Nota extraída de La Nación por Sergio Berensztein
La campaña electoral del oficialismo enfrenta disyuntivas múltiples en el marco de un contexto político y económico cada vez más desalentador. ¿Cómo entusiasmar a un electorado escéptico y abatido en un momento en que, según el Indec, la economía cayó en mayo más del 5% interanual y el ingreso de los sectores más vulnerables fue carcomido por la inflación? Hasta los jubilados que ganan la mínima y son relativamente beneficiados por aumentos discrecionales mediante bonos pierden en términos reales. Más: analizando los resultados electorales en las provincias, sorprende la caída del volumen de votantes de Unión por la Patria (antes Frente de Todos), lo que quedó ratificado el domingo en las PASO de Santa Fe. Excepto casos como los de La Rioja, Tierra del Fuego, Tucumán y Formosa, y dejando de lado las provincias donde coaliciones muy amplias y diversas lograron afirmarse como pilares de la gobernabilidad (Misiones, Salta o Río Negro), el peronismo oficialista perdió bastiones históricos (San Luis y San Juan) y expuso una falta de competitividad extrema en los distritos más modernos y con una economía autónoma del control y del gasto público, como Mendoza, Córdoba y Santa Fe.
Esto explica la decisión de involucrar a Cristina en la campaña: a pesar de su muy mala imagen en el conjunto de la sociedad, es la única que en principio puede garantizar el apoyo a Sergio Massa del voto duro, conjunto de votantes entre los cuales sigue manteniendo una indudable popularidad. El dilema de la “sábana corta” complica esta táctica: por asegurar ese piso de aproximadamente un tercio del electorado, UP sacrifica en parte sus chances de moverse hacia el centro para seducir al votante independiente y volverse, al menos en términos potenciales, una fuerza competitiva de cara a las elecciones de octubre. Sin Cristina, no alcanza el piso histórico de las peores elecciones K (2009, 2013, 2017, 2021). Con Cristina, consolidando esa base de electores, se alejaría del objetivo de pelear en serio en los comicios presidenciales.
Los estrategas de Sergio Massa especulan con que un eventual triunfo de Patricia Bullrich en las primarias de JxC le facilitaría a Unión por la Patria ese giro hacia la moderación dada la distancia ideológica que en principio separa a ambas fuerzas. Se trata de una suposición repleta de simplificaciones y hasta de cierta cuota de voluntarismo un tanto ingenuo. En primer lugar porque a pesar de sus deslizamientos hacia esa concepción tan anacrónica de populismo nacionalista al que sigue aferrado el kirchnerismo (materializado en sus críticas al Fondo Monetario Internacional, sus referencias a la soberanía, sus flirteos con China y sobre todo su tardía defensa de Aerolíneas Argentinas), Massa fue y sigue siendo visto por el electorado como el componente más moderado, procapitalista y afín a Estados Unidos del oficialismo. Podrá seducir a algún desmemoriado, alentar el “voto útil” del “campo nacional y popular”, y aun consolidar sus credenciales como el candidato predilecto de al menos un segmento muy influyente del empresariado doméstico. Pero difícilmente pueda (o quiera) mimetizarse demasiado con los exponentes más radicalizados de su coalición, incluida (y empezando por) la propia Cristina.
Muchos observadores subrayaron correctamente las contradicciones que enfrenta Massa en su doble rol de candidato presidencial y ministro de Economía. Enrique Szewach señaló que un acuerdo con el Fondo es esencial para evitar un escenario traumático en lo económico, pero que las condiciones que exige la institución, que están siendo negociadas con la delegación argentina (en particular, el sinceramiento del tipo de cambio oficial y la magnitud del esfuerzo fiscal durante el próximo trimestre) podrían constituir elementos muy costosos en términos electorales. Massa no hace demasiados esfuerzos para evitar el terreno de los contrasentidos y aun de algunas incoherencias. Esto ocurrió días atrás, cuando afirmó que las coaliciones que se proponen gobernar deben ser homogéneas y evitar los conflictos internos. ¿Supone, acaso, que el fuego cruzado que existe en JxC, alentado más por las segundas y terceras líneas que por los propios precandidatos a presidente, puede hacer olvidar los bochornosos y permanentes desacuerdos que siguen caracterizando al oficialismo, incluidas las humillaciones públicas con las que la vicepresidenta martiriza a su otrora compañero de fórmula?
A propósito de nuestra “línea de bandera” (¿cuántos países democráticos, prósperos y con Estados capaces y modernos tienen una?; ¿puede el federalismo efectivo que no tenemos necesitar de una aerolínea estatal para garantizar la conectividad?), fue objeto estos días de una peculiar iniciativa por parte del diputado Máximo Kirchner, que trata de blindar a la empresa de forma tal de evitar que el próximo presidente pueda vender sus acciones sin apoyo parlamentario. Es un hecho meramente simbólico: el Congreso está desde hace tiempo paralizado y el kirchnerismo no tiene manera ni incentivo para que vuelva a funcionar. Asimismo, difícilmente Máximo consiga el consenso para una iniciativa de esas características. ¿Hizo las cuentas de cómo quedaría el balance en el Poder Legislativo si se confirmaran no solo los principales sondeos de opinión pública, sino también las tendencias reflejadas hasta en las elecciones provinciales? De todas formas, tal vez lo más inexplicable y hasta conmovedor de este proyecto sea que alguien considere que podría haber algún interesado en comprar las acciones de Aerolíneas Argentinas en el hipotético caso de que el próximo gobierno quisiera privatizarla. Se ve que el diputado Kirchner no considera problemático que la empresa pierda más de 500 millones de dólares por año, o que tenga una madeja de sindicatos tan poderosos como conflictivos que ya demostraron, durante la etapa en la que empresa fue manejada por capitales españoles, lo que son capaces de hacer en materia de relaciones laborales. Con las trabas existentes para desvincular trabajadores que enfrenta cualquier empresa privada en la Argentina, con o sin motivo, y teniendo en cuenta la naturaleza entre irracional y kafkiana de los fueros laborales, ¿cree realmente el primogénito de los Kirchner que existe alguien dispuesto a tomar el control de una aerolínea que, a la sazón, está plagada de integrantes de La Cámpora?
No hace falta observar lo que ocurre desde hace más de un mes en Jujuy para hacerse una idea del tipo de entorno de negocios que podría enfrentar el potencial nuevo accionista. No por nada Javier Milei, que tiene una larga experiencia en la industria aeroportuaria y en mercados regulados, sugirió que lo más adecuado sería entregar el control de la empresa a los propios trabajadores “y que se arreglen” sin subsidio alguno. Es evidente que el líder de la Cámpora se prepara para otra derrota: o bien piensa que un gobierno de JxC podría apuntar a una de las joyas históricas de su agrupación o, aun peor, teme que un triunfo de su “amigo” Sergio Massa implique un riesgo similar.