viernes, marzo 29

Cristina volvió a abrir el debate sobre la Argentina bimonetaria:¿hasta dónde se puede llegar para»desdolarizar»la economía?

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Tras el discurso del 10 de diciembre, se intensificaron las especulaciones sobre medidas compulsivas para impedir el uso de dólares en las transacciones

Es el gran interrogante que quedó flotando en el ambiente económico después del último discurso de Cristina Kirchner: ¿qué es lo que la vicepresidente espera que haga el Fondo Monetario Internacional para haga para ayudar a la Argentina a recuperar los dólares de la evasión fiscal? Y en todo caso, ¿qué tan lejos está dispuesto a llegar el Gobierno para combatir la «economía bimonetaria»?

El mercado se está llenando de especulaciones en ese sentido, pero lo cierto es que el atesoramiento de dólares por parte de los ahorristas y la tendencia a llevarlos al exterior y se transformó oficialmente en la nueva obsesión del Gobierno.

Prueba de ello es que en las últimas horas Alberto Fernández recogió el guante de la preocupación que había expresado Cristina y dijo: «Hay que impulsar a los que tienen la plata afuera a que la traigan y la pongan en Argentina a producir, dando trabajo y crecimiento».

El mandatario no dejó en claro con qué medidas concretas piensa impulsar ese regreso de los capitales, pero resultó sugestivo que pronunciara esa frase justo cuando el Congreso está en pleno análisis del presupuesto 2022, donde uno de los temas más controversiales es si se permitirá al Poder Ejecutivo que tenga margen para seguir aumentando la alícuota del impuesto a los Bienes Personales para quienes tienen bienes fuera del país.

En todo caso, es un punto para la polémica porque, si bien por un lado la mayor imposición puede entenderse como un estímulo para la repatriación de los capitales, por otra parte este año se ha visto un «éxodo fiscal» de grandes contribuyentes hacia Uruguay y otros países de legislación tributaria más benigna.

De todas maneras, esos casos refieren a contribuyentes que llevaron su dinero fuera de fronteras de manera legal y la declararon debidamente a la AFIP. Pero lo que reclamó Cristina del FMI refiere además a la «fuga de capitales» que está fuera del registro de los organismos recaudadores.

Según la estimación del presidente del Banco Central, Miguel Pesce, hay unos u$s100.000 millones el ahorro «bajo el colchón» en dinero físico, lo que convierte a Argentina en uno de los países con más circulación de billetes verdes. Y agregó que, si se suman las cuentas bancarias e inversiones fuera de fronteras, el ahorro dolarizado de los argentinos llega a u$s400.000 millones. Esto es, diez veces las reservas brutas del Banco Central.

El 10 de diciembre, Cristina volvió sobre su preocupación obsesiva y aprovechó la presencia de Lula para plantear la dolarización como un problema cultural argentino

El 10 de diciembre, Cristina volvió sobre su preocupación obsesiva y aprovechó la presencia de Lula para plantear la dolarización como un problema cultural argentino

Un diagnóstico obsesivo

En realidad, Cristina Kirchner viene hablando desde hace tiempo sobre las consecuencias de ese problema. Ya en una carta publicada en octubre del 2020 -que es recordada sobre todo por la frase «funcionarios que no funcionan»- había dejado en claro su diagnóstico y hasta había pedido un acuerdo nacional al respecto.

«La Argentina es el único país con una economía bimonetaria: se utiliza el peso argentino que el país emite para las transacciones cotidianas y el dólar estadounidense que el país -obviamente- no emite, como moneda de ahorro y para determinadas transacciones como las que tienen lugar en el mercado inmobiliario. ¿Alguien puede pensar seriamente que la economía de un país pueda funcionar con normalidad de esa manera?, se preguntaba en aquella oportunidad.

Y admitía que el problema trascendía las diferencias partidarias porque les había ocurrido a gobiernos de distinto signo. Por lo tanto, reclamaba una búsqueda estructural: «El problema de la economía bimonetaria que es, sin dudas, el más grave que tiene nuestro país, es de imposible solución sin un acuerdo que abarque al conjunto de los sectores políticos, económicos, mediáticos y sociales de la República Argentina. Nos guste o no nos guste, esa es la realidad y con ella se puede hacer cualquier cosa menos ignorarla», reclamaba la vice.

Eran días que coincidían con un endurecimiento del cepo cambiario que prácticamente prohibían la compra del cupo de u$s200 a la cotización oficial, un goteo de divisas que llegó a significar u$s900 millones mensuales y que erosionaban la posición del Banco Central.

