Nota extraída de Infobae por Fernando González
Tras la victoria derechista en España, los equipos de campaña evalúan si algo así puede repetirse en Argentina. Es un fenómeno de conexión con las demandas sociales y alejado de la ideología
Uno de los programas de radio más escuchados en este tiempo en España es “La Mañana de Federico”. Lo conduce el periodista, publicista y empresario Federico Jimenez Losantos, un personaje de la tertulia política española que comenzó su activismo político en la izquierda maoísta y que viró a la derecha el día en que viajó a China y conoció por dentro al comunismo. Pasó a militar en el liberalismo, fundó un diario digital al comenzar este siglo (Libertad Digital) y puso en marcha su propia radio desde donde destroza al gobierno socialista con ironía y sátira implacables.
Jimenez Losantos es también un académico que estudió filosofía y dio clases de lengua y literatura. Escribió poesía, ensayos y su último libro (“El regreso de la derecha”) es un éxito de ventas.
La semana pasada, la fila para que Jimenez Losantos les firmara ejemplares a sus fanáticos ocupaba dos manzanas del Parque del Retiro, ya que la Feria del Libro de Madrid es al aire libre. En la portada del libro asoman el seguro candidato a presidente del Partido Popular español, Alberto Núñez Feijóo; la estrella reelecta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso; y el presidente del partido ultraderechista Vox, Santiago Abascal.
La salida del libro, para fortuna de Jimenez Losantos, coincidió con la verdadera paliza electoral que la derecha española le infligió al presidente socialista, Pedro Sánchez, y a sus aliados extremos de Podemos, la izquierda catalana y el partido vasco EH Bildu, formado por quienes aún reivindican el terrorismo de ETA.
La gran expectativa para la Argentina es saber si la ola de la derecha terminará cruzando el océano Atlántico para llegar al Río de la Plata. Varios de los presidenciables argentinos se movieron rápido para tratar de capitalizar el efecto de las elecciones en España. Horacio Rodríguez Larreta y Patricia Bullrich compitieron en las redes publicando tuits de felicitación a los populares Núñez Feijóo y Díaz Ayuso. Y Javier Milei mantiene contactos permanentes con Abascal y los principales dirigentes de Vox.
El kirchnerismo, que había hechos sus apuestas políticas por el Socialismo y sus aliados prefirió hacer silencio en las horas posteriores a la elección del 28 de Mayo. Pero muchos maldijeron cuando el polémico líder de Podemos, Pablo Iglesias, se encargó de trazar el paralelismo entre España y la Argentina.
“Los aliados de Cristina en España hemos sido derrotados”, disparó Iglesias en una entrevista radial que le hizo el periodista Ernesto Tenembaun. La frase trepó con velocidad a las portadas de la prensa digital y se metió en las mesas de análisis de todos los equipos de campaña de los múltiples candidatos argentinos.
¿Pueden los partidos ubicados a la derecha del espectro ideológico protagonizar una victoria contundente en las próximas elecciones del 13 de agosto y el 22 de octubre? Es una hipótesis que las falibles encuestas de la Argentina consideran cada vez más posible. La casi totalidad de los sondeos preelectorales le otorgan índices a los tres sectores políticos principales que empiezan a apuntar al esquema de moda de los tres tercios.
Juntos por el Cambio, que aunque Milei lo trate de “comunista” como consigna de campaña a Rodríguez Larreta, es un espacio de centro derecha semejante al Partido Popular español, conserva una intención de voto promedio cercana al 30%. Hasta hace un par de meses, estaba cinco puntos arriba de esa cifra pero la confrontación extrema entre sus dirigentes lo ha hecho descender sin poder todavía encontrar el piso.
