena

0
434

Nota extraìda de La Naciòn por Carlos Pagni

martes 28 de abril de 2020 8:22

La cuarentena se va transformando en una especie de laberinto del que es difícil salir.


Alberto Fernández, en el laberinto de la cuarentena


Habría que empezar señalando dos realidades que no son universales, ni se plantean siempre, ni son inevitables, pero que son frecuentes y, en general, contraintuitivas.

Se supone que en los momentos de gran estrés, cuando predomina el miedo, como predomina en general en los políticos que están al frente de países en medio de una pandemia, los funcionarios, los dirigentes, mejoran, se vuelven más racionales, su pensamiento es más estratégico. Y suele suceder al revés.

Sucede que, como somos seres humanos, cuando actuamos presos del miedo, nos volvemos más primitivos, nos aferramos a nuestra caja de herramientas más arcaica y, en general, nos volvemos más torpes.

Hay otra intuición que queda desmentida, y es que en las grandes crisis se suspende la política entendida como “lucha por el poder”. Y no necesariamente es lo que pasa. Leeríamos probablemente mal la realidad si pensamos que hoy los políticos han depuesto su competencia en la búsqueda o conservación del poder, en aras de un objetivo más trascendente, general. A uno le gustaría que fuera así, pero suele no serlo. La política sigue siendo la política, en cualquier circunstancia.

Mandan, como siempre, las encuestas. Acaba de conocerse un estudio de la consultora Poliarquía, que indica que ya en la cuarta semana de investigación cayó la preocupación de la gente respecto del coronavirus. Hace un mes, un 70% de los consultados estaba muy preocupado, y ese porcentaje descendió la semana pasada a un 55%.

También disminuye la aprobación al Gobierno en siete puntos y la aprobación al Presidente en cuatro puntos. Alberto Fernández igual está en niveles exorbitantes de adhesión pública. Hay que ir mucho tiempo atrás para encontrar un nivel de consenso tan marcado alrededor de una figura, probablemente nos encontraríamos con Néstor Kirchner en 2004, un año después de acceder al poder y con una economía extraordinariamente rutilante. Fernández está en esa luna de miel con la gente, pero una luna de miel que empieza a resentirse.

Retrocede muy lentamente en esta encuesta de Poliarquía la decisión del público de sostener la cuarentena, el aislamiento, y empieza a subir una preocupación que muchos dirigentes traen desde hace tiempo, y que planteaban como una voz solitaria en el desierto, que es la del costo económico que tiene esta estrategia sanitaria.

Ese costo le pega más a los trabajadores independientes, mucho más a los trabajadores informales y castiga sobre todo a los más pobres, que son los que necesitan salir todos los días a trabajar para comer. Son los que no tienen capacidad de armar un stock y vivir encerrados durante varias semanas.

Frente a este panorama, es obvio que el Gobierno empieza a pensar cómo administrar la salida. Racionalizar el descongelamiento de la cuarentena es mucho más difícil que encerrar a todo el mundo y controlar que en la calle no se mueva nadie, que es una operación para cuyo éxito se necesita poco esfuerzo administrativo y poca coordinación.

La primera demostración que tuvimos de las dificultades para administrar la salida ocurrió aquel viernes en que se permitió a los jubilados, junto con los beneficiarios de programas sociales, ir a cobrar a los bancos y se armó una batahola, un momento muy doloroso que podría haber conducido a un desastre.

Ahora estamos en circunstancias similares y aparece, a raíz del descongelamiento de la cuarentena, el primer conflicto político por una decisión del Presidente, no sabemos si mal comunicada o adoptada con picardía política.

No queremos abrir un juicio de valor porque no conocemos la intención, pero sí tenemos la información de lo que piensan los actores. De hecho, Fernández anunció que los jóvenes podían salir durante determinado tiempo. Y, en los grandes centros urbanos, donde la liberación de la cuarentena se posterga más, donde más rígida es esta medida, los gobernadores de Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe y el jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, se mostraron extraordinariamente preocupados sobre cómo van a administrar esa flexibilización.

No hubo comunicación entre Alberto Fernández y Axel Kicillof, que fue el primer preocupado, y quien luego habló con el Presidente. La comunicación entre Fernández y Kicillof parece ser muy deficiente en muchos temas, por ejemplo, en el control de precios en manos de los intendentes del conurbano. Ahora se vuelve a producir un malentendido.

