El primer trimestre marca 21% de inflación contra 17,8% del dólar. Mientras el FMI vuelve a presionar por más devaluación, crece tensión política interna
Decía Jorge Luis Borges: «Dos es una mera coincidencia, tres es una confirmación». Y la frase aplica plenamente a la política económica de estos días, porque en marzo quedó confirmado que el retraso cambiario volvió a ser una política de Estado, en contra de lo que habían afirmado los propios funcionarios y de la aceleracion devaluatoria que había pedido el Fondo Monetario Internacional.
La tasa devaluatoria de marzo fue de 6%, mientras la inflación, según la estimación de las principales consultoras, tendrá un piso de 7%. De esta forma, se acumula el tercer mes consecutivo en el que los precios le ganan la carrera al dólar.
Lo mismo había ocurrido en febrero, con un «crawling peg» de 5,4% mientras el IPC registró un 6,6%. Y antes, en enero, la inflación había sido de 6% mientras que el tipo de cambio había avanzado un 5,5%.
En conclusión, el primer trimestre del año confirma el regreso del «ancla cambiaria»: mientras la inflación acumulada en el período es de 21%, la tasa devaluatoria corre de atrás de una velocidad de 17,8%
De mantenerse esta tendencia, la inflación terminaría el año en torno de 114% mientras que la devaluación sería de 92%. En otras palabras, la economía volvería a perder competitividad, dado que los precios, medidos en dólares, se encarecerían en un 10%.
En realidad, no es un tema que resulte sorpresivo en un año electoral: es un clásico que en la previa de una votación haya una ralentización de la tasa devaluatoria, acorde con el principio de que ningún gobierno puede obtener un buen resultado en las urnas si no hay calma en el tipo de cambio. Pero también es cierto que el Gobierno se había comprometido con el FMI a mantener una tasa devaluatoria, como mínimo, en línea con la inflación.
El ministro Sergio Massa se comprometió con el FMI a llevar la tasa devaluatoria por encima de la inflación, lo cual implicaría un cambio drástico respecto de la actual política cambiaria
El tema fue objeto de un recordatorio en la última revisión del programa «stand by», y el equipo de Sergio Massa se mostró de acuerdo con el pedido del organismo.
«Para mejorar la acumulación de reservas, la tasa de devaluación deberá ubicarse de manera consistente por encima de la inflación», dice el documento aprobado por el staff del FMI.
¿Otro volantazo cambiario?
Si se cumpliera efectivamente el pedido del Fondo, eso implicaría un cambio importante en el plan económico respecto de lo que se ha visto en los últimos tres meses.
Es cierto que es un retraso leve si se lo compara con otros momentos de este gobierno. Durante 2021, el entonces ministro Martín Guzmán y el presidente del Banco Central, Miguel Pesce, habían ingresado en un sendero de fuerte retraso cambiario, en el que por cada tres puntos de inflación el dólar apenas se movía un punto.
Era uno de los principales temas que el Gobierno se comprometió a corregir cuando firmó el acuerdo «stand by» con el FMI. Y, de hecho, el cambio de política devaluatoria empezó a notarse cuando Massa asumió el ministerio. A partir de su debut como «superministro», se empezó a notar una aceleración del «crawling peg»: en agosto se había ubicado en 5,7%, subió a 6,2% en septiembre, a 6,4% en octubre y alcanzó un pico de 6,6% en noviembre. En diciembre bajó a 6,2% pero igual se volvió a ubicar encima del IPC.
Esta política permitió que se atenuara la «inflación en dólares», que en 2022 fue de 12,7%, un valor relativamente bajo si se considera que el año anterior había sido de 25%. Y es un punto que repetidas veces el equipo de Massa defendió como parte del programa de estabilización y recuperación de la competitividad. Por caso, el viceministro Gabriel Rubinstein lo mencionó al contestar las críticas sobre la generación de una «bomba financiera».
«En cuanto al crawling peg, se ha dejado de lado la política de atrasarlo», afirmó explícitamente Rubinstein, en la parte de su columna en la que analiza la política cambiaria y declara que el objetivo de corto plazo es reducir la brecha entre el tipo de cambio oficial y el paralelo.
Sin embargo, lo que se está viendo desde el comienzo de año es un quiebre de tendencia en la política cambiaria: ya nadie se imagina que, ante una inflación de más del 7% por mes, el Banco Central apure la tasa devaluatoria para mover al dólar un 8% mensual.
Para el kirchnerismo, una tasa devaluatoria más rápida puede transformarse, en sí mismo, en un factor inflacionario
El kirchnerismo presiona por un «dólar ancla»
Para Massa, esta situación implica una complicación no sólo a nivel económico, sino también a nivel político, porque una de las principales críticas que se le hacía desde el kirchnerismo era haber fomentado un «crawling peg» que se ubicara consistentemente por encima de la inflación.
