jueves, marzo 28

El método Massa para sobrevivir: la argentinidad al palo

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Nota extraída de La Nación por Claudio Jacquelin

El idioma con el que el ministro dialoga y se entiende con los factores de poder para ir tirando, tratando de encontrar el camino que lo lleve siempre un escalón más arriba

Sergio Massa
Sergio MassaAlfredo Sábat

Sergio Massa instituyó en los cuatro meses que lleva de gestión un sistema que le permite mantener intactas ilusiones de futuro, propias y ajenas, a pesar de muchos tropiezos y la ausencia de logros definitivos. Como ministro de Economía no son sus conocimientos en la materia los que mantienen a flote al Gobierno y sostienen su esperanza electoral, sobre todo del tigrense. Todo se reduce al “método y al idioma Massa”. El mismo con el que siempre se ha relacionado con los factores de poder desde su ingreso en la política.

Nada lo expone mejor que el episodio con el que Massa intentó esta semana “romper” el mercado de granos, en concierto con una compañía extranjera en el debut del Dólar soja 2. Lo que lo llevó abrir un frente de conflicto con la cámara de exportadores en beneficio, supuestamente, de los productores de la oleaginosas, aunque estos no salieron en defensa de ninguno de sus presuntos mecenas.

Las explicaciones posteriores del CEO argentino y las acciones de la empresa de origen chino no hicieron más que confirmar la capacidad y las formas de relacionamiento del ministro, antes que lograr desmentir las interpretaciones maliciosas.

La caja de herramientas de Massa desde que fue titular de la Anses, intendente de Tigre, jefe de Gabinete de Cristina Kirchner y candidato a Presidente hasta llegar al palacio de Hacienda, contienen los elementos básicos con los que ejerce su oficio, se mantiene a flote y sostiene una relación privilegiada con los factores de poder, políticos, sindicales y, particularmente, empresarios.

En ese método, en el que “prima una concepción transaccional de la política”, como lo describen aliados y exaliados de la política y la economía, Massa muestra, además de su capacidad de trabajo infatigable, un pragmatismo extremo y una reconocida creatividad destinados a correr siempre los límites de lo posible (o lo permitido).

Operativamente su manual se traduce en concesiones parciales, medidas provisionales, soluciones a medias, discrecionalidades varias, promesas, presiones y cumplimiento en cuotas de lo acordado. Ese es el idioma con el que Massa dialoga y se entiende con los factores de poder para ir tirando, tratando de encontrar el camino que lo lleve siempre un escalón más arriba. Sin perder nunca pierde el norte (literalmente).

“Sergio conoce mejor que nadie a los dirigentes argentinos. Habla el mismo idioma y sabe cómo relacionarse con ellos, qué necesitan, qué le pueden dar, qué debe concederles y dónde y con qué los puede presionar para que cumplan”, explica uno de sus allegados, que lo conoce íntimamente desde hace más de dos décadas.

Esa descripción da respuesta a la perplejidad que expresa una reputada economista y es compartida por varios empresarios y dirigentes políticos: “Massa se la pasa sacando conejos, que no resuelven los problemas pero le han permitido ganar tiempo, mejorar un poco la situación y evitar que todo se agrave o se desmadre. Pero lo más notable es que la fábrica de conejos parece inagotable y que sigue consiguiendo quien se los compre.”

Solo el texto sin contexto hace todo eso inexplicable. Como explica aquel allegado del ministro, el sustrato sobre el que se mueve hace viable su método. El cortoplacismo argentino, las opacidades de una economía en la que casi la mitad de lo que se produce y se comercia se mueve en la informalidad, la dependencia constante de decisiones administrativas del Estado para poder producir y comercializar de la mayoría de los sectores, el rigor o la vista gorda arbitrarios de autoridades de aplicación y las restricciones cambiarias hacen posible ese trapicheo en el que se entienden y conviven en tensión los actores económicos y el ministro de Economía.

Eso es posible porque los vínculos de Massa no son nuevos. El quincho de su casa de Tigre es uno de los escenarios donde se han forjado estrechísimas relaciones, se han revelado mutuas intimidades y se han gestado compromisos mutuos entre el anfitrión y muchas de las personas más poderosas del país, sin distinción de ideologías, pertenencias políticas, proyectos individuales o amistades.

En ese contexto resuena fuerte por estos días la definición que Néstor Kirchner le habría dedicado al ahora ministro en 2008: “Vos sos como yo, pero más hijo de puta”, que el propio descripto disfrutaba de contar, según reveló el periodista Diego Genoud en su libro “Massa. La biografía no autorizada”.

