viernes, abril 19

Cristina exige la rendición de Alberto: ¿hasta dónde escalará la crisis?

0
182

Nota extraída de Clarín por Eduardo Van derKooy

La guerra interna en el Gobierno está en su apogeo. El kirchnerismo no cederá hasta que el Presidente cumpla condiciones. Cambiar el equipo y la política económica. ¿Alcanzará con eso?

El Presidente y su vice poseen puntos de vista irreconciliables sobre la manera de intentar enderezar el Gobierno y el país.

Una grave anormalidad política empieza a convertirse en algo cotidiano y normal en la Argentina. El jefe de Gabinete, Juan Manzur, comentó –como si se tratara el pronóstico del tiempo– que espera que “a la brevedad” se resuelvan las diferencias entre Alberto y Cristina Fernández. La portavoz oficial, Gabriela Cerutti, desechó que constituya “un problema” la falta de diálogo entre el Presidente y la vicepresidenta. Asombroso.

La historia de la democracia ha sido pródiga en conflictos de ese tipo. Incluso fuera del peronismo. La renuncia de Carlos “Chacho” Alvarez, por ejemplo, fue prólogo del derrumbe de Fernando de la Rúa y la Alianza. Néstor Kirchner fulminó varias veces a Daniel Scioli. Cristina destrató desde el comienzo al radical Julio Cobos. Se desencantó rápido con su gran elegido, Amado Boudou.

Sucede que, más allá de los trastornos previsibles, ninguno de los pleitos en el tiempo kirchnerista echó sombras sobre la gestión y la gobernabilidad. Estaba claro dónde residía el liderazgo y el poder. El sentido común resultó desafiado, en cambio, cuando Cristina enmascaró con Alberto el proyecto presidencial. Aunque se reservó el papel político protagónico.

Esa disputa condiciona ahora, de punta a punta, al Gobierno y a la coalición oficial, el Frente de Todos. Con un agravante. Tanto el Presidente como su vice resultaron devaluados después de la doble derrota electoral del 2021. Se desperfilaron. Alberto como el presunto equilibrista. Cristina como la supuesta estratega y líder infalible. Un amigo del mandatario ironizó sobre aquella frase repetida en la campaña del 2019. “Con Cristina no alcanza. Sin Cristina no se puede”, insistían. La reversión sería: “Con Cristina no alcanza. Con Cristina no se puede”.

El Gobierno y todo el oficialismo estarían padeciendo un síndrome muchas veces fatal en la política: disminuyeron las expectativas de poder hacia el futuro. La ausencia de perspectiva suele acicatear la dispersión. Complica además cualquier intento de administración del poder. Las expectativas no derivan de ningún fenómeno mágico ni místico. Tienen relación con las acciones que se adoptan para cumplir los objetivos.

La contraparte puede hallarse en la oposición. Juntos por el Cambio presume, con exagerado optimismo, que el 2023 estaría a su alcance. Más por defección del adversario que por virtudes propias. Aquella percepción regeneró expectativas alimentadas por una meta, la única, que estaría cumpliendo: la conservación de la unidad. Enorme cortina que esconde un sinfín de diferencias.

La vicepresidenta y sus seguidores han tomado distancia del Gobierno. El Presidente no supo construir una fuerza propia capaz de neutralizar esa carencia. La diáspora se extiende en todos los terrenos: el peronismo, el sindicalismo y los movimientos sociales. De hecho, hay varias provincias, como La Pampa y Río Negro, que desdoblarán sus elecciones. Aquellos fueron anclajes que tuvo el Frente de Todos para transformarse en un exitoso experimento electoral en 2019.

El gran interrogante político radica en conocer qué se propone Cristina. Con el implacable hostigamiento al que somete a Alberto. Esa maniobra depara sorpresas. Máximo Kirchner y Axel Kicillof se juntaron en público para advertirle al Presidente que “no tenga miedo”. Que enfrente a los “intereses poderosos” que, según ellos, estarían haciendo fracasar la gestión.

El gobernador y el diputado, ambos dentro del redil de la vicepresidenta, tienen una mala relación. Se agravó desde la derrota electoral que derivó en una virtual intervención de la administración bonaerense. El emblema fue la designación del intendente de Lomas de Zamora, Martín Insaurralde, como jefe de Gabinete. El salto descolocó a muchísimos intendentes del Conurbano, alineados con el peronismo clásico antes que con el kirchnerismo.

El combate kirchnerista, sin dudas, esmerila al Presidente. ¿Con qué propósito? ¿Hasta cuándo? Son enigmas frecuentes que inundan el teatro de la política. La exigencia mínima sería un cambio de Gabinete que excluya de inmediato a Martín Guzmán. El ministro de Economía que hizo el trato con el FMI. Una lista más ambiciosa incluye al ministro de Producción, Matías Kulfas, al titular del Banco Central, Miguel Angel Pesce, al canciller Santiago Cafiero y a su segunda, la economista Cecilia Todesca.

Un auténtico vaciamiento del poder simbólico de Alberto. Vale reparar en algo que altera particularmente a Cristina. Sabe que Cafiero desdobla su gestión entre las Relaciones Exteriores y el asesoramiento diario al Presidente en los temas cruciales. Una suerte de jefe de Gabinete paralelo. Manzur se encarga del vínculo con los gobernadores. En especial los del PJ.

