Beato Enrique Susso*
28 de marzo
En
la comunidad encontró como profesor un místico muy famoso que influyó
en él de manera inmensa. Era el Padre Eckart, cuyos consejos seguían
muchas personas con gran entusiasmo. Enrique decía: «El Padre Eckart
demuestra tan gran sabiduría que parece como si Dios no le hubiera
ocultado nada».Los datos que vamos a narrar enseguida están extraídos de la «Autobiografía» del propio Enrique Susso.Los
primeros años de religioso no fue muy fervoroso, pero luego un día
empezó a oír continuamente este mandato: «Renuncie a todo lo que no lo
ayude a conseguir la santidad». Y se repetía tan frecuentemente este
mandato en su mente que se propuso empezar una vida espiritual
verdaderamente seria.El demonio intentó disuadirlo
y desanimarlo con consideraciones de prudencia humana, haciéndole ver
que esa conversión era demasiado rápida y que no sería capaz de
perseverar en el bien. Él se dedicó a pedir a Dios la sabiduría
celestial. Y repetía las palabras del libro de la Sabiduría: «Señor,
envíame la sabiduría que procede de tu trono. Tú sabes que soy muy
joven, sin experiencia y de pocos años. Pero si Tú me mandas la
sabiduría podré perseverar». Y pedía al Espíritu Santo el don de Consejo
y la virtud de la prudencia, y así logro perseverar. En adelante
durante toda su vida será un admirador constante de la Sabiduría Eterna,
y recomendará a sus discípulos el pedir mucho a Dios el don de la
sabiduría. Y les repetía las palabras del Libro Santo: «Sabiendo que no
tendría la sabiduría si Dios no me la concedía, me dediqué a pedirla en
oración, y me fue concedida».Su amor a la Virgen María era inmenso y predicaba constantemente su devoción.Publicó el libro titulado «Sabiduría Eterna», el cual fue sumamente famoso y muy popular por varios siglos.Al
principio de su conversión, creyó Enrique que debía dedicarse a
mortificaciones muy fuertes y así lo hizo. Sus ayunos, vigilias, azotes y
demás penitencias llegaron a causar asombro y casi acaban con su vida.
Pero según cuenta en su «Autobiografía», una iluminación del cielo le
comunicó que en vez de estas mortificaciones buscadas por él, debía más
bien dedicarse a aceptar con buena voluntad los sufrimientos que Dios
iba a permitir que le llegaran. Y fue entonces cuando empezaron a
llegarle penas tremendas.Los enemigos del alma
trataban de atacarle de mil maneras. Le llegaban los pensamientos más
impuros y las imaginaciones más indecentes. Y una melancolía o
sentimiento continuo de tristeza que trataba de desanimarlo del todo. Y
luego las tentaciones contra la fe. Y como si no bastara todo esto, le
llegó la convicción de que él estaba destinado a condenarse para
siempre.Afortunadamente había tenido un buen
profesor y se fue en busca del sabio Padre Eckart y le contó todo. «El
famoso místico me consoló y logró sacarme de aquel infierno en el cual
estaba viviendo». Y volvió a su alma la paz. Una vez más se cumplía lo
que dice el Libro de los Proverbios: «Triunfarán los que saben pedir
consejos». Pero ahora le iba a llegar un tercer tormento.Una
voz interior le dijo: «Hasta ahora has sufrido ataques venidos del
interior. Ahora empezarán los ataques que llegan desde el exterior». Y
así sucedió. Pronto empezó a experimentar la ingratitud y la pérdida de
los amigos y de la buena fama. Sus paisanos se dividían en dos clases:
los fervorosos y los relajados. Los fervorosos querían que se cumpliera
exactamente los deberes de piedad. Entre ellos estaban Enrique Susso, su
profesor Eckart y el gran predicador Taulero. Pero los otros eran
mayoría y empezaron a perseguir a Susso.Durante 37
años había recorrido campos y ciudades predicando. Había obtenido
curaciones milagrosas. En pleno sermón vieron su rostro rodeado de
resplandores. Pero insistía muy fuertemente en que había que dedicarse
con toda seriedad a la santidad, y esto no agradaba a los relajados. Y
entonces se valieron de la calumnia.Se valieron de
un muchacho mentiroso para inventar que él había cometido sacrilegios.
