jueves, abril 25

Alberto, soldado heroico

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Humor político.Nota extraída de Clarín por Alejandro Borensztein

Alberto, soldado heroico

El presidente sabe lo que hace y cumple con un plan milimétricamente diseñado. Una gesta patriótica, se inmola por todos nosotros. Acá va la explicación.

Alberto Fernández el 10 de diciembre de 2019 al asumir como Presidente. Foto: Emmanuel Fernández

Actualizado al 24/04/2021 21:01

Era más fácil así: “Como todos los gobiernos del mundo, nosotros también estamos aprendiendo en plena pandemia. A veces acertamos y a veces erramos. Nos hemos equivocado al promover que millones de argentinos circulen en Semana Santa. Fue un error y pedimos disculpas. Tal vez por eso aumentaron los casos. Ahora estamos muy preocupados y les pedimos un esfuerzo especial de 15 días sin clases y sin nocturnidad, para intentar entre todos parar la estampida ya que la llegada de vacunas va a ser lenta. Por favor compréndanlo, buenas noches y muchas gracias”.

Dicho así, nadie hubiera cuestionado las últimas medidas del “presidente”. Mucho menos si las hubiera anunciado junto a Larreta, Kicillof y algunos gobernadores más. Pero no. Les gusta el quilombo.

En lugar de aplicar el sentido común, buscar el consenso y demostrar la madurez que el momento requiere, apareció ese adorable compadrito en el que se transformó este muchacho que tenemos en la Casa Rosada. El que anda paveando en Twitter, se muestra en un dibujito con Putin vacunando gorilas, ñañañeando tercermundismo de los ’70, insultando para todos lados y desnudando chavismo explícito.

¿Todo esto es de verdad, genuino y auténtico o es un acting del Presidente? ¿Qué le pasa realmente?

Si bien las cosas en política suelen ser tal como parecen, esta vez no es así. Alberto no es lo que muchos creen. Alberto no es un chanta, no es un títere, no es un político que se contradice todo el tiempo, no es un personaje devaluado y, por sobre todo, no es alguien que no sabe lo que hace. Alberto sabe perfectamente lo que está haciendo y cumple con un plan milimétricamente diseñado.

Aunque no lo parezca, Don Alberto Ángel Fernández es un verdadero estadista que está embarcado en una gesta patriótica. Llegó la hora de explicarlo. Es el momento de contar el secreto que se esconde detrás de cada decisión presidencial. Acá vamos.

En una tórrida noche de marzo de 2019, un grupo de conspiradores se juntó para idear un plan. Son pocos los detalles que han trascendido (las conspiraciones suelen requerir cierto secreto) pero, como todo en la Argentina, al final las cosas se saben.

Hay certeza de que allí estaban Longobardi y Lanata, también los Leuco, los Wiñazki, Fernández Díaz, demócratas varios, un parrillero de la CIA, un emisario de Paul Singer, foráneos que quieren llevarse los glaciares y otros empresarios importantes. En otras palabras, se juntaron los medios hegemónicos y los poderes concentrados. Aparentemente el asado fue en lo de Majul. Y por supuesto allí estaba el invitado principal: Alberto Fernández.

Ante el fracaso de Macri que ya se veía venir, esta gente pergeñó el más ambicioso plan de la historia democrática argentina: terminar con el kirchnerismo de una buena vez.

Y para eso nada mejor que recurrir al viejo truco de introducir, dentro del kirchnerismo, un caballo de Troya dispuesto a inmolarse para salvar la democracia. Esa fue la propuesta que aquella noche se le hizo a Alberto Fernández y que él acepto.

El primer escollo a resolver era lograr que Cristina eligiera a Alberto como su candidato a presidente. O sea, cómo hacerle cavar su propia fosa sin que ella se diera cuenta. Fue el sabio popular Rolo Villar (otro miembro de la conspiración) quien, entre una mollejita y un chori, tiró la frase clave: “Hay que decirle que con Cristina no alcanza pero sin Cristina no se puede”. Es decir, Alberto debía inflarle el ego a Ella, prometerle operar en la Justicia y simular que no pretendía ninguna candidatura. Ese el fue el anzuelo perfecto. En otras palabras, no fue Cristina la que eligió a Alberto sino que fue Alberto el que se hizo elegir por Cristina sin que ella se avive. Ningún boludo el tipo.

Tal vez ayudó el hecho de que Cristina vio en la candidatura de Alberto la oportunidad de humillarlo durante cuatro años y así vengarse de las barbaridades que él le dijo durante una década. Es una hipótesis incomprobable, pero posible.

Resuelto el primer paso, el segundo era más fácil: ganarle las elecciones a Macri. Papita para el loro.

