EL BUEN PASTOR ANUNCIADO POR LOS PROFETAS- Meditación diaria – Meditación diaria – Francisco Fernández-Carvajal

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Adviento. 1ª Semana. Sábado

EL BUEN PASTOR ANUNCIADO POR LOS PROFETAS

— Jesucristo es el Buen Pastor prometido por los Profetas. Nos conoce a cada uno por nuestro nombre.

— El Señor ha dejado en su Iglesia buenos pastores.

— Encontramos al Buen Pastor en la dirección espiritual.

I. Si te desvías a la derecha o a la izquierda, tus oídos oirán una palabra a la espalda: «Éste es el camino, caminad por él»1. Una de las gracias mayores que el Señor nos puede dar en esta vida es la de tener claro el camino que nos conduce a Él y contar con una persona que nos ayude a salir de nuestros desvíos y errores para retornar de nuevo al sendero bueno.

En muchos momentos de su historia, el pueblo de Dios se encontró sin rumbo y sin camino, en el desconcierto y abatimiento más grandes, por falta de verdaderos guías. Así halla el Señor a su pueblo: como ovejas sin pastor, según nos narra el Evangelio de la Misa de hoy2. Al ver a las gentes se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, «como ovejas que no tienen pastor». Sus guías se habían comportado más como lobos que como verdaderos pastores del rebaño.

En la larga espera del Antiguo Testamento, los Profetas anunciaron, con siglos de antelación, la llegada del Buen Pastor, el Mesías, que guiaría y cuidaría amorosamente su rebaño. Sería un pastor único3, que buscaría a la oveja perdida y a la extraviada, vendaría a la herida y curaría a la enferma4. Con Él, las ovejas estarían seguras y, en su nombre, habría otros buenos pastores con el encargo de cuidarlas y guiarlas: Les daré pastores que de verdad las apacienten, y ya no habrán de temer más, ni angustiarse ni afligirse5.

Yo soy el buen pastor6, dice Jesús. Ha venido al mundo para congregar al rebaño de Dios7: Andabais, nos dice San Pedro, como ovejas descarriadas, mas ahora os habéis convertido al pastor y guardián de vuestras almas8; viene el Buen Pastor para recoger a su rebaño de su extravío9, para guiarlo10, para defenderlo11, para alimentarlo12, para juzgarlo13, para conducirlo por fin hasta las praderas definitivas, junto a las aguas de la vida14.

Jesús es el Buen Pastor anunciado por los Profetas. En Él se cumplen al pie de la letra todas las profecías. Él conoce y llama a cada una de las ovejas por su nombre15. ¡Jesús nos conoce personalmente, nos llama, nos busca, nos cura! No nos sentimos perdidos en medio de una humanidad inmensa y sin nombre. Somos únicos para Él. Podemos decir con toda exactitud: Me amó y se entregó por mí16. Él distingue mi voz entre otras muchas. Ningún cristiano tiene derecho a decir que está solo. Jesucristo está con él, y si se ha perdido por los caminos del mal, el Buen Pastor ha salido ya en su busca. Solo la mala voluntad de la oveja puede hacer fracasar el desvelo del pastor; el no querer regresar al aprisco. Solo eso.

II. Además del título de Buen Pastor, Cristo se aplica a sí mismo la imagen de la puerta por la que se entra al aprisco de las ovejas, que es la Iglesia. Ella «es un redil cuya única y obligada puerta es Cristo. Es también una grey de la que el mismo Dios se profetizó Pastor, y cuyas ovejas, aunque conducidas ciertamente por pastores humanos, son, no obstante, guiadas y alimentadas continuamente por el mismo Cristo, Buen Pastor y Príncipe de los pastores, que dio su vida por las ovejas»17.