En aquel momento, como forma de justificar las nuevas medidas, el presidente Alberto Fernández dejaba una frase polémica: «Los dólares son para producir y no para guardar». Un público hipersensible interpretó que eso podía ser el preludio de una medida compulsiva y por eso entre septiembre y octubre del 2020 se produjo una mini corrida en la que salieron del sistema bancario ahorros por u$s2.500 millones.

Los funcionarios repetían frases del tipo «los argentinos van a tener que amigarse con el cepo, porque va a durar mucho tiempo».

Y el presidente del Banco Central le ponía una cifra: recién se podrían aflojar las restricciones cambiarias cuando las exportaciones llegaran a un nivel de u$s90.000 millones, es decir casi un 30% por encima de lo que será la exportación de este año, que fue excepcional por el precio de la «super soja».

La admisión de una crisis de reservas

Lo cierto es que el acuerdo que reclamaba Cristina para cambiar la naturaleza bimonetaria nunca se dio, aunque sí se produjo lo que todos los economistas preanunciaban: una represión a las importaciones, mayores restricciones para el acceso a los dólares por parte del sector privado y más intervencionismo de la economía.

De todas formas, eso se reveló insuficiente a medida que avanzaban las negociaciones con el FMI. Por eso otra vez, Cristina Kirchner, en marzo volvió a referirse al tema, al afirmar: «No podemos pagar la deuda porque no tenemos la plata». 

Y lanzó una dura advertencia, tanto a la oposición como a la propia coalición gubernamental: «Si desde los partidos políticos no somos capaces de articular un acuerdo mínimo frente a cuestiones estructurales como es el endeudamiento externo y la economía bimonetaria, va a ser muy difícil gobernar la Argentina, sino imposible tal vez».

Los hechos parecen darle la razón, dada la forma en que se erosionaron las reservas del Banco Central, aun en un año de ingresos excepcionales de divisas por la exportación agrícola. Los economistas calculan que, cuando a los u$s42.000 millones de las reservas brutas se les descuentan los encajes, los swaps, los créditos y las tenencias en oro, ya está en terreno negativo.

Una confirmación tácita de la gravedad de la situación fue la restricción a la financiación al turismo externo, un rubro por el cual el Banco Central temía una fuga mayor a los u$s5.000 millones mensuales.

Es por eso que el mensaje de Cristina en el sentido de que «no es cierto que a Argentina le faltan dólares» adquiere una relevancia especial. La líder del kirchnerismo dejó en claro que ese punto debe ser prioritario en la agenda nacional, y que un acuerdo con el FMI debe tener, como punto de partida, un reconocimiento de esa realidad.

El Cedin, los brasileños y un tal Gresham

Y el mercado se llena de especulaciones respecto de qué medida innovadora se podría tomar al respecto. Muchos recordaron los intentos fallidos que Cristina intentó durante su segunda presidencia para tratar de instaurar una cultura de la desdolarización.

Uno de los mayores fracasos fue la instauración de un título -el «Cedin»- que cotizara uno a uno con el dólar y que sirviera como moneda para cancelar negocios del mercado inmobiliario. Fruto de la creatividad de Guillermo Moreno, ese título -al que se solía comparar con el CUC cubano que convive como segunda moneda con el peso- nunca pasó de tener un volumen ínfimo.

También en aquellos años Cristina impulsó una cruzada pesificadora para que todos los ahorristas que tuvieran dólares en el sistema bancario los pasaran a pesos. El argumento era que, como el dólar estaba controlado por el sistema de «flotación administrada», entonces la tasa del plazo fijo implicaba una ganancia real en divisas. Y se recuerda la anécdota de cómo Cristina retó en público a Aníbal Fernández, a quien le ordenó que fuera «en primera fila» a hacer esa transferencia bancaria luego de que el entonces ministro había declarado que no pesificaría sus ahorros «porque no me da la gana».

Pero el resultado tampoco fue el esperado por el Gobierno: los ahorristas siguieron en dólares.

Lo cierto es que esa batalla cultural fue la gran derrota del kirchnerismo. En ese segundo mandato la fuga de capitales fue de u$s30.500 millones, pese a la vigencia del cepo. Y, en un gesto contradictorio, la entonces presidenta se jactaba de la cantidad de ahorristas y turistas que compraban dólares, porque lo asimilaba a un síntoma de bienestar.