En la derecha más extrema, Milei y su partido (La Libertad Avanza) crecieron en las encuestas con la corrida cambiaria de abril y se ubican cerca del 25% de la intención de voto aunque con perspectivas de crecimiento. Si el ministro de Economía, Sergio Massa, no consigue un acuerdo satisfactorio con el Fondo Monetario Internacional la semana próxima para sumar 2.000 o 3.000 millones de dólares que le permitan contener al dólar, una nueva corrida cambiaria antes de las PASO impulsará otra vez a Milei montado en la ilusión incomprobable de la dolarización.
El problema del Frente de Todos es la gestión irremontable del Gobierno. La inflación, el descontrol del dólar y el liderazgo tóxico de Cristina Kirchner han llevado al oficialismo a bajar del 30% de intención de voto y a empezar a coquetear con el 25%.
Por eso, es que la Vicepresidenta mantiene la expectativa sobre la incierta candidatura presidencial de Massa, lo mismo que deja correr el proyecto presidencial de Daniel Scioli y alimenta con la épica envejecida de “la generación diezmada” a la improvisada postulación de Eduardo de Pedro. De los tres posibles candidatos del Frente de Todos (los otros son un chiste), dos podrían pasar perfectamente como representantes del centroderecha.
Massa y Scioli, con sus contactos empresarios y sus vínculos en Washington con funcionarios y legisladores estadounidenses, ensayan de tanto en tanto algunas actuaciones de izquierda para agradar a Cristina. Esa función teatral, más los liderazgos populistas de una decena de caudillejos del interior del país, es la actualidad decadente de lo que ha sido el movimiento peronista.
Lo que están viendo algunos analistas y consultores que trabajan para los candidatos presidenciales es una tendencia de las sociedades urbanas a aceptar posturas de los partidos de derecha que hasta hace algún tiempo rechazaban por convicción ideológica o por simple temor de ciudadanos. Lo notaron en las recientes elecciones españolas y también en Italia, donde se va consolidando la jefa del gobierno (Giorgia Meloni) como la referente de una coalición de derecha todavía más extrema.
En España, por ejemplo, se registraron algunos fenómenos que sorprendieron a la dirigencia política. El Partido Popular, por ejemplo, ganó en los barrios preferidos de la comunidad LGTBQ+.
En el barrio madrileño de Chueca y en Sitges, un exquisito balneario a 80 kilómetros de Barcelona. En las playas malagueñas de Torremolinos y en las de Maspalomas, en las Islas Canarias, la derecha se impuso sin discusiones, y hasta Vox sumó unos cuantos votos. Días antes, la vicepresidenta segunda del gobierno socialista, Yolanda Díaz, había dicho sin preocuparse: “No me cabe en la cabeza que los gays voten a la derecha”. Tendrá que hacerse más lugar en su cabecita de izquierdas.
En las sierras de Madrid, por citar otro ejemplo, la ministra de Transición Ecológica, Teresa Ribera, anunció que cerraría varias de las pistas de esquí que usan los madrileños por el supuesto daño del calentamiento global. La respuesta fue un triunfo arrasador del Partido Popular en Navacerrada y en Cercedillas, los dos municipios que viven del turismo deportivo invernal. El temor a la pérdida de los puestos de trabajo fue la respuesta que dieron los pobladores. Cero ideología. Puro sentido común.
Un funcionario del Gobierno que participa de la estrategia electoral se preocupa por estas cuestiones. “Los candidatos de derecha hablan de dolarización, de cómo combatir la inflación, o de sus planes para ponerle freno a la inseguridad mientras nosotros estamos todo el tiempo en la pavada”, se resigna.
No es difícil despejar la ecuación de la pavada que atemoriza a muchos dirigentes oficialistas en el terremoto de la campaña electoral. En estos días, la ministra de Mujeres, Ayelén Mazzina, presentó el programa MenstruAR, por el que se distribuyen insumos para la gestión menstrual de las mujeres, con un discurso en el que afirmó que “menstruar es un acto político, porque no es algo individual sino que atraviesa a la mitad de la población del mundo”. En la Casa Rosada se agarran la cabeza.