Los gobernadores dijeron que jamás escucharon que Fernández iba a anunciar la liberación de la cuarentena para jóvenes que quisieran salir de sus casas. Lo cierto es que tuvieron que ponerse de acuerdo Omar Perotti, Juan Schiaretti, Horacio Rodríguez Larreta y Axel Kicillof para anunciar que mantenían la restricción.

Ellos están enojados porque presumen que les toca ser la cara antipática, desagradable de una medida de Alberto Fernández, que se reserva para sí la simpatía. Podríamos mirarlo más ampliamente. Daría la impresión de que el mensaje del gobierno nacional es: “Yo te cuido, evito que te enfermes, y ahí donde hay más riesgo de enfermedad, que es cuando se empieza a descongelar la cuarentena y la gente a salir a la calle, la responsabilidad es de los gobiernos locales”.

Pero también Fernández puede decir. “Sí, la medida de meter a todo el mundo en sus casas se puede tomar desde la Casa Rosada, pero cómo administrar la circulación de las personas por las calles es algo que es imposible de hacer desde el gobierno nacional. Ese control corresponde a los gobernantes provinciales y municipales”.

Por eso, esta decisión de Fernández de anunciar la salida de los jóvenes molestó tanto a los intendentes del conurbano. Hay otra pregunta que se desprende de esta situación: de abrirse la cuarentena, ¿hay que hacerlo para facilitar la recreación o la producción? En otras palabras: ¿el riesgo que implica sacar a la gente de sus casas hay que asumirlo por jóvenes que quieren salir a dar una vuelta o por gente que quiere salir a trabajar? Esta es una pregunta importante que aparentemente todavía no tiene respuesta porque es un problema que ha sido poco pensado. Sin embargo, es un problema que se va a tener que pensar cada vez con más urgencia porque está afectando a muchos sectores de la economía, sobre todo a uno en particular: el ámbito de la salud.

Hoy sabemos que las clínicas están en un 40% de su ocupación y que aquellas actividades que proveen los principales ingresos de un centro de salud, por ejemplo las operaciones, cayeron estrepitosamente. Porque todo lo que son cirugías programadas, es decir que se realizan libremente y que no son producto de una emergencia, se suspendieron o se postergaron. De hecho, desde el Gobierno cuentan que las unidades de terapia intensiva están subutilizadas. Se prevé que mucho personal no va a cobrar: desde obstetras a cirujanos y anestesistas. Hay una caída en los ingresos de las clínicas y a su vez una disparada de los gastos porque hay que comprar más barbijos, respiradores, camas, gafas de protección para los médicos, camisolines, etc. Y todos estos materiales subieron de precio.

Acá se observa algo curioso y es que un Gobierno que tiene tanta vocación de intervención sobre los precios haya sido, justamente, tan ineficiente en esta materia. En muchos productos estratégicos, que son indispensables para la lucha del coronavirus en el personal médico, hubo aumentos de precio del 240%. En este contexto los funcionarios ya no saben qué hacer, de hecho tuvieron un episodio con los barbijos, que se cotizaban a 3000 pesos, y ahora parece que estaban vencidos. En concreto, en relación a los barbijos, los funcionarios porteños cuentan que ya habían hecho los contratos desde hace mucho tiempo y cuando fueron a pedir que se lleve a cabo la compra les dijeron que ya no tenían el material. Bueno, ahora los funcionarios quieren hacer la compra, pero para ello van a tener que pagar una cifra exorbitante, y si lo hacen, vamos a salir los periodistas, la opinión pública y la oposición a reclamar. En este trance se encuentra gran parte de la administración pública dedicada a la salud. Lo cierto es que, cuanto más se prolonga la cuarentena, más se resiente el sistema sanitario. Entonces, podríamos llegar a que, cuando llegue el pico, nos encontremos con el sistema de salud en su peor estado. Es justamente lo que se quiere evitar.

