El increíble caso del ministro que anuncia obras que no se harán
Son parte de un raid de Gabriel Katopodis que arrancó en marzo y acumula 67 actos. El problema es que están cortándole los recursos, en medio del plan de ajuste del Gobierno
Alberto Fernández, Sergio Massa y Gabriel Katopodis.
No es ninguna novedad, a esta altura de la película, el enorme peso que el kirchnerismo le asigna al Estado en sus estrategias de poder y en la preservación del poder, aunque a veces, demasiadas veces, eso que ostentosamente llaman “Estado presente” se parezca bastante a un Estado ausente. En los hechos, a un Estado sobre todo funcional a los objetivos políticos.
La clave del modelo pasa de punta a punta por la caja, esto es, por un combo donde mandan los ingresos fiscales cuantiosos que se puedan conseguir, la presión impositiva al tope y, al final, un gasto público tirando a niveles récord.
Todo muy emocionante, salvo por algunos detalles: como ha ocurrido y ocurre con otros gobiernos, el kirchnerismo tiene la costumbre de no ahorrar y gastar pensando en la elección que viene, su fuerte no es la gestión ni el orden de las cuentas públicas y, obviamente, no siempre nada en plata ni la economía acompaña.
Ese modo de manejar el Estado que es también una manera de entender al Estado emerge, nítido, en datos de un trabajo de especialistas publicado recientemente en el sitio Alquimias Económicas.
Revela que en tiempos de la súper soja a precios internacionales sin precedentes y de retenciones que bombeaban recursos a pasto, el gasto público total pegó un salto histórico.
Pasó de representar poco más del 13% del PBI en 2006 al 24% en 2015, lo que se dice un despliegue de fondos a lo grande que arrancó al final del gobierno de Néstor K. y se desparramó entre la primera y la segunda presidencia de Cristina K.
Por si no si no se entendieron del todo las implicancias de la movida, puestos en valores de hoy esos once puntos porcentuales del PBI ganados para lo que el poder y los objetivos del poder decidieran equivalen a US$ 60.000 millones largos o, si se prefiere, a unos 6.000 millones de dólares por año.
Para mayor abundancia, vale agregar el duro contraste con los US$ 1.700 millones bajo cero, en rojo, que marcan las reservas netas del Banco Central. Esto es, lo poco que queda de aquellos años de la súper soja en un lugar taladrado por la imprevisión.
Ahí tenemos otra muestra de cómo el kirchnerismo administra y valora los recursos del Estado. La que sigue suena parecida a eso que se llama el Estado ausente.
Durante los años de bonanza, cuando el gasto total escalaba hasta el 24% del PBI, a la inversión pública y a la infraestructura nunca se les destinó más que un raquítico 2,9% y sólo fue durante dos años de una serie de 16 que empezó en 2007. Cristinismo pleno ya, últimamente bajo el reino del ajuste fiscal la serie registra 1% del PBI en 2020; 1,4% en 2021 y 1,6% el año pasado.
En América latina el promedio anda en los alrededores del 2,8% y lo aconsejable para países como la Argentina es 4%.
Una rareza no tan rara, con inocultable olor a propaganda electoral, es la que en esta película protagoniza el ministro de Obras Públicas. A contramano del panorama apretado que empiezan a mostrar informes de su propio gobierno y a sentir él mismo, Gabriel Katopodis se la pasa anunciando inversiones sin parar, va de inauguración en inauguración, a veces tres por día, y acumula 67 actos desde marzo.
Algunas funciones han sido amenizadas por Alberto Fernández, Axel Kicillof, Wado de Pedro, la ministra Tolosa Paz y hasta por el canciller Cafiero. Y nunca faltan los intendentes que entran en el reparto, la mayoría obviamente del palo kirchnerista.
El caso es que los esfuerzos de Katopodis enfrentan un problema creciente llamado ajuste, como quedó patente en el bajón del 43% real que el año pasado le pegó a los giros de la Nación a la provincia y los recortes del 26% y el 28%, también del tipo reales, que lo sacuden en los primeros meses de 2023.
Resultado: los trabajos se paralizan, se suspenden o entran en la zona del limbo, como dicen empresas constructoras. En la volteada entran viviendas, caminos y obras de saneamiento ambiental y urbanas. También deudas del propio ministerio con proveedores y contratistas que van acumulándose.
Aún así, la gran carta que Katopodis mantiene y a la que apuesta es el peso de Buenos Aires dentro de la estrategia kirchnerista, clarísimo en la manifiesta decisión de Cristina de conservar y reforzar el poder y el capital político que ha cosechado allí.
Por de pronto, la Provincia sigue recibiendo en grande de una caja que se maneja y administra desde la Casa Rosada. Es una montaña de plata que surge de un viejo truco K: subestimar los ingresos estimados en el Presupuesto Nacional, sobre todo la recaudación impositiva. Así, sólo en el primer cuatrimestre de 2023, la maniobra dejó libres y disponibles nada menos que $ 284.700 millones.
Según cantan planillas incluidas en un trabajo de la consultora Aerarium, al despacho del siempre privilegiado gobernador Axel Kicillof ya llegaron $ 107.000 millones, o sea, el 37,6% del total. Parte de un juego conocido como el de las “transferencias discrecionales”, para la Ciudad Autónoma hubo un modesto 8% y todavía más modestos 5% y 6,5% para Santa Fe y Chaco respectivamente.
Donde ahora la guadaña del ajuste corta sin piedad es en un paquete que fue pieza central del modelo K: la montaña de subsidios, sobre todo a la energía eléctrica y al gas, que bancó larguísimos períodos de tarifas congeladas y en los hechos benefició más a los sectores de altos ingresos que a los de bajos ingresos.
Datos originados en fuentes oficiales registran años en los que la cuenta de los subsidios, encima indiscriminados, aumentó un 93%, 45 puntos porcentuales por encima de la inflación, y representó un 4% del PBI o el doble de la inversión pública. ¿En qué categoría del Estado K entra este manejo de recursos limitados que bordea el derroche?
Ahí queda al descubierto, nuevamente y de hecho, el papel que los también denominados gastos de capital tienen en el modelo.
Así terminaron en la banquina inversiones en infraestructura claves en cualquier plan de desarrollo: desde rutas, puentes y puertos hasta energía renovables y ferrocarriles. Igual que las destinadas a atender servicios básicos, ausentes o precarios, como agua potable, cloacas y alcantarillado.
Pero como son obras de rendimiento político lento, pasa aquí algo que pasa en otras partes: se las patea para adelante y se gasta en aquello que rinde rápido.
En el mientras tanto ciertas formas clásicas del subdesarrollo siguen ganando terreno. Y puede ocurrir, como ocurre, que los gastos de capital sean acorralados por algún programa de ajustes, venga del Fondo Monetario o de la imposibilidad de seguir sosteniendo déficits fiscales ya insostenible.
Visto el cuadro completo y algunas de sus consecuencias, cuesta encontrar en qué lugar entran una consigna y un comentario que Cristina Kirchner disparó estos días. Y también dónde se pone ella misma, la vicepresidenta.
Dijo en un caso: “Resulta imprescindible, más que nunca, la construcción de un programa de gobierno que vuelva a enamorar a los argentinos y a la Argentina”.
Y en el siguiente planteó “que el FMI nos permita elaborar un programa propio de crecimiento, industrialización e innovación tecnológica, si no va a ser imposible pagarle”.
Rarezas, nuevamente. Cristina habla de construir un programa de gobierno cuando lleva más de tres años en el gobierno. Y le hace un reclamo por lo mismo al FMI después de un acuerdo con el FMI que ya cumplió un año largo.