Jesús ha dispuesto que haya en su Iglesia buenos pastores para que en su nombre guarden y guíen a sus ovejas18. Por encima de todos y como Vicario suyo en la tierra estableció a Pedro y a sus sucesores19, a quienes hemos de tener una especial veneración, amor y obediencia. Junto al Papa y en comunión con él, a los obispos, como sucesores de los Apóstoles.

Los sacerdotes son buenos pastores, especialmente en la administración del sacramento de la Penitencia, donde nos curan de todas nuestras heridas y enfermedades. «Recuerden –decía Juan Pablo II– que su ministerio sacerdotal (…) está ordenado, de manera particular, a la gran solicitud del Buen Pastor, que es la solicitud por la salvación de todo hombre (…), que los hombres tengan vida, y la tengan en abundancia, para que ninguno se pierda, sino que tengan la vida eterna»20.

Cada cristiano debe ser un buen pastor también de sus hermanos, especialmente por medio de la corrección fraterna, del ejemplo y de la oración. Pensemos con frecuencia que de alguna forma también nosotros somos buenos pastores de las personas que Dios ha puesto a nuestro lado. Tenemos obligación de ayudarles –con el ejemplo y la oración– a que anden el camino de la santidad y perseveren en la correspondencia a los dones y llamadas del Buen Pastor, que nos conduce a los pastos de la vida eterna.

El oficio de buen pastor es un oficio delicado en extremo: exige mucho amor y mucha paciencia21, valentía22, competencia23, mansedumbre también, prontitud de ánimo24 y un gran sentido de la responsabilidad25. El descuido de esta misión ocasionaría gravísimos daños al pueblo de Dios26: «el mal pastor lleva a la muerte incluso a las ovejas fuertes»27.

«Cuatro son las condiciones que debe reunir el buen pastor. En primer lugar, el amor: fue precisamente la caridad la única virtud que el Señor exigió a Pedro para entregarle el cuidado de su rebaño. Luego, la vigilancia, para estar atento a las necesidades de las ovejas. En tercer lugar, la doctrina, con el fin de poder alimentar a los hombres hasta llevarlos a la salvación. Y finalmente la santidad e integridad de vida; esta es la principal de todas las cualidades»28.

A todos nos corresponde pedir insistentemente que no falten nunca los buenos pastores en la Iglesia. Especialmente hemos de pedir por aquellos que Dios ha constituido como buenos pastores para nuestras almas.

III. Cada uno de nosotros necesita un buen pastor que guíe su alma, pues nadie puede orientarse a sí mismo sin una ayuda especial de Dios. La falta de objetividad, el apasionamiento con que nos vemos a nosotros mismos y la pereza, van oscureciendo nuestro camino hacia el Señor. Y llega entonces el estancamiento espiritual, la tibieza y el desánimo. En cambio, «de manera semejante a como una nave que tiene buen timonel llega sin peligro a puerto, así también, el alma que tiene un buen pastor lo alcanza fácilmente, aunque haya cometido muchos errores»29.

«Cualquiera comprende sin dificultad que para realizar la ascensión de una montaña es necesario un guía; lo mismo sucede cuando se trata de la ascensión espiritual…; y tanto más, cuanto que en este caso hay que evitar los lazos que nos tiende alguien (el demonio) muy interesado en impedir que subamos»30.

La dirección espiritual nos es necesaria para que no tengamos que decir, al final de nuestra vida, lo mismo que los judíos después de vagar por el desierto sin rumbo ni sentido: 40 años hemos dado vueltas alrededor de la montaña31. Hemos vivido sin ton ni son, sin saber adónde íbamos, sin que el trabajo o el estudio nos acercara a Dios, sin que la amistad, la familia, la salud y la enfermedad, los éxitos o los fracasos nos ayudaran a dar un paso adelante en lo verdaderamente importante: la santidad, la salvación. Para que no tengamos que decir que hemos vivido de cualquier manera, sin sentido, entretenidos con cuatro cosas pasajeras. Y todo, porque nos faltaron unas metas sobrenaturales en las que luchar, un camino claro y un guía.