Ineludiblemente aquí aparece el gran problema que tienen los gobernantes y, eminentemente, Alberto Fernández y que se resume en un interrogante: ¿Cuándo conviene que llegue el pico? ¿Cuándo es conveniente que se produzca la liberación de la cuarentena y que el sistema de salud empiece a curar a los infectados? Se está abriendo un debate muy inquietante y difícil de plantear. Se trata de una discusión acerca del ritmo de esta epidemia, que produce cada vez más opiniones señalando que en muchas partes del mundo, pero puntualmente en la Argentina, aquel pico terrible, con un sistema de salud desbordado, en el que se iba a tener que decidir a quién se le daba el respirador y a quién se dejaba morir, ese pico, tal vez no llega y la curva será mucho más achatada.

Hay matemáticos e ingenieros combinados con epidemiólogos que están haciendo estudios de estadística. Si bien la estadística es una disciplina que describe, pero no predice, ellos observan – y este un dato que el Presidente conoce- que el crecimiento de los casos en el país es importante pero no exponencial, sino más bien aritmético. Es decir, no hay una disparada feroz de la pandemia en la Argentina.

Por otro lado, estos estudios señalan que, aunque aumentan los testeos, la proporción de casos con respecto a la cantidad de exámenes realizados es cada vez más baja. Sobre ello se exhiben los siguientes números: de 2752 chequeos que se realizaron, aparecieron 6,4% de casos positivos, que es un número bajo. En el total de chequeos que se hicieron hasta el viernes pasado, que son 47.400, la proporción de casos positivos es 7,6%. No parece ser un número aterrorizador. La proporción de los fallecidos respecto de los testeados es de 0,37. Si miráramos la cantidad de muertes que hubo en relación al número de la población, insisto que este estudio lo tiene Alberto Fernández, indica que los fallecidos sobre la cantidad de habitantes es de 0,0004.

Estos datos quieren decir, y esta probablemente es la tesis que se esconde detrás de este estudio, que este sería el momento de ir liberando la cuarentena y que se produzcan esos casos que se tienen que producir y que el sistema de salud los vaya absorbiendo y tratando, sin entrar en crisis.

En ese sentido estos números también se vuelven interesantes. El 5 de abril se pronosticó que el 26 de abril, es decir ayer, se iban a registrar 5500 casos de coronavirus. Sin embargo, hubo 3892. Esto quiere decir que con respecto a los pronósticos de principios de abril hay un 30% menos de casos.

En el caso de los fallecidos, el 5 de abril se pronosticó que ayer iba a haber 300, y hubo 192, un 36 % menos. Por lo que daría la impresión de que, o esta epidemia funciona distinto entre nosotros por las características de la Argentina, o, lo más probable, es que el Gobierno ha sido muy exitoso en cómo administrarla. El problema es cuál es el momento en que ese éxito se empieza a transformar en un inconveniente no previsto. Al ritmo que marca ese estudio, que está en la Casa Rosada, para saturar el sistema de salud, es decir para que se supere la capacidad de camas, respiradores y personal médico, deberíamos esperar 443 días. Estos datos aconsejarían pensar de otra manera el encierro, el distanciamiento social, la cuarentena e ir hacia otro tipo de estrategia de liberación. En ese laberinto está hoy Fernández, buscando la salida.

Todo esto se refuerza por el problema económico. Aquí aparece la cuestión del costo y del beneficio de esta política de encierro tan severa. Apareció un artículo muy interesante que fue tapa de la revista alemana Der Spiegel sobre cuál va a ser el paradigma económico después de esta pandemia. Dice que va a haber una caída del comercio internacional de un piso de 13%, que puede llegar al 32%. Si uno los vuelve a mirar, estos datos vuelven a sorprender y a inquietar. Esto implica un derrumbe inédito en la economía internacional. Hay casi 22 millones de estadounidenses que perdieron su trabajo en el transcurso de cuatro semanas. Der Spiegel dice que no hay ningún antecedente para ese nivel de destrucción en los Estados Unidos y se calcula que en el verano norteamericano va a llegar a 32% el desempleo. No es un problema difícil de resolver, es difícil de pensar.

En la Argentina, los estudios indican que hay una caída del nivel de actividad de 1,08% semanal del PBI anual. Es una caída brutal del nivel de actividad, una destrucción muy importante de empleo, de empresas, de capital. Las ayudas del Gobierno no han sido bien pensadas.