El argumento es que, en la situación de inflación creciente en que se encuentra la economía argentina, una tasa devaluatoria acelerada se puede convertir, en sí misma, en un factor inflacionario.
Fue la propia Cristina Kirchner quien, en su reciente discurso en la Universidad de Río Negro, planteó que la política de mantener al dólar por encima de la inflación, y a la tasa de interés por encima de ambos, es un esquema que puede profundizar la crisis.
El argumento que el kirchnerismo viene planteando desde hace tiempo es que con una inflación en alza se necesita echar mano a un ancla. Alegan que muchos comerciantes que toman como referencia al dólar a la hora de fijar sus precios, tenderán a acelerar sus aumentos a modo de cobertura, por lo que se puede ingresar en una espiral nominal ascendente.
Esa política, a la que Massa denomina «alineamiento de las variables» y define como una forma de moderar las expectativas inflacionarias, ha sido señalado por Cristina Kirchner como uno de los puntos a revisar en el acuerdo con el FMI.
Y el punto fue profundizado en el comunicado de La Cámpora titulado «El Fondo Monetario y los reveses de sus políticas». En ese texto se insinúa que, lejos de buscar una disminución de la inflación, el acuerdo «stand by» la alienta como forma de equilibrar las cuentas fiscales.
«¿No será que la morfina para que el pueblo soporte inicialmente el acuerdo es la inflación? Queda claro que el acuerdo es inflacionario», es el elocuente planteo de la agrupación kirchnerista.
Toda esta situación pone una nota de duda sobre hasta qué punto el ministro Massa seguirá teniendo la convicción -y el apoyo político interno- como para sostener su plan de que la tasa devaluatoria supere al IPC y que la tasa de interés siga siendo positiva en términos reales.
A juzgar por lo que se está viendo en estas semanas con la relación entre el dólar y los precios, todo indica que el kirchnerismo podría imponer su punto de vista y que se esté ingresando en una nueva etapa de «dólar ancla».
Como contrapartida, Massa no encontró prácticamente ningún escollo político para implementar el «dólar agro» que, en los hechos, supone una devaluación temporaria del 44%. Y, sobre todo, implica un achique en la brecha entre el tipo de cambio oficial y el del dólar paralelo: desde el 89% en que se encuentra hoy, bajará al 35%, lo cual supondrá un estímulo para que los productores se apuren a liquidar sus tenencias.
Puesto en términos de precio internacional, los productores se quedarán con un 50% del precio al que cotiza la soja en el mercado de Chicago, mientras hoy apenas se quedan con un 35%.
Con la aceleracion inflacionaria, volvieron las presiones del FMI para que la tasa de interés se ubique en una zona positiva en términos reales
La tasa de interés de plazo fijo ¿también en la mira?
El segundo dato que marca un cambio de tendencia, y que a pesar de no estar en el foco de atención política es muy seguido por los inversores, es la relación entre la inflación y la tasa de interés. A pesar de la reciente corrección de tres puntos en la tasa anual, los plazos fijos siguen corriendo de atrás a la inflación, dado que se ubican en un 6,5% mensual.
Es otro de los puntos que contradicen los pedidos del FMI, que remarca la importancia de que se mantengan las tasas pasivas en términos reales positivos, como forma de fomentar que los ahorristas mantuvieran la demanda de pesos y no corrieran a refugiarse en el dólar.
En realidad, la mayoría de los economistas muestra discrepancias con la postura del FMI, respecto de la importancia de la tasa de interés como arma anti inflacionaria. «Es una herramienta que claramente ha perdido efectividad en la economía local. Su baja incidencia se explica por la escasa profundidad del crédito bancario (menor al 7% del PBI) y que opera mayoritariamente a tasa fija», argumenta un informe de la consultora Mega QM.
La expectativa del mercado es que el Gobierno instrumente políticas diferenciadas para las tasas minoristas del sistema bancario y las que paga el Tesoro por los bonos con los que financia el déficit del gasto público. Mientras en el primer caso no se percibe una urgencia por subir las tasas, en el segundo sí hay una preocupación por mantener un interés real positivo, dados los abultados vencimientos que le esperan al Tesoro a corto plazo -mas de $3 billones en el segundo trimestre del año-.
En todo caso, la lupa del mercado seguirá puesta sobre la tasa, en la medida en que la inflación no dé señales de moderación. Y es uno de los puntos que mayor debate interno han generado en el Gobierno, dado que hay un sector que se queja de su efecto recesivo, por el encarecimiento del crédito productivo.
Es cierto que si se hace la proyección anual, la tasa de interés efectiva -es decir, acumulando los intereses al capital- llega a 107%, con lo cual todavía es debatible si llegó el momento de subir la tasa o si hay margen para esperar una moderación de la inflación. Pero, tal como está hoy el panorama macro, y con economistas que prevén un 120% de inflación para el año, las presiones sobre la tasa de interés vuelven a hacerse notar.
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