viernes, marzo 29

El engaño ya no tiene aval suficiente

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Nota extraída de La Nación por Héctor M: Guyot

Sergio Massa, Alberto Fernández y Cristina Kirchner durante la Asamblea Legislativa, en marzo
Sergio Massa, Alberto Fernández y Cristina Kirchner durante la Asamblea Legislativa, en marzoRodrigo Néspolo

Parece que el kirchnerismo entró en fase de eclipse como fenómeno político y se encamina a consolidarse como fenómeno judicial, que son o deberían ser dos cosas muy distintas, por más que Cristina Kirchner ponga sus mejores empeños en homologarlas.

Sergio Urribarri, exgobernador de Entre Ríos, es condenado a ocho años de cárcel por delitos contra la administración pública y debe renunciar a su cargo de embajador en Israel y Chipre. La Corte Suprema rechaza los recursos que Lázaro Báez, Julio de Vido, Juan Pablo Schiavi y otros exfuncionarios kirchneristas habían interpuesto para entorpecer el desarrollo de las causas de corrupción que se le siguen.

La política puede ser el medio elegido para cometer ilícitos de enorme magnitud, de eso no hay duda. Basta con asomarse a cualquiera de los numerosos expedientes judiciales en los que se investiga la corrupción de la “década ganada”. Pero los delitos tipificados en el Código Penal son solo eso, delitos, y la nación incapaz de juzgarlos no tiene destino, especialmente cuando se trata de aquellos cometidos por quienes administran los bienes públicos y deberían ser ejemplo de apego a la ley. Cuando no lo son, cuando la política es solo el medio para consumar un saqueo, la acción ejemplificadora debe provenir de la Justicia, a través de sentencias basadas en juicios transparentes.

«Solo así, volviendo a la ley, será posible salir de la espiral de empobrecimiento y degradación en que nos debatimos»

Todo hace presumir que en la Justicia argentina, tantas veces acomodaticia y titubeante, hoy hay jueces capaces de asumir este papel. Solo así se podrá restaurar la dignidad magullada de un país acostumbrado a cerrar los ojos y seguir adelante a base de pactos de una elite que vive de espaldas a los padecimientos y las necesidades de la sociedad. Solo así, volviendo a la ley, será posible salir de la espiral de empobrecimiento y degradación en que nos debatimos.

La intención de colonizar a la Justicia desde la política es una vieja obsesión de la vicepresidenta. Y llegó bastante lejos, ayudada por una tropa de ocupación que se autoproclama “legítima” y que reemplazó las garantías que ambas partes han de tener en todo proceso judicial por una militancia abierta desde la que se falla siempre a favor de la jefa. Jueces que, con la camiseta puesta, tienen la sentencia absolutoria firmada de antemano. Esta avanzada acompañó, desde la trinchera y con su “aval académico”, el intento de darle apariencia legal a la destrucción de la división de poderes. En 2013, durante el tercer gobierno kirchnerista, la entonces presidenta impulsó un paquete de leyes para “democratizar la Justicia”. Fue un intento grosero, aunque disfrazado con ropajes institucionales, de vaciar a la democracia desde adentro, tal como lo hicieron Alberto Fujimori en Perú, Hugo Chávez en Venezuela y tantos otros autócratas megalómanos que sueñan con una impunidad y un poder eternos.

No lo consiguió, pero en 2019 volvió al poder para embestir de nuevo. De eso depende su suerte. Antes como ahora, el blanco principal, la cabecera de playa desde la cual lograr el objetivo, es el Consejo de la Magistratura. Esta semana obtuvo, no sin dificultad, los votos en el Senado para aprobar su proyecto de ley de reforma del Consejo, que busca excluir a la Corte Suprema del organismo encargado de seleccionar y destituir a los jueces. Con el clásico mecanismo de la “proyección persecutoria”, ella y sus voceros acusan a la Corte de actuar con fines políticos y de intentar hacer un “golpe de Estado” al Consejo. Cristina sabe que el control de los jueces es la llave de la impunidad y que eso se logra con el control del Consejo de la Magistratura. El proyecto, sin embargo, encontrará un escollo aparentemente insalvable en Diputados. Hoy la vicepresidenta carece del poder político necesario para llevar adelante su plan.

Todo indica que el engaño ya no cuenta con el aval suficiente. Parece evidente que el kirchnerismo fue una construcción del matrimonio santacruceño para acceder al poder y al dinero en grandes cantidades, a la que la corporación peronista vitalicia, en sus vertientes política y sindical, y estimulada acaso por los mismos anhelos, adhirió sin titubear. Ahora que esa construcción se resquebraja y está lejos de garantizar el disfrute de esos dudosos privilegios, los mismos que celebraban con épica impostada el triunfo en las elecciones de 2019 abandonan el barco en busca de tierra firme mientras alrededor, ignorados, millones de argentinos se ahogan en un mar de privación y escasez sin horizonte a la vista. ¿Volveremos a ser rehenes de otro espejismo fraguado por el mismo y viejo peronismo?

En una pulsión autodestructiva, la vicepresidenta, con intención de salvarse, ataca el gobierno que ella misma creó. Su gobierno. Sergio Massa levantó las fichas y busca dónde ponerlas. El Presidente quedó solo, aunque se le puede reprochar que fue el primero en abandonar el Gobierno desde el momento en que eligió representar un papel casi fantasmal. Ahora, desde su soledad, clama a los compañeros: “No seamos sectarios. Si somos sectarios, vuelve Macri”. Que es como decir “muchachos, no sean giles, que perdemos la torta”.