Che, genio del mundo, no nos grites

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Humor político. Nota extraída de Clarín por Alejadro Borensztein

Entiendo la frustración que debe sentir el gobierno cuando ve que las cosas no salen como les gustaría, pero deberían asumir que todo lo que les pasa es por su propia responsabilidad. Se la buscan solitos.

Es comprensible que el gobierno pudo haberse sentido un poquito molesto por el hecho de que la Corte haya tenido que explicarles, en un fallo unánime, que la Ciudad Autónoma de Buenos Aires es justamente autónoma. Además, debe haber sido humillante para gente tan formada en el Derecho como Cristina y Alberto, que los miembros de la Corte les hayan pasado la garompa por la trucha de manera tan displicente. De todos modos, la cosa no daba para que hagan tanto escándalo.

Era más lógico asumir el error, aceptar la derrota y violín en bolsa. Hasta mi tía Jieshke sabe que la primera letra A de la sigla CABA es por la palabra Autónoma, que viene del latín “sui iurus” y que quiere decir “autonomía”. O del inglés “autonomy”, para explicárselo más fácil a Cristina que, como todo el mundo sabe, no tiene un manejo tan fluido del latín como el que tiene del inglés.

De todos modos, si por ignorar el sentido de la sigla CABA les agarró semejante ataque de locura, no quiero ni pensar el disgusto que van a tener cuando se aviven de que en el nombre del país, antes de Argentina va la palabra República.

Es raro que a Cristina y Alberto se les escapen estos detalles porque está todo en la letra de la Constitución Nacional, la misma que ellos reformaron en 1994 básicamente para habilitar la reelección de su líder Menem y en la que Alfonsín aprovechó para enchufarles, entre otras cosas, la autonomía de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

También es la misma Constitución que piensan incendiar si llegan a ganar las elecciones ya que evidentemente el plan sigue siendo reemplazarla por una mucho mejor bajo la remanida excusa del “nuevo contrato social”. Una Constitución más linda, más chiquita, más práctica, de bolsillo, como esa rojita bolivariana que usaba Chávez en la tele. Todo esto viene desde la época del “vamos por todo”.

En cualquier caso, el fallo de la Corte no daba para que Cristina denunciara un golpe de estado, ni para los discursos incendiarios de Alberto y Kicillof, ni mucho menos para el homenaje que el intendente Secco le hizo a Galtieri cuando dijo “si quieren venir que vengan, les presentaremos batalla…”. Yo diría que esperemos a que termine la pandemia y después si, ya más relajados, arrancanos con el fascismo. Pero todo junto es mucho.

Párrafo al margen, no por repetido, acá siempre es lindo recordar que el Gral. Galtieri también fue indultado por el gobierno del que formaban parte Alberto y Cristina. No tendremos vacunas ni tests, pero impostores hay por todos lados. Por suerte también memoria.

Volviendo al punto, la cosa no daba para que se pongan tan locos. No pueden tener la mecha tan corta. Alguien debería explicarle al “presidente”, a la Vice, al hijo de la Vice y al gobernador de la provincia que los ciudadanos estamos padeciendo demasiado como para tener que andar nosotros conteniéndolos a ellos. Nadie espera que sea al revés, pero por lo menos no nos molesten en este momento tan dificil. Y lo más importante: no nos griten.

Sugiero que los protagonistas de la foto de la unidad se calmen, se tomen un Rivotril o un Valium, hagan meditación, yoga, mastiquen flores de Bach o lo que más les guste.

Puesto a elegir, yo prefiero que se vayan un fin de semana de campamento con un buen psicoanalista y hagan ortodoxia freudiana grupal, pero eso va en gusto. De onda se lo decimos: busquen alternativas terapéuticas pero no se la agarren más con la gente.

Entiendo la frustración que debe sentir el gobierno cuando ve que las cosas no salen como les gustaría, pero deberían asumir que todo lo que les pasa es por su propia responsabilidad. Se la buscan solitos.

Todo fue decisión de Cristina y Alberto. Desde el plan “Pfizer Go Home” al plan “I love Putin”, pasando por el plan “La Patria es AstraZeneca”, la falta de testeos, las cuarentenas eternas y los vacunados VIP. Todo fue obra de la extraña pareja. ¿Salió como el orto? Mala suerte, bancamos. Pero no nos levanten el tonito.