Los integrantes más sensatos del Frente de Todos tampoco creen que les vaya a sumar muchos votos en la Patagonia el encuentro entre el secretario de Derechos Humanos, Horacio Pietragalla, y los integrantes de la organización pseudo mapuche “Lof Lafken Winkul Mapu”, quienes tomaron terrenos de Parques Nacionales en 2017 y debieron ser desalojados el año pasado por fuerzas federales. El representante del Gobierno se comprometió a devolverle parte de esas tierras y a construirle las viviendas.
Quienes no fueron invitados a la reunión en Buenos Aires son los propietarios a los que les tomaron los terrenos durante años, y que reclaman por una solución que les permita en muchos casos volver a los lugares que les pertenecen. El argumento de los auto denominados mapuches es que la “Machi” Betiana Colhuan tuvo una visión divina en la que se le reveló que esas tierras debían ser para ellos y que necesitan el lugar para prácticas espirituales y medicinales. Todo indica que los integrantes del clan serán desprocesados, se les revocará la prisión domiciliaria a cuatro de esas mujeres y se les darán tierras estatales a los usurpadores.
Lo que queda claro en la victoria de los partidos de derecha, y en la derrota de los sectores de la izquierda tradicional en España e Italia, es que esta vez las motivaciones no fueron ideológicas. En gran parte de esas sociedades, la derecha simplemente se alejó de los dogmas históricos (y de algunos de sus demonios) e interpretó esta vez demandas más cercanas a la vida real.
En cambio, basta mirar hacia lo más alto del Gobierno para comprobar la desorientación y el desconocimiento de lo que le está sucediendo a los argentinos más allá de sus despachos.
La inversión más contundente del presidente Alberto Fernández en los últimos días no ha sido para encarar alguna obra urgente de infraestructura ni para combatir la pobreza infantil que atraviesa al 60% de los chicos argentinos. Su gran contribución ha sido adquirir un avión de veinticinco millones de dólares para viajar al exterior en los siete meses de gestión que le restan.
Casi es una broma de mal gusto que el avión lo estén utilizando Massa y el diputado Máximo Kirchner para tratar de conseguir fondos para la batalla contra el dólar (en el caso del ministro de Economía), y para conocer China y aprovechar las largas horas del viaje en plan de rosca preelectoral en el caso del hijo de la Vicepresidenta. Nada que parezca muy cercano a los votantes.
Algo parecido le sucede a Cristina. Su tiempo está concentrado en acusar a los jueces y fiscales que se puedan interponer en su camino. La obsesión de la Vicepresidenta siguen siendo las causas donde se la investiga por corrupción. Y la posibilidad de que se confirme la condena a seis años de prisión por fraude al Estado en el caso Vialidad. Así es muy difícil advertir por donde pasan las necesidades de un país al que dejan en bancarrota.
Es interesante recordar lo que sucedió hace veinte años, sobre todo ahora que el kirchnerismo armó un acto con presupuesto VIP para celebrar su llegada al poder en 2003. Tres meses antes de aquellas elecciones del 27 de abril, el candidato Ricardo López Murphy creció fuerte en las encuestas y pareció que podía llegar al ballotage contra Carlos Menem. Era el preludio de que podía terminar ganando en el desempate y convertirse en presidente.
El progresismo de entonces, con más credibilidad, el apoyo de dirigentes peronistas, radicales, de cierta prensa y sin el estigma de la corrupción que arrastra ahora, descargó una campaña devastadora contra López Murphy que lo hizo retroceder en los sondeos y apartarse finalmente de la posibilidad del ballotage. El gran beneficiario de todo aquel fenómeno fue Néstor Kirchner.
Quizás aquel escenario ya no se pueda repetir. Los números de las encuestas advierten que los candidatos de la izquierda criolla están más desgastados y que el fantasma del regreso de la derecha ya no asusta a nadie. Tal vez porque la inflación y la pobreza duelen demasiado como para que a los argentinos los puedan volver a correr con la calavera de la ideología de turno.