Puede ser necesario confiar a alguien la dirección de nuestra alma, porque todos necesitamos una palabra de aliento si llega el desánimo por nuestras derrotas en este camino de Dios. Precisamos entonces de esa voz amiga que nos dice ¡adelante!, ¡no debes pararte, porque tienes la gracia de Dios para superar cualquier dificultad! Dice el Espíritu Santo: Si uno cae el otro lo levanta: pero ¡ay del que está solo, que cuando cae no tiene quien le levante!32. Y con esa ayuda nos recomponemos por dentro, y sacamos fuerzas cuando nos parecía que ya no nos quedaba ninguna, y seguimos nuestro camino.

Es una gracia especial de Dios poder contar con esa persona amiga que nos ayuda eficazmente en algo de tanta importancia, a la que podemos abrir el alma en una confidencia llena de sentido humano y sobrenatural. ¡Qué alegría poder comunicar lo más íntimo de nuestros sentimientos, para orientarlos a Dios, a alguien que nos comprende, nos estima, nos abre horizontes nuevos, nos alienta, reza por nosotros, y tiene una gracia especial del Señor para ayudarnos! Pero es importante acudir al que es verdaderamente buen pastor para nosotros, aquel a quien el Señor quiere que acudamos.

San Lucas nos narra de qué manera el hijo pródigo siente la necesidad de descargar el peso que agobia su alma. También Judas se siente agobiado por la carga de su traición. El primero se dirige a quien tiene que ir y encuentra una paz que ni siquiera podía imaginar; restableció de nuevo su vida. Judas debió volver a Jesús, quien, a pesar de su pecado, lo hubiera acogido y confortado, como a Pedro. Fue, sin embargo, a quien no debía: a quienes eran incapaces de comprender, y, sobre todo, incapaces de dar a aquel hombre lo que necesitaba. ¿A nosotros qué? Allá tú, le dicen.

En la dirección espiritual encontramos al Buen Pastor que nos da las ayudas necesarias para no perdernos, para recuperar el camino si nos hubiéramos desorientado en nuestro andar hacia Cristo.

Nuestra Madre Santa María nos muestra siempre el sendero seguro que conduce a Cristo.

1 Primera lectura de la Misa, Is 30, 21. — 2 Mt 9, 35-10; 1, 6-8. — 3 Ez 34, 23. — 4 Cfr. Ez 34, 16. — 5 Jer 23, 4. — 6 Jn 10, 11. — 7 Mt 15, 24. — 8 1 Pedr 2, 25. 9 Lc 15, 3-7. — 10 Jn 10, 4. — 11 Lc 12, 32. — 12 Mc 6, 34. — 13 Mt 25, 32. — 14 1 Pedr 5, 4; Apoc 7, 17. — 15 Jn 10, 3. — 16 Gal 2, 20. — 17 Conc. Vat. II, Const. Lumen gentium, 6. — 18 Ef 4, 11. — 19 Jn 21, 15-17. — 20 Juan Pablo II, Carta a todos los sacerdotes, 8-IV-1979, 7. — 21 Is 40, 11; Ez 34, 4. — 22 1 Sam 25, 7; Is 31, 4; Am 3, 12. — 23 Prov 27, 23. — 24 1 Pedr 5, 2. — 25 Mt 18, 12. — 26 Is 13, 14-15; Jer 50, 6-8. — 27 San Agustín, Sermón 46, Sobre los pastares. — 28 Santo Tomás de Villanueva, Sermón sobre el Evang. del Buen Pastor, en Opera omnia, Manila 1922, pp. 324-325. — 29 San Juan Clímaco, Escala del Paraíso. — 30 D. Garrigou Lagrange, Las tres edades de la vida interior, Ed. Palabra, vol. I, 2ª ed., p. 297. — 31 Dt 2, 1. — 32 Eccl 4, 10.