Allí el autor expone, además, los estrechos y antiguos lazos del ministro con buena parte de los principales empresarios nacionales que operan, por lo general, en mercados regulados. Entre ellos se destacan especialmente banqueros, como el fallecido Jorge Brito, petroleros, como la familia Bulgheroni, o los multifacéticos José Luis Manzano y Daniel Vila, a todos los cuales se identifica como antiguos mecenas de la carrera político-electoral de Massa.

Tales relaciones dieron verosimilitud y convirtieron en leyenda un vaticinio también atribuido a Kirchner, complementario de la definición antes citada, que allegados a Massa no admiten ni desmienten: “Vos vas a llegar, porque tenés ambición, amigos con plata y sos un hdp”.

Las dos ediciones del dólar soja, el dólar Qatar, el desdoblamiento cambiario para el turismo receptivo (aún en proceso), la habilitación por goteo (o sorteo) de los permisos de importación a dólar oficial, la participación casi forzosa (o forzada) en las renovaciones del financiamiento al cada vez más asfixiado fisco, el bono de fin de año, los alivios fiscales diferenciales, son vistos como los productos que llevan el sello de las herramientas de Massa.

El toma y daca al que empresarios de distintos rubros cuentan que se someten para poder lograr los dólares destinados a importar insumos para fabricar bienes en el país, las promesas parcialmente cumplidas (o incumplidas) de autorizaciones o beneficios fiscales de distinta índole son parte de una danza a la que ya están acostumbrados y de la que son parte, no de ahora, sino desde hace mucho tiempo. Pero Massa la va perfeccionando a diario.

Los relatos sobre concesiones que deben hacer industriales o sobre ofrecimientos de pasar por oficinas alternativas para destrabar limitaciones son parte de conversaciones cada vez más frecuentes en el mundo de negocios y con periodistas en off the record. Pero nadie se atreve a contarlo en público. “Es la argentinidad al palo, todos hablan el mismo idioma. Y nadie lo interpreta mejor que Sergio”, se jactan en el massismo.

Así Massa va logrando sumar meses de rodaje, aunque cada día con más costo y menos duración de cada parche, a la espera de que los planetas se alineen. Nada fácil. Los conejos padecen el síndrome del peso argentino, cada vez hay que fabricar más y sus propiedades duran menos.

Cada renovación de deuda pone en vilo a los funcionarios de Hacienda, que ven con preocupación que es menos lo que se logra renovar, como ocurrió esta semana. Y aún menos sería si los que toman esos papeles no fueran organismos públicos, que representan más del 50% de la cartera de acreedores y están obligados a sostener el giro de la calesita. Ya se lo advirtieron a Massa, a quien su autoestima le permite administrar pastillas de tranquilidad para sus funcionarios al borde de un ataque de nervios.

Los índices de inflación también siempre son un derecho a la expectativa que el ministro ejerce y renueva mes a mes sin mostrar resultados sostenidos, pero sin que se le vuelvan a disparar. Aunque para ello tenga que hacer prestidigitación para que no se vean los pases con los que compensa a rivales y competidores sin distinguir entre empresas de buena reputación y cumplimiento con el fisco y otras de opaca contabilidad y productos de dudoso origen. Sobre todo cuando se trata de consumo masivo. Hay que sostener cantidades y precios. El abasteciemiento y la estabilidad es todo.

Así, se incrementan los reclamos que ejecutivos de compañías multinacionales manifiestan cada vez con mayor insistencia. Las explicaciones que deben dar a sus casas matrices no son sencillas respecto de la igualdad de trato que da el Gobierno a algunos competidores locales cuyas prácticas están bajo sospecha. El malestar ya llegó a las sedes de países a los que Massa seduce y de los que necesita apoyo. Es el eterno conflicto entre las restricciones externas e internas, que el ministro administra. Por ahora, no le va mal. El largo plazo es otra cosa.

Mientras se sostengan en el aire las naranjas todo puede seguir. Sus sostenes económicos y políticos necesitan que no se caigan y que el malabarista mantenga la confianza y la esperanza, aún a costa de resignar principios (y algo más). No tienen a nadie más con quien se entiendan mejor. Aún a riesgo de que al fin del camino se encuentren con que la acumulación de desequilibrios y la postergación de los problemas no terminen bien para nadie.

El mejor ejemplo lo da el cristicamporismo que mira para otro lado hasta una nueva genuflexión ante el campo, con la esperanza de que le permita sostener en pie la ilusión electoral. Ese es el verdadero largo plazo que todo el oficialismo mira (incluidos gobernadores, intendentes y sindicalistas). El método Massa es el único con el que cuentan para tratar de llegar a esa meta. Y su creador lo capitaliza día a día.