Sin embargo, el objetivo del Museo de la comida repugnante de Malmö, Suecia, no es provocarte naúseas, sino que exhibe comidas típicas y curiosas de todas partes del mundo apuntando a reflexionar y ver si somos capaces de vencer los prejuicios que se tienen con los otros.
“La repugnancia, más que ningún otro sentimiento, está culturalmente condicionado. Lo que a uno le disgusta depende en gran medida de lo que está acostumbrado y de lo que las personas a su alrededor consideran repelente”, explicó un periodista de The Economist tras visitar el museo.
Muchas veces, la repugnancia está causada más por la idea que nos produce un alimento que por su gusto. Según asegura el director del museo, Andreas Ahrens, todos los turistas reconocen al menos un plato de su región que para ellos es perfectamente habitual, pero que a otros les produce repugnancia. Cuando la gente reconoce que los gustos tienen mucho que ver con dónde uno fue criado, pueden también superar aquello que les desagrada y abrirse a nuevas experiencias. “Nuestro objetivo es abrir las cabezas”, explica Ahrens.
Por ejemplo, explicó que los japoneses, chinos y asiáticos en general, por ejemplo, tienen un fuerte rechazo por cualquier queso fuerte: un turista chino probó el queso danés Gamle Oles Farfar y “estuvo varios minutos sin poder hablar”, recordó.