jueves, marzo 28

Alberto y la soberbia del domador de tigres

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Nota extraída de TN por Diego Sehinkman

El peronismo le dio un golpe de palacio al presidente en tres fases. En este momento, se está ejecutando la tercera etapa: rebanarle su último deseo de que haya PASO.

Que ni la inflación de entre el 8 y 9 por ciento que darán el miércoles que viene, ni la pérdida galopante del poder adquisitivo, ni el “Schiaretti-gate” que tuvo atrapado a JXC y mostró lo más grave -que no hay affectio societatis (el pegamento fundamental para que una coalición dure)- nos prive de observar un suceso gravísimo que se naturalizó: el golpe de palacio que le dio el peronismo a Alberto Fernández. Cómo lo corrieron del poder.

Es grave porque si se hubiera tratado de un gobierno no peronista, el debilitamiento que le provocaron habría terminado en helicóptero. ¿Por qué se evitó el helicóptero? Porque como dice el analista Eduardo Fidanza, el peronismo no es solo los funcionarios del ejecutivo, los senadores y diputados del PJ, el partido, los funcionarios, los gobernadores e intendentes. También es el estado con organismos públicos peronistas, ministerios peronistas, gremios, medios de comunicación y también empresariado peronista.

La Argentina peronista

Una buena parte de la Argentina, por cuestiones identitarias, emocionales, intelectuales o por intereses comerciales, es peronista. Entonces, para no autopropinarse la salida anticipada del poder del presidente elegido por la líder, que hubiera significado una afrenta al mito de que “nosotros no nos vamos antes”, se gestó una operación inédita: que el escandaloso golpe de palacio no escandalizara. Así se acompañó en silencio la anomalía, la afrenta institucional. Dirá el optimista: maduró la democracia, ya no echan a los presidentes. Dirá el pesimista: depende de qué partido sea.

Alberto Fernández junto a Cristina Kirchner en la apertura de sesiones del Congreso. (Foto: Télam).
Alberto Fernández junto a Cristina Kirchner en la apertura de sesiones del Congreso. (Foto: Télam).

El desposte tuvo etapas: la primera fue la del amague. Cuando perdieron las elecciones, el kirchnerismo amagó con vaciarle el gabinete. Uno de los que encabezó la movida fue el ahora presentado como dialoguista, racional y responsable Wado de Pedro. Por supuesto, el año anterior había tenido que dejar su cargo Marcela Losardo, ministra de Justicia, presionada por no haber hecho lo suficiente por las causas de Cristina.

Ella era socia de Alberto en su estudio jurídico. Sumemos la salida de la jefatura de gabinete de Santiago Cafiero, para ocupar una periférica Cancillería. Pero la primera gran pérdida del manejo del gobierno fue cuando el 2 de julio pasado, mientras Cristina daba un discurso feroz contra su propio gobierno y destrozaba a Guzmán por la pérdida de poder adquisitivo y el acuerdo con el Fondo, que según ella debió haberse negociado de otro modo, el ministro renunció por carta. Guzmán era el ministro más importante de Alberto. La renuncia produjo dos grandes devaluaciones: la del peso (vinieron unas corridas cambiarias que terminaron con Batakis) y la del presidente: con la llegada del ministro Massa, perdió totalmente el manejo e incluso la opinión sobre la economía.

El desposte de poder, el golpe de palacio, tuvo un segundo gran momento: el 21 de abril de este año. Los gobernadores peronistas, los intendentes y por último el propio Sergio Massa, lo agarraron de las solapas y le hicieron entender que él no podía competir en las PASO. Adiós reelección. Pato rengo acaramelado, colgado boca abajo, como en China Town. “Mi decisión” fue el título de la carta que colgó de redes sociales. Era verdad, era su decisión: la de Cristina.

Alberto Fernández y las PASO

Y llegamos a la actualidad, cuando se está ejecutando la tercera fase del golpe de palacio: rebanarle su último deseo: que haya PASO. “Si no soy yo, que sea Daniel Scioli. O Agustín Rossi. O quien quiera presentarse. Pero que haya competencia”, insiste Alberto.

En rigor, lo que desea es rebanarle el dedo elector a Cristina. Quitarle el poder de elegir con su índice. Vengarse de la persona con la cual “nunca más me voy a pelear”. Requiem por su último sueño: los gobernadores, los intendentes y sobre todo Sergio Massa con el aval de la vice le hicieron saber que quierenlista unificada “para darle competitividad” a la propuesta. Muchos candidatos licúan el poder, le explican. Dicho de otro modo: Basta, Alberto, entregate. Tenés la manzana rodeada.

Moraleja: los que soñaban con una renovación del peronismo, con un estreno por fin de las PASO, los que tenían la ilusión de que Cristina se democratizaba, que pasen a darle el último adiós a esa ilusión porque en diez minutos cierran el cajón.

Así empieza a terminar la presidencia de Alberto Fernández, el hombre común, profe universitario y fana del Bicho, que cometió el peor de los pecados: la soberbia. Pensó que podía con Cristina Kirchner, que la iba a poder manejar, acotar. “La voy a tener contenida”.

La omnipotencia del domador de tigres: yo puedo manejarlo. Me hace caso.

Pero el tigre se lo devoró.