Cuáles son los motivos que anticipan el ocaso de Cristina Fernández de Kirchner

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Nota extraída de MDZ por Beto Valdez

La vicepresidenta parece haber entrado en el inicio de un proceso hacia su ocaso político. Este escenario comenzó mucho anterior de su reciente condena. Todo los motivos por las cuales se viene percibiendo una pérdida de poder que se exhibe desde el inicio de la cuarentena

Si bien en la política nunca hay que dar por jubilado a nadie, lo cierto es que Cristina Fernández de Kirchner parece haber entrado en un paulatino proceso de caída que va menguando su poder e influencia.

El 13 de abril de 2016, cuando fue por primera vez a Comodoro Py, nadie se hubiera imaginado que tres años después armaría el instrumento que le permitió a su espacio político volver a la Casa Rosada.

Como en los videojuegos le dieron una vida más, una nueva oportunidad, que fue desaprovechada por diferentes motivos y ahora se la percibe con menos margen que luego de despedirse del poder en diciembre de 2015.

No se trata del punto final para la vicepresidenta, sino más bien el principio de una etapa de retroceso y pérdida de peso político. Un escenario que comenzó a exhibirse desde la cuarentena para acá.

A medida de que Alberto Fernández iba perdiendo los niveles iniciales de popularidad en el inicio del duro acuartelamiento que sufrió la sociedad, comenzó a quedar en evidencia la muy mala gestión de Gobierno y su falta de reflejos y conducción. Diagnóstico compartido por la oposición, pero también por Cristina.

“Ella empezó a ponerse de muy mal humor cuando se iba enterando del pésimo funcionamiento de las áreas más importantes del Gobierno”, recuerda a MDZ una fuente del peronismo bonaerense.

Y además la bronca de la expresidenta se potenció por otras cuestiones no menores: “Se ponía de la nuca cada vez que le contaban la vida disipada de Alberto en plena cuarentena, Olivos era un descontrol y después apareció lo de la fiesta”, revela un exfuncionario que transitó en esos meses los pasillos de la Casa Rosada.

Por eso lanzó su ofensiva para tratar de cargarse a gran parte del Gabinete que ella no había avalado. A partir de ese momento empezó a exhibirse la debilidad de Cristina. Tuvo que recurrir inicialmente a la presión epistolar y luego directamente a los mensajes en los actos exigiendo a los gritos que el presidente cambiara a “los funcionarios que no funcionan”. Logró renuncias en capítulos y los sucesores nunca fueron lo que ella quería. El mejor ejemplo fue la salida de Marcela Losardo del Ministerio de Justicia y la designación de Martín Soria, un recién llegado al kirchnerismo que no le generó ningún entusiasmo a la vice.

Muchos intentan justificar estos movimientos como gestos de pragmatismo de Cristina. Quizás haya algo de realismo, pero también expresa su debilidad. No le debe haber causado mucha gracia el año pasado recurrir a Juan Manzur para reemplazar a un Santiago Cafiero, que nunca se fue y sigue influyendo en el entorno presidencial. Ella estaba enojada con el tucumano por haber puesto en duda su poder político unos años atrás.

Seguramente hubiera preferido poner a Wado De Pedro o a alguien más cercano a ella al frente de la jefatura de Gabinete. Pero no podía cristinizar la administración de Alberto porque no lo iba a resistir el equilibrio interno del Frente de Todos, al margen de la negativa presidencial.

Este año no sólo se deterioró definitivamente su relación política y personal con el jefe de Estado, sino que además se volvieron a registrar hechos que volvían a instalar el debate entre pragmatismo y debilidad. El acuerdo con el FMI es un ejemplo. Máximo Kirchner renunció a la presidencia del bloque de Diputados y toda su tropa salió a cuestionar duramente los resultados de la negociación.

Pero frenó en la cornisa, no jugó a fondo para que naufragara el acuerdo con el Fondo, sobre todo en el Senado que sigue siendo su zona de influencia. También ocurrió algo similar con la dilatada designación de Sergio Massa al frente del Palacio de Hacienda. Ella se resistía de tal forma que avaló el desembarco de una funcionaria gris como Silvina Batakis. Finalmente aflojó por temor a la sensación de caos financiero que se respiraba en agosto. También tuvo su rol de influencia Máximo, muy cercano al actual ministro.

Pero nadie puede negar que en su fuero íntimo estaba la figura de Augusto Costa, el Kicillof’s boy que más admira en lugar del tigrense. Y ahora convive con una política económica más dura en términos fiscales y muy condicionada por el FMI. También mira para otro lado cuando Massa o Manzur se vanaglorian de sus contactos en Washington. Apuestan más al alineamiento con Estados Unidos que a las preferencia geopolíticas de Cristina con Rusia, China y Venezuela.

Al mismo tiempo, viene padeciendo el fracaso de su estrategia judicial. Ella ha tenido mucho que ver con las malas noticias que vienen desde Tribunales. La condena de la semana pasada ha sido el punto de inflexión de una subestimación de donde estaba parada jurídicamente. Creyó que podía ganar esa batalla con una mal diagnóstico y condicionando a sus abogados.

“Nunca entendió que la familia judicial, que tanto persiguió y se dedicó a agredir, finalmente se cansó y ahora le bajó el pulgar”, dice un integrante político del Consejo de la Magistratura.

Y en la calle no pasó nada. La gente pendiente de su idilio con Leonel Messi y la Scaloneta y hasta en el oficialismo se notó cierta desidia a la hora de solidarizarse con ella. Mucha sobreactuación en tuits y comunicados de ministros, intendentes y gobernadores.

Mientras que Cristina se aferra al acto del lunes próximo, 24 horas después de la final del Mundial, no deja de analizar cómo se reacomoda el escenario luego de su supuesta decisión de no competir por ningún cargo en las próximas elecciones.

Sigue siendo la figura política del oficialismo que más mide, pero su intención de voto ha ido menguando. Gran parte de su futuro político va a estar atado a retener el control de la provincia de Buenos Aires con un Kicillof preocupado por la eventual ausencia de su jefa política en la boleta para traccionarlo. Todo parece indicar que se inicia un camino cuesta arriba para la gran protagonista de la política de las últimas dos décadas.