Fue uno de los momentos de mayor contradicción del «relato K», porque la justificación teórica para implementar el cepo había sido la necesidad de priorizar los dólares para que la industria nacional pudiera importar sus insumos. Sin embargo, sobre el final de su gestión, Cristina priorizó el humor social, para lo cual debió dejar impaga una deuda de u$s13.000 millones con los importadores, para preservar los pocos billetes verdes que quedaban en el Banco Central y poder vendérselos a los turistas.

Por eso ahora resultó sugestiva su intervención del 10 de diciembre, cuando le explicó al ex presidente Lula Da Silva cómo, a diferencia de los comerciantes brasileños, que rechazan dólares y piden reales, aquí se utiliza la moneda estadounidense para pequeñas transacciones y que era «su sueño» que llegara el día en que, al igual que en Brasil, se publicaran en moneda nacional los precios del mercado inmobiliario.

Fue una frase que mereció críticas de economistas de todas las orientaciones. Por ejemplo, Emmanuel Álvarez Agis, ex viceministro de economía de Cristina, se mostró escéptico sobre el éxito de una nueva cruzada pesificadora.

En cuanto a la repatriación de capitales, recordó que «el FMI lo primero en lo que pone énfasis es en bajar la tributación, pero eso cuesta mucho, como le está pasando a Estados Unidos que trata de recuperar impuestos que Google había evadido; así que es algo que lleva mucho tiempo y a las mejores autoridades recaudatorias del mundo les está costando».

Pero, además, cuestionó la visión de Cristina en cuanto a la diferencia cultural de Argentina con otros países. En diálogo con «Radio con Vos» ejemplificó: «Supongamos que en 1994 a vos te daban 100 dólares y lo convertías en reales para ponerlo en plazo fijo, y yo hacía lo mismo pero con pesos argentinos. El resultado hoy es que si los guardaste en Argentina ese dinero se transformó en 50 dólares, y en Brasil en 600 dólares».

Y agregó: «Entonces no es que los brasileños son menos garcas que los argentinos, más patriotas, tienen más ganas de invertir y confían más en la economía, sino que el real superó todo el tiempo a la inflación y a la devaluación. Y en Argentina eso ocurrió sólo en paréntesis temporales de muy corta duración».

Todos los intentos del kirchnerismo por imponer una cultura pesificadora terminaron en fracaso

Todos los intentos del kirchnerismo por imponer una cultura pesificadora, como el bono inmobiliario Cedin, terminaron en fracaso

Por su parte, Enrique Szewach, ex director del Banco Central, dijo que Cristina acertaba en el diagnóstico de que «el problema es de dólares, no de pesos», porque «el Estado argentino es deudor de dólares, que no tiene, y el Fondo es acreedor de dólares, que no le pueden pagar». En consecuencia, se muestra escéptico sobre las chances de éxito de un programa con el FMI.

«La que entendió como nadie esta cuestión es la señora Vicepresidenta, que siempre hizo referencia a «terminar con el problema de la bimonetariedad, vía la pesificación forzosa de los privados, y ahora sugiere que, con ayuda del FMI, se expropien los dólares mal habidos de los argentinos en paraísos fiscales para pagarle al organismo (un amigo mío le diría «cuidado con lo que deseas»), escribió el ex funcionario.

Y la tónica general de las críticas va en el sentido de que Cristina confunde el problema al focalizar en la vocación dolarizadora y no en el desplome de la demanda de pesos, que muchos analistas creen que se agravará el año próximo.

En todo caso, el escepticismo generalizado de los economistas se basa en una observación hecha por un tal Thomas Gresham dos siglos y medio antes de que existiera un país llamado Argentina. Este comerciante inglés del siglo 16 fue asesor de la reina Isabel y se dio cuenta que, desde que se había alterado el uso de metales para hacer monedas, aquellas que tenían mayor proporción de oro eran guardadas celosamente en los cofres mientras que las que tenían más plata se veían circulando en los mercados.

Así, el tal Gresham observó un fenómeno que quedaría establecido como una de las leyes básicas sobre el dinero: cuando en un país conviven dos monedas, una buena y una mala, la gente tiende a usar la de peor calidad para realizar los pagos, mientras retiene la de mejor reputación como una forma de preservar su capital. Por consiguiente, no se ve circular mucho a la moneda buena, mientras que la mala cambia de manos a toda velocidad, porque nadie quiere quedársela.

Es un principio universal y millones de argentinos vienen aplicándolo de manera entusiasta desde hace décadas. Aunque no todos los funcionarios han dado muestras de tenerlo claro.