jueves, marzo 28

Cristina propone recetas contra la inflación que hasta el chavismo abandonó

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Según la vicepresidenta, hay inflación no por la emisión, ni el déficit, ni la falta de confianza: es culpa de los empresarios, de Macri y de los albertistas que no los enfrentan. La solución sería cerrar del todo la economía y pesificar a la fuerza

En un número de contorsionista digno del Cirque du Soleil, la vicepresidenta dio en Avellaneda una clase de economía como si ella no hubiera gobernado durante 12 de los últimos 20 años, y no estuviera gobernando de nuevo hace otros 3. En su clase, pintó un panorama según el cual hay tres grandes culpables de que la economía administrada por el Frente de Todos sea un desastre.

En primer lugar, los empresarios, que no producen lo suficiente, suben los precios, evaden impuestos, fugan divisas, importan todo lo que pueden, en fin, se comportan como auténticos saqueadores, y en vez de cuidar el país que “les permite ganar millones” se dedican a vaciarlo.

En segundo lugar, los funcionarios que “no usan la lapicera”, tienen “miedo a tomar decisiones y mostrar a la sociedad lo que sucede”, no se animan a enfrentar a los poderosos, en suma, no tienen vocación para cumplir las responsabilidades que asumieron.

Y por encima de todo, claro, Mauricio Macri: todo andaría bárbaro si no fuera por los cuatro años fatídicos, durante los que, según Cristina Kirchner, se habría reinventado la deuda externa y aplicado todas las políticas que querían los mercados.

Lo que le permitió volver al principio, y ofrecer una explicación general de todos nuestros problemas, toda nuestra historia, y dar por cerrada la discusión: como han sido los empresarios y sus representantes los que, cada vez que pasaron por el poder, generaron o agravaron los problemas que nos aquejan, empezando por la deuda externa, origen según ella de todas las crisis inflacionarias, al menos deberían abstenerse de reclamar o proponer nada. Cierren la boca señores, chito.

Cristina Kirchner y un argumento absurdo

Usó de paso ese planteo para formular la solución que imagina: dado que sería por “la falta de dólares”, originada a su vez en la deuda, que los precios locales se “descontrolan”, habría que terminar con “la economía bimonetaria”, es decir, cerrar del todo el país, aislarlo por completo de los flujos de capitales, terminar con el “festival de importaciones”, etc., porque con ese simple recurso se lograría una automática estabilidad.

Es un argumento absurdo, que confunde causas con efectos. Pero dentro de su cabeza, y la de sus fieles, pareciera seguir una lógica de hierro: dado que hay un culpable, que no es ella, lo que el culpable hace debe ser la causa del problema. No se le ocurre pensar que si se desconfía del peso y el volumen de pesos crece más rápido que el de los bienes, por más que se reduzcan al mínimo las importaciones, al estilo soviético, y por más difícil que se vuelva acceder al dólar, al estilo cubano, la inestabilidad va a continuar, y seguirá traduciéndose en inflación.

Hasta los chavistas se dieron cuenta de esto en los últimos años (es cierto que después de destruir Venezuela, pero es mejor tarde que nunca) y en vez de insistir con la emisión, las restricciones y la “pesificación” a la fuerza, dolarizaron abiertamente la economía. Hoy tienen menos inflación que nosotros.

Pero no, Cristina Kirchner se niega a aprender hasta de las experiencias de sus compinches más radicalizados e ideológicos. Y parece decidida a ir hasta el final con sus recetas más politizadas de los asuntos económicos. Los gestos de complicidad que le dedicó durante el discurso a Axel Kicillof confirman esta sospecha: en este terreno su postura no es otra que insistir a muerte en el error; la frustración con Guzmán y Alberto Fernández parece haberla vuelto más necia y soberbia que nunca.

Se entiende que, en este marco, a los recambios en el gabinete mucha chance no les haya dado. “A mí, no me interesa quedar bien con ningún funcionario, me interesa quedar bien con los argentinos” afirmó. Y sobre Daniel Scioli en particular fue apenas indulgente: “ahora que está en Producción vamos a ver, tengo expectativas, pero si no hay decisión política nada va a cambiar”.

Ahora que, en términos estrictamente políticos, su planteo no deja de tener sentido: despegarse de los papelones oficiales es lo único que le queda por intentar, vista la velocidad con que envejecen y se devalúan las “novedades” que hilvana el albertismo.

Scioli y Rossi, lo vimos esta semana, en cuestión de horas pasaron de ser los “rostros de la renovación”, a dos nuevos exponentes de los ya viejos déficits de una gestión devaluada y sin aire. Entre el cepo creciente a las importaciones y el descontrol de las fronteras alcanzó para liquidar el intento de Alberto Fernández del fin de semana anterior de incorporar “volumen político”.

Y, digamos también a favor de Cristina Kirchner, que si algo queda en evidencia en estos papelones es lo inviables que se han vuelto los pretendidos “equilibrios” de Alberto Fernández.

No se puede “hacer equilibrio” entre Biden y los ayatolas, menos que menos siendo tan chapucero en el manejo de la seguridad y la inteligencia como son los muchachos de La Cámpora. Y tampoco queda ya espacio para hablar de “equilibrio entre producción y consumo” cuando la emisión y la deuda acumulada en dos años y medio dejaron atrasadísimo el tipo de cambio oficial, y la inflación destruye mes a mes los salarios.

Nadie va a invertir un peso en una economía que está a punto de caer en una nueva crisis devaluatoria, antes o después del recambio presidencial. Lo que parece querer hacer Cristina Kirchner es convencer al peronismo de que ella podría evitarla. ¿Cómo?. Simple: profundizando las recetas que Kicillof dejó a medio aplicar en 2015. No parece una idea muy moderna, muy sensata ni muy democrática que digamos, pero es una, Alberto Fernández, Scioli y Guzmán no tienen ninguna.