Logró comprobar que era inocente. Luego inventaron que Enrique había
tratado de envenenar a una persona. Pronto se supo que eso era mentira.
Lo acusaron de haber inventado un milagro, pero los mentirosos quedaron
al descubierto. Fueron tantas las acusaciones que tuvo que huir por un
tiempo a Holanda. Allá lo acusaron de haber escrito herejías contra la
fe. Él logró probar que todo lo que había escrito estaba de acuerdo con
nuestra santa religión.Luego le llegó otro
sufrimiento: su hermana, que era religiosa, perdió el fervor y se retiró
de su comunidad. Enrique ofreció por ella una grave enfermedad que él
tuvo que sufrir, y con este sufrimiento logró que la prófuga volviera
otra vez al convento donde pasó santamente sus últimos años.Enrique
estaba dirigiendo espiritualmente a una mujer que lo engañaba
diciéndole que ella se estaba convirtiendo de su mala vida. Pero cuando
el santo sacerdote se dio cuenta de que aquella mujer le mentía, se negó
a seguirle dando dirección espiritual. Entonces ella en venganza
inventó el cuento de que él era el padre de una criatura que ella tenía.
Y algunos hasta creyeron porque el religioso demostraba mucha caridad
para con el pobre niño. Entonces el Superior General de la Comunidad
mandó hacer una severa investigación y se supo que todo eran cuentos de
aquella perversa mujer.Fue nombrado Enrique como
superior de un convento de Padres Dominicos y aquel convento estaba
terriblemente endeudado. El nuevo superior en vez de dedicarse a pedir
limosnas o a conseguir empréstitos lo que hizo fue recomendar a sus
religiosos que se dedicaran a celebrar con mayor fervor la santa misa y a
rezar con mayor fe y devoción. Muchos se burlaban de él diciendo que
era un hombre que no ponía los pies en la tierra y que se imaginaba que
con rezos se pagaban las deudas. Pero poco después un hombre rico sintió
una inspiración interior de que debía ayudar a aquel convento y llegó
con veinte libras de monedas de plata y con esto se pagaron todas las
deudas.Los últimos años los pasó el Padre Enrique
dedicado a dar dirección espiritual a las religiosas, especialmente a
las dominicas, las cuales lo consideraban un verdadero hombre de Dios y
un guía espiritual sumamente acertado.Le
ofrecieron altos puestos pero una iluminación interior le dijo que si
quería llegar a altos puestos en la santidad tenía que huir de los
cargos que producen muchos honores. Y por eso se mantuvo siempre entre
los más humildes y desconocidos aunque su sabiduría y sus escritos y su
santidad lo hacían resplandecer ante muchísimas gentes piadosas que lo
admiraban fervorosamente.Murió en 1365, y dicen
que su cuerpo permaneció muchos años incorrupto. Pero después el templo
donde estaba enterrado pasó a poder de los protestantes y no se volvió a
saber de sus restos.Tuvo muchas visiones y se le
apareció la Santísima Virgen María a traerle mensajes celestiales. En
una de sus visiones preguntó qué medios debería emplear para alcanzar
más fácilmente la santidad y la salvación y le fue respondido: «Negarse a
sí mismo; no apegarse a las criaturas; recibir todo lo que sucede, como
venido de la mano de Dios, y ser infinitamente paciente y amable con
todos, aún con los que son ásperos e injustos en su modo de tratarlo a
uno».San Alfonso de Ligorio al meditar en las
mortificaciones y en los sufrimientos de este hombre de Dios exclamaba:
«Qué pequeños nos sentimos nosotros ante estos campeones tan valerosos
para sufrir todo por amor de Dios y por la salvación de las almas».
COMUNIÓN DE LOS SANTOS
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