Cristina empezó a hacer conMassa lo que ya liquidó conAlberto Fernández

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La semana que acaba de terminar tuvimos tomas y violencia en Villa Mascardi, caos en la industria automotriz, caos en las escuelas secundarias de la ciudad de Buenos Aires, otro ataque violento de camioneros, esta vez contra una empresa en Avellaneda, más el ya habitual caos piquetero con acampes frente a Desarrollo Social.

El desorden más grave de todos fue, sin embargo, el que reapareció con fuerza creciente en el vértice gubernamental. Porque la reanimada interna entre las figuras principales del oficialismo alienta directa o indirectamente a que muchos otros actores, como los recién mencionados, entre los que destacó presuroso Pablo Moyano con su habitual violencia explícita, se lancen a extorsionar a sus vecinos, a las autoridades, y a la sociedad en general, radicalicen sus reclamos en la expectativa de que nadie los va a parar, y a la corta o a la larga los demás tendrán que ceder.

Por eso es que, más preocupante que lo que hicieron el jefe del gremio de neumáticos, la presidenta del centro de estudiantes del Pellegrini y los pseudomapuches de la RAM, fue lo que hicieron Alberto Fernández y, sobre todo, Cristina Kirchner.

El primero se ofreció ante los sindicatos a ser garante de la reapertura pronta y sin restricciones de las paritarias. No hizo falta que dijera garante contra quién: fue obvio que contra Massa, el demonio ajustador.

El despiole que armó a través de Pesce para que los agroexportadores convirtieran el dólar soja en dólares reales, y el aún más grave conflicto que Moroni, otro de los que todavía responde al jefe de Estado, armó con los neumáticos, bastan para ilustrar la pretensión de Alberto de volver a hacerse notar. Y por las malas, complicándole la vida en particular al jefe de Economía.

Cristina Kirchner empezó a hacer con Sergio Massa lo que ya liquidó con Alberto Fernández

Lo que haga Alberto, de todos modos, se sabe que mucho no va a pesar en el curso que siga la gestión. Pero no sucede lo mismo con la jefa, que estos días empezó a aplicarle a Massa el mismo método de desautorización y críticas públicas con que consumió la autoridad de aquel, hasta dejarlo reducido a lo que es hoy, un presidente zombi.

Massa tal vez esperaba que en serio le cumplieran la promesa que recibió al asumir, que tendría hasta fin de año para ordenar mínimamente las cuentas, y chances de arrancar el próximo con algo de aire para conducir al peronismo a una salida mínimamente airosa del lío en que se metió desde que volvió al poder.

Pero se ve que los tiempos, de la mano de la inflación, se están acelerando. Y si algo no tolera Cristina es que la corran por izquierda, y que la protesta social, en particular la de los más postergados, se enfoque en ella y no en sus enemigos; así que empezó a relativizar antes de lo previsto el margen de libertad que concedió al ministro.

Puede que no solo por las malas noticias procedentes de la economía, y el protagonismo ganado en estos días por sindicalistas y piqueteros trotskistas, sino también por la revelación de que la victimización posatentado tampoco le dio el aire que esperaba, así que se ve obligada a mostrarse más atenta a las demandas de la sociedad, aunque sea a costa de su propia administración.

Son estas necesidades de Cristina, y su forma de satisfacerlas, las que más alteran la vida interna del gobierno. Y lo que resulta más difícil de conciliar con la emergencia económica y social que vivimos. Porque la llevan a comportarse, una y otra vez, de un modo irresponsable y destructivo.

Todos aquellos actores que ha estado practicando en estos días más o menos abiertamente la extorsión y la violencia son perjudiciales para la convivencia democrática, no cabe duda. Pero hacen lo que se espera de ellos: para eso son sindicalistas y piqueteros trotskistas, indigenistas armados y dirigentes estudiantiles radicalizados, para apretar, amenazar y extorsionar, es a lo que se dedican, lo que los define. No le mienten a nadie al respecto.

En cambio, Cristina hace lo que no debería: es vicepresidente, pero se comporta como una comentarista libre de toda obligación, que critica lo que los funcionarios de su propia administración hacen, y ella lo sabe muy bien, porque no les queda otra.

Y, lo que es peor, los impugna sin proponer un curso alternativo concreto, sino apenas confusas fantasías. Lo hizo ya con Guzmán cuando negociaba con el FMI, mal y tarde pero al menos buscando un acuerdo mínimamente viable, y lo vuelve a hacer ahora, como si no tuviera ninguna obligación que la atara a quienes comparten con ella la gestión; como una completa irresponsable a la que solo le importa evadir los costos derivados de su función.