Después de la goleada de las PASO, el equipo de conspiradores dio por descontado el triunfo y, ya junto a Alberto, seleccionaron a los ministros. Era fundamental elegir a los peores.

Si con el mejor equipo en 50 años salió todo como el orto, ahora la idea era probar suerte armando el peor equipo en 50 años. Así fue como se armó flor de plantel: Ginés, Trotta, Cafiero, Wado de Pedro, Cabandié, Ferraresi, Volnovich, Soria, en fin, una verdadera constelación. Alberto propuso intercalar cuatro con prestigio para luego poder echarlos y acelerar la autodestrucción, a saber: Bielsa, Losardo, Vilma Ibarra y Beliz. Cumplida ya la Fase 1 (dos afuera), ahora va por la Fase 2 (100% de efectividad).

Alberto Fernández el día que le tomó juramento a Marcela Losardo como ministra de Justicia. Amiga personal del Presidente, dejó el cargo agobiada. Foto: Federico López Claro

Alberto Fernández el día que le tomó juramento a Marcela Losardo como ministra de Justicia. Amiga personal del Presidente, dejó el cargo agobiada. Foto: Federico López Claro

Después de asumir, el proceso tomó velocidad. Vicentín, la liberación de presos, el elogio a Chávez y el destrato a Lacalle Pou, los insultos a opositores y periodistas, las contradicciones cotidianas, la reivindicación de Moyano como sindicalista ejemplar y de Insfrán como el gobernador modelo, fueron algunos de los hitos de Alberto en su misión de autodestruirse, demoler al kirchnerismo y salvar la democracia.

Nada de esto es el resultado de un títere calentón perdido en la neblina sino de una mente brillante que jamás pierde de vista su objetivo.

Obviamente la pandemia ayudó a acelerar el plan. Primero fue el show de las filminas canchereando frente al resto del mundo. Después vino la comedia de las vacunas. Gran acuerdo con Pfizer para testearlas en Argentina y tener prioridad para comprar millones. ¿Cómo la resolvió Alberto? No vino ni el visitador médico de Pfizer para dejar una muestra gratis.

Inmediatamente después fue el anuncio de la fabricación de AstraZeneca en la Argentina y la promesa de millones de dosis a fin de año. ¿Resultado? Recién la semana pasada llegó una cajita por correo.

Luego anunció el acuerdo con Rusia: ¡Millones de vacunas llegaban entre enero y febrero, y para marzo medio país iba a estar vacunado! Por ahora tenemos más botellas de Vodka que frasquitos de Sputnik.

¿Fueron exageraciones de un vendehumo descontrolado? No, fue la genial maniobra de un estratega que estaba prometiendo lo que él mismo sabía que no podría cumplir y que terminaría siendo un boomerang nuclear contra el Instituto Patria.

Esto se complementó con los tres bonos de 5 lucas que le dieron al personal de salud en 2020 y que ahora fue aumentado a 6.500 mangos. Es la versión moderna de las tres empanadas de Luis Brandoni.

En cambio, la confesión de Verbitsky y el deschave de la vacunación VIP fue un golpe de suerte. Esa no la planeó nadie. De hecho, Zannini había sido designado por Alberto solo para que despliegue su mala praxis como abogado. ¿Quién iba a imaginar que encima iba a ayudar al plan de destrucción del kirchnerismo haciéndose pasar por personal de salud para clavarse un par de Sputnik con la jermu?

Hoy pareciera que la vicepresidenta se está avivando. De ahí sus últimos ataques al Presidente. Posiblemente sea demasiado tarde. La idea de poner a Alberto para que los destruya fue tan perfecta que, aunque ahora pretendan terminar con los conspiradores, ya nada podrá detener el plan. La bola rueda sobre la pista de bowling, el misil ya despegó.

Logre o no su objetivo, el Presidente se ganó un lugar en la historia. Se está inmolando por todos nosotros. Alberto Fernández es a la democracia argentina lo que el Sargento Cabral fue al General San Martín.

Cualquiera sea el resultado final, el heroísmo de Alberto jamás será olvidado. Su aporte en defensa de la Constitución lo metió en la historia por la puerta grande. La estatua con el dedito en alto ya se la ganó. Y también su propio himno. “Febo asoma, ya sus rayos, iluminan al histórico Alberto” (puede ser esta marcha o eventualmente le pedimos una a Lito Nebbia).

“Y allí salvó su arrojo, la libertad naciente, de medio continente, ¡Honor, honor al gran…!

Acá el nombre Alberto no rima, pero no importa. No va a faltar un poeta como la gente que lo resuelva.

Alberto, gracias totales.