También propongo que seamos comprensivos con Alberto. No debe ser fácil laburar para Cristina. Todos sabemos que ella es un dulce de leche pero con tanta presión, es posible que al final del día se ponga un poco nerviosa y a veces lo maltrate, como a Parrilli. Todo bien, entendemos, pero no vale descargarse con el pueblo.

Por suerte, todavía quedan en el oficialismo algunos cuadros políticos más serenos, más moderados, más académicos y mucho menos violentos. No es precisamente el caso del diputado y ex funcionario de inteligencia Rodolfo Tahilade que reclamó un juicio para el ex juez ya fallecido Claudio Bonadio. Raro, ¿no? ¿Cómo sería? ¿Si lo declaran culpable lo condenarían a quedarse en el cementerio para siempre? ¿Lo desenterrarían y mandarían el féretro a Devoto? ¿Y si le llegan a dar la domiciliaria, que hacemos? Vaya desde acá nuestra disculpa a la familia de Bonadio, pero estos muchachos son tan burros que te obligan a resolver problemas que nadie tiene en este mundo. Como juzgar a un muerto o la inflación.

Dicho esto, no perdamos de vista lo que venimos explicando hace semanas: todo esto es un acting. En realidad, Alberto Fernández entró al kirchnerismo para destruirlo. Es su misión en la vida y su aporte a la historia democrática argentina. El affaire Guzmán-Basualdo es un ejemplo perfecto de como funciona el genio presidencial. Veamos.

Primero Alberto le dijo a Guzmán que estaba de acuerdo en rajar al subsecretario Basualdo. Luego el “presidente” le dio el ok a Cafiero para que lo vuelen. Dejó pasar un rato, se comió un pedazo de pan dulce con dos bolas de fraile y la llamó a Cristina para decirle que había escuchado rumores sobre el despido de Basualdo pero que de ninguna manera eso iba a ocurrir y que se iba a ocupar personalmente del tema. Luego lo llamó a Basualdo y le dijo que Guzmán quería echarlo pero que él, como presidente de todos y todas, no lo iba a permitir y que se quedara tranquilo porque seguiría en el cargo por muchos años más. Luego lo llamó otra vez a Guzmán, que de tan desautorizado ya se quería ir a la mierda, y le dijo que no se preocupe, que no le diera bola a las pavadas que dicen los de La Cámpora y que en un par de semanas más, cuando ya nadie se acuerde, se sacarían de encima a Basualdo. Después volvió a llamar a Cristina y le dijo que ya lo había calmado a Guzmán, que el tipo no iba a renunciar al Ministerio y que no habría ninguna crisis. Luego Alberto llamó al FMI y le dijo al portero que si veía pasar a algún capo del organismo le avisara que Guzmán seguía teniendo el respaldo del gobierno para negociar y que estaba todo bien. Luego la llamó nuevamente a Cristina y le dijo que había hablado con Kristalina Georgieva, la directora del FMI, y le había dejado bien en claro que no iba a permitir que nos impusieran ningún ajuste. Cuando cortó, miró satisfecho por la ventana hacia Plaza de Mayo y se clavó un conito de Havanna que tenía en el bolsillo del saco.

De ese modo, Alberto logró en pocas horas que no le crea ni Cristina, ni Cafiero, ni Guzmán, ni Basualdo, ni La Cámpora, ni el FMI, ni el mundo. En solo un año y medio, el “presidente” ha logrado que ya no le crea nadie. Esa es la mejor manera de destruir a su propio gobierno y, por ende, al kirchnerismo. Es su misión. Y la está cumpliendo mejor y más rápido de lo previsto.

El mundo piensa que el tipo es un chanta vendehumo sin precedentes en la democracia argentina, pero no es así. Hay que saber decodificarlo. Es un genio. Y hay que bancarlo.

Por eso, la próxima vez que usted lo vea gritando por televisión, piénselo dos veces y respire hondo. Y de última, si no aguanta más, vale salir con una remera que tenga impresa una foto de Alberto con el dedito en alto y un texto: “Che genio del mundo, a mi no me grites”.