Cristina Kirchner empezó a hacer con Sergio Massa lo que ya liquidó con Alberto Fernández

Reconozcamos que la semana que pasó fue particularmente difícil para el oficialismo: se entiende por eso la urgencia de Cristina por lavarse las manos. Además de las tomas, huelgas, piquetes y ocupaciones que comentamos al comienzo, se conoció el índice de pobreza, que vino bastante mal, y el de indigencia, que vino aún peor. Y eso que todavía no se contabiliza el impacto de la aceleración inflacionaria de los últimos meses.

Fue entonces que, ni lerda ni perezosa, la vice decidió que era el momento de volver a tomar distancia de las malas nuevas, a costa de sus colaboradores en el Ejecutivo. Después de un par de meses de guardar silencio sobre los asuntos delegados en Massa y ocuparse en exclusiva de sus problemas judiciales, en una división del trabajo o gobierno bifronte un poco esquizofrénico, pero de esquizofrenia funcional, proclamó a los cuatro vientos que los precios de los alimentos siguen fuera de control culpa de lo poco que estaría haciendoel secretario de Comercio Tombolini por controlar a las empresas del sector.

Ya no por carta, como antes, sino a través de una serie de tweets, públicamente expuso así sus diferencias con la gestión económica en el terreno en el que, ella tiene que saberlo, menos puede esperarse de esa gestión.

El clima estaba caldeado también por la presentación del proyecto de presupuesto en el Congreso, que tampoco trajo muy buenas noticias: Massa ratifica en él su voluntad de seguir cumpliendo al menos parcialmente el acuerdo con el Fondo, y reconoció al fundamentarlo que su gestión enfrenta un serio problema de incertidumbre y desconfianza, que complica sus esfuerzos por achicar la brecha cambiaria, habilitar importaciones y reducir la suba de precios.

Fue particularmente llamativo que, apenas un par de horas después de que el ministro hiciera ese reconocimiento, la jefa se ocupara de agravar los problemas que él había destacado, afirmando en sus tweets que, aunque supuestamente valora los esfuerzos de Massa, nada de lo que hace sería necesario si se decidiera a perseguir a las empresas, las culpables de todo.

Y también fue llamativo que se repitiera así, calcado, el inicio de su guerra de desgaste y serruchadas de piso a Guzmán y su equipo: se recordará, todo empezó a salirse de madre en esa relación cuando ella presionó para ubicar en Comercio a un alfil suyo, Roberto Feletti, para que persiguiera a las empresas alimenticias, apostando a que así mágicamente los precios de sus productos dejarían de subir, y la indigencia se reduciría.

Roberto Feletti era el hombre que Cristina Kirchner quería que esté en el Ministerio de Economía. (Foto: Federico López Claro)
Roberto Feletti era el hombre que Cristina Kirchner quería que esté en el Ministerio de Economía. (Foto: Federico López Claro)

La vice también se arrogó en sus tuits, como quien no quiere la cosa, la autoría sobre los anuncios que el ministro haría a continuación, orientados a aliviar la situación de los indigentes: un bono para sectores de muy bajos ingresos. En las malas noticias ella nunca tiene nada que ver, en cambio, en las buenas está siempre en primerísimo plano.

Salió a continuación el viceministro Gabriel Rubinstein a aclarar las razones por las que eso que sugería Cristina hacer con las empresas no iba a funcionar. Pero si consultara a Guzmán, tal vez Rubinstein se enteraría de las razones por las que hacer lo que él pretendió, argumentar racionalmente con lógica de economista, tampoco funcionará: ni ella va a recapacitar, ni el ministro y su equipo van a lograr salir ya de la línea de fuego en que ingresaron.

Es que, así como la inflación del primer semestre de este año fue “la inflación de Guzmán y de Alberto”, la que arrancó en agosto, bastante más elevada, tiene nuevos dueños: es la de Massa, de Rubinstein y de Tombolini. No van a pretender ellos que sea de otra manera, que Cristina vaya a compartir esa responsabilidad, faltaba más.

La acumulación de malas noticias económicas y sociales empujó a la vice a tomar distancia del ministro. Además reactivar el método con que ya se fumó la autoridad de Alberto: instalar la loca idea de que todos los problemas se resolverían por arte de magia si su gobierno le hiciera caso haciendo no se sabe muy bien qué.