Atentado contra Cristina: un marginal en busca de protagonismo y el odio pontificando sobre el odio

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Nota extraída de Clarín por Ricardo Roa

Mucho indica que lo que se vio del ataque a la vicepresidenta es lo que fue y que lo usa ahora el Gobierno para rédito político.

Sabag Montiel subía autorretratos a las redes sociales. La Justicia no tiene indicios para creer que es un sicario.

Todo apunta a que en el fallido atentado contra Cristina no pasó más de lo que se vio, aunque mucha gente crea que hay mucho más de lo que se vio. Son cosas de un país lleno de sospechas y de incompetentes sueltos y encima a cargo de cosas muy importantes.

Lo que se vio fue una vicepresidente desprotegida por su custodia y por decisión propia, y un chiflado, lunático, desequilibrado o como se lo quiera llamar, que pudo llegar a centímetros de ella y gatillar dos veces en su cabeza una pistola. Y se vio a Cristina que no se da cuenta de lo que pasa, como tantos otros allí , y seguir su camino como si nada hubiera pasado.

La Justicia no tiene ningún indicio para creer que Fernando Sabag Montiel sea un sicario. Tampoco, parte una parodia montada por el propio kirchnerismo. Sabag Montiel vivía en una tapera, venía ese día de hacerse en Quilmes un tatuaje medio nazi y usaba una tarjeta trucha de discapacitado para viajar. Ni asesino a sueldo ni actor: un marginal en busca de protagonismo, que apareció un par de veces por Crónica TV. El problema es que ese freak estuvo ahí de matar a la vice. También perdida en la vida, su novia de hace un mes, Brenda Uliarte, de varios apodos y oficios, vendía algodón de azúcar y videos pornográficos que ella misma protagonizaba.

Fernando Sabag Montiel, con la pistola del atentado. La foto, de un año atrás, fue encontrada en su celular.

Fernando Sabag Montiel, con la pistola del atentado. La foto, de un año atrás, fue encontrada en su celular.

Hay mucho protocolo por revisar y funcionario por cambiar. Y mucho ego por aplacar, no el que se agranda por el éxito propio, sino del que se usa para achicar el ego ajeno. Cristina, cualquiera lo ve, tiene el suyo, muy grande. Tanto que hizo quitar las cámaras de vigilancia de la Ciudad frente a su domicilio, como si fuera patrona del vecindario. Por otras cámaras, el juzgado y la policía porteña, no la Federal, ubicaron en la escena a la novia de Montiel para cuya detención tuvieron que retener un tren en la estación Palermo.

Se pueden sacar enseñanzas de esto otro también: a Sabag lo paró de una trompada la Jirafa Fernández, militante de La Matanza. Ya en un patrullero, Sabag empezó a seguir con el pie el ritmo de las consignas cantadas en la calle. Tipo raro.

Lo de la custodia de Cristina, que comparten policías con La Cámpora y a veces con barrabravas y hasta empleados del gremio de Walter Correa, nuevo ministro de Kicillof, es tan delirante como lo del juez Gallardo sacando de la zona a la policía de la Ciudad. Sin querer, le hizo un favor a Larreta.

Otra: la Federal puso a un técnico sin experiencia a abrir el móvil de Montiel. Falló. El subjefe de la Federal en persona había llevado el celular al juzgado, acompañado por Martín Mena, ex número dos de los espías y hoy dos del Ministerio de Justicia que ejerce de uno en los hechos.

¿Qué tenía que hacer ahí? Cuando fallaron, alguien recordó que la Aeroportuaria tiene un soft más potente para estos menesteres. Ensobrado en el mismo sobre pero semi abierto, un cabo trasladó la prueba clave a la otra policía, que documentó todo en un acta. Como Mena, también Alberto Fernández avanzó sobre la investigación llamando a la jueza. Sabe, por profesor interino de Derecho y Presidente, que eso no se hace.

Lo peor: el presidente fomentó odio hablando contra el odio. Venía de hablar con Cristina. Hay un relato infestado de mentiras que lo único que hace es amplificarse y un manifiesto y peligroso uso político del atentado que buena parte del gobierno hizo, hace y probablemente siga queriendo hacer. Parecido a un feroz dibujo de Télam contra los periodistas: la pistola de Montiel cargada con un micrófono. El senador Mayans no repartió odio, pero sí ninguneó a la democracia y dijo en voz alta lo que escucha en voz baja en el cristinismo: “¿Queremos paz? Paremos los juicios a Cristina”.

Magdalena Ruiz Guiñazú, símbolo de la democracia y el periodismo, era blanco de mensajes de odio kirchneristas. Murió este martes a los 91 años. Foto Juan Manuel Foglia

Magdalena Ruiz Guiñazú, símbolo de la democracia y el periodismo, era blanco de mensajes de odio kirchneristas. Murió este martes a los 91 años. Foto Juan Manuel Foglia

Los periodistas estamos para averiguar, contar y decir cosas que algunos no quieren que digamos. Se cumplen cuatro años de la muerte de Julio Blanck. Como tantos de nosotros, había sido militante y el periodismo lo hizo mejor: pasó de defender un punto de vista a contrastar puntos de vista. Sufrió las provocaciones del kircherismo, como la de ahora presidente de la Televisión Pública, Rosario Lufrano, que le atribuye haber dicho que los medios hacemos periodismo de guerra. Blanck aludía al libro Diario de Guerra, de un kirchnerista fanático.

Este martes murió Magdalena, símbolo de la democracia y del periodismo, que se le plantó como pocos a la dictadura. No necesita elogios. Nunca repartió odios, pero se los repartieron con ganas. Lo hizo, entre otros que dicen llorar su muerte, Hebe de Bonafini (el kirchnerismo nunca la acusaría de odiar), con su juicio trucho contra periodistas independientes. Los retratos de esos profesionales, entre ellos el de Magdalena, fueron pegados en pancartas en la Plaza de Mayo para que la gente los escupiera.