Una nota del diario LA NACION, de la periodista Silvia Stang, exponía un dato en relación a este último decreto de ayuda a las empresas que ponía filtros sobre quiénes podían o no acceder al beneficio. Solo las empresas que hayan facturado menos en términos nominales que en el mismo período del año pasado. Con 50% de inflación, aquellas que cumplan con este requisito no van a pedir la ayuda, porque ya han dejado de existir.

Hoy tenemos un problema que va a gobernar la actitud económica del Gobierno de aquí hasta por lo menos las elecciones del año que viene: es la diferencia del 70% entre el dólar oficial y el contado con liquidación. El campo, que es el sector más dinámico de la economía argentina y el que más resiste esta crisis, está operando con un dólar de aproximadamente $42, cuando el dólar ya superó la barrera de los $100. Seguramente, veremos un Gobierno que va a ir incrementando, de manera cada vez más policíaca, el control sobre el mercado del dólar.

En el centro de este problema, hay una confusión por parte de las autoridades. ¿Si tengo pesos qué hago? El Gobierno, con Alberto Fernández como el principal ideólogo de esta política, desalienta tener pesos. Dice que hay que bajar la tasa de interés para que haya reactivación -la tasa de interés que el Gobierno busca es inferior a la inflación-; por lo tanto es inútil tener un plazo fijo en pesos. Se podría ir a comprar bonos en pesos, pero el Gobierno los reperfila, que es una forma de defaultearlos. Es Alberto Fernández quien nos manda a comprar dólares al contado con liquidación, mientras su ministro de Economía, Martín Guzmán, le dice a Horacio Verbitsky que hay que desmontar la tendencia de la economía argentina a dolarizarse. Pero si tengo pesos no me ofrecen alternativa.

En esta coyuntura delicada, la Argentina tomó una opción de largo plazo. Decidió levantarse de las negociaciones internacionales del Mercosur en materia de comercio. Hay una discusión eterna sobre si la libertad de comercio genera o no más empleo. Aun cuando, si hay un problema que llevó al mundo al proteccionismo y a preservar el empleo con barreras en los últimos diez años, no es el aumento del comercio sino su caída a partir de 2008. La caída del comercio internacional es una pésima noticia. En este contexto, el Gobierno dice que hay que preservar el trabajo, cerrarnos y establecer barreras.

Fernández suele tener una idea rarísima. Dice que los argentinos consumimos el 70% de lo que producimos y que, por lo tanto, tenemos que consumir más para producir más. Es decir, habría que tener 10 autos y 40 teléfonos celulares. Daría la impresión de que no es así, de que producimos cosas tan malas que solo nosotros las consumimos. Y que para aumentar esa producción lo que tenemos que lograr es que otros las compren.

Ahora bien, supongamos que es correcto haberse levantado de la mesa de negociación, ya que el mundo va a ir hacia el proteccionismo, y no nos va a convenir abrir la economía hacia países tan competitivos como Corea del Sur o Japón. La Argentina, en este Brexit raro, corre un doble riesgo: que Brasil siga negociando y que las cosas que ahora nos compra a nosotros las adquiera de Corea, de Japón, de Estados Unidos o de cualquier otro país con quien decida entrar en relaciones de libre comercio. Y el problema de la inversión: quien se quiera establecer en Sudamérica buscará el país con más relaciones comerciales. Probablemente, en este escenario imaginario, sea Brasil.

De esta forma, al levantarnos de la mesa de negociación nos estamos alejando de Brasil y del mercado brasileño. No decidimos romper con Corea. Rompimos con Brasil. Nosotros producimos con tan poca eficiencia que los únicos que nos compran son los brasileños, gracias a la unión aduanera y al área de libre comercio que se llama Mercosur. Habrá que ver qué dicen los gobernadores de esta decisión. ¿Qué pasará con la industria automotriz de Córdoba? ¿Y con el trigo santafesino?

Muy probablemente, en un tiempo estaremos revisando esta decisión, que es una especie de autoagresión de un gobierno que dice que tenemos que establecer más barreras porque la economía es muy competitiva. Se lo dice a una sociedad que paga un costo carísimo, porque somos de los países más cerrados del mundo. El Gobierno y Alberto Fernández, cuando dice estas cosas, me hacen acordar al papa Francisco cuando les pidió a los cubanos «resistan la tentación del consumismo».