El Presidente no parece por ahora dispuesto a ceder. Tampoco se avizora una contraofensiva. Se trata del consejo de aquellos que justamente el kirchnerismo pretende despedir. ¿En qué podría consistir la contraofensiva? En ralear del Gabinete –mejor dicho del Estado- a funcionarios que responden a Cristina y complotan contra él. Manipuladores de cajas multimillonarias.

La semana pasada, a propósito, se realizó una cena en una quinta del Conurbano que congregó a cinco intendentes del PJ y un par de ministros nacionales. Se escucharon algunas opiniones ácidas. Uno de los alcaldes refirió a los dirigentes de La Cámpora como “los cavernícolas”. Alusión, tal vez, al modo un tanto enmohecido de observar la realidad. Se arribó a un diagnóstico: “Si Alberto no les saca las provisiones que tienen en las cavernas no hay salida”, coincidieron.

La conclusión llegó a los oídos presidenciales. Con una propuesta concreta: ¿por qué no empezar en el Ministerio del Interior?. Nadie se atrevió a hablar de Eduardo De Pedro. El gran infiltrado de Cristina. Algunos sugirieron el desplazamiento de Silvina Batakis, la secretaria de Provincias del ministerio. Maneja buena parte de los fondos. No sería un tiro preciso al blanco: la mujer economista se ha kirchnerizado, pero tiene un lazo histórico con Daniel Scioli, el embajador de Brasil. Amigo de Alberto, a quien acompañó en la celebración de su cumpleaños, el Día de las Malvinas.

El mantenimiento del statu quo que propone por el momento Alberto choca contra dos dificultades. No se observan de parte de Cristina señales de tregua. La realidad económico-social asoma cada día más compleja, agravada por las consecuencias de la guerra que desató la invasión de Rusia a Ucrania. Habría un elemento adicional: la forma que tiene el Presidente de abordar los problemas desconcierta demasiado. A propios y extraños. Uno de los secretarios de la Confederación General del Trabajo (CGT) Héctor Daer estalló cuando supo de la reunión de Alberto con Pablo Moyano. El hijo de Hugo que transó con Máximo. Opuesto a la central obrera.

La gran incógnita siempre es Cristina. No ignora cuánto sus acciones dañan al Presidente. Si no logra que tuerza el rumbo actual, ¿buscaría asfixiar al Presidente? ¿Inducirlo quizás a una renuncia? ¿Habilitar la posible línea sucesoria?. ¿O sólo dejar constancia de haber comenzado la construcción de una nueva alternativa para el 2023? ¿Se haría consagrar ella misma o dejaría paso a Sergio Massa para concluir el mandato?

Ninguna de esas preguntas tiene respuesta. Ciertas pistas se pueden recoger en el camino. Cristina conversó días atrás con un ex ministro del Gobierno, ahora disertante del Instituto Patria. Que voló de mala manera cuando una maniobra de De Pedro forzó un cambio de Gabinete. Hicieron una evaluación de la coyuntura. Con cierto enardecimiento la vice blanqueó que no cesaría la presión contra Alberto “hasta que no se rinda”. No explicó el contenido de la rendición. El interlocutor tampoco se animó a interpelarla.

Hay un punto de partida que resulta insoslayable. El Presidente y su vice poseen puntos de vista irreconciliables sobre la manera de intentar enderezar el Gobierno y el país. El hito fundacional del desacuerdo fue el trato con el Fondo Monetario Internacional (FMI). Existe una cantidad innumerables de ramificaciones.

La vicepresidenta está convencida de que el acuerdo que Guzmán celebró con el FMI ya no sirve. Nunca creyó lo contrario. Los efectos de la guerra en Ucrania le servirían como argumento para exigir una renegociación. Esgrime el aumento de los precios de la energía y de insumos de alimentos básicos que ejercen presión sobre la inflación y las metas macroeconómicas acordadas. Una verdad parcelada: Europa sufre la misma realidad, pero planea para el 2022 una inflación anual promedio del 7.5%. El desvelo del Gobierno es que no escale hasta 60%.

Bajo esta perspectiva las intrigas en el área económica tienden a recrudecer. Roberto Feletti, el secretario de Comercio, sostiene que ni la política de cuidar precios, ni los fideicomisos para el trigo y el aceite de soja servirán para atenuar la inflación si no se adoptan decisiones drásticas. Tampoco, si no existe un programa económico que sirva de palenque. Palo para Guzmán. El funcionario K opera como motor del pensamiento que aúna a Cristina con su hijo Máximo y con Kicillof.

Detrás de ese enunciado se esconde un conflicto potencial. El kirchnerismo supone que en este contexto correspondería un avance con nuevas retenciones al agro. Kicillof llamó a eso “medidas excepcionales frente a una excepcionalidad”. Hay una traba objetiva. El oficialismo no tiene la mayoría necesaria en el Congreso para avanzar con la medida. Propone un llamado a la oposición para discutirlo.

La irrupción de Feletti tuvo otra motivación. El Presidente se reunió con la CGT y la UIA para abordar la espiral inflacionaria. El secretario de Comercio no fue convocado. Minucia de una guerra interna en su apogeo. Que va adquiriendo una dinámica propia capaz de burlar hasta la previsión de sus protagonistas.