jueves, abril 25

Gobierno,colapsado por la crisis:¿puede el oficialismo solo, con el PJ adentro, sofocar el incendio?

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Nota extra´´ida de Clarín porEduardo Van derKooy

El Presidente va detrás de los hechos con su poder debilitado. Cristina sigue ausente. Batakis enfrenta resistencias internas por el ajuste que pretende. La mayoría del Gabinete, observa. Piqueteros lanzan provocaciones peligrosas.

El Gobierno, colapsado por la crisis: ¿puede el oficialismo solo, con el PJ adentro, sofocar el incendio?

Alberto Fernández. El círculo pequeño que todavía le rinde fidelidad asegura que no piensa renunciar ni romper con Cristina.

La crisis descomunal no está desnudando solamente la impotencia del Gobierno y la inviabilidad del Frente de Todos, la coalición oficial. Coloca en tela de juicio además un precepto que el peronismo supo espolear, ante el cual una mayoría de la sociedad se muestra permeable. Su condición de tabla salvadora en situaciones extremas. La capacidad para otorgar gobernabilidad a un país que, con frecuencia, resulta indomable para otros.

Aquel precepto se nutrió sobre todo del epílogo anticipado de Raúl Alfonsín y de la caída de Fernando de la Rúa. Mauricio Macri tuvo también una despedida traumática. Sin perder el control. El peronismo acostumbra acomodar la historia con recortes. Parecen tan válidos esos antecedentes como no olvidar lo ocurrido con la presidencia de Isabel Perón. Su poder detonado abrió paso a la sangrienta experiencia militar de 1976.

El primer interrogante consiste en saber ahora si el oficialismo solo, con el PJ adentro, está en condiciones de sofocar la crisis. El segundo sería indagar si el diagnóstico de la coyuntura resulta acertado. ¿El gran problema es sólo la falta de dólares? ¿O esa carencia estructural de la economía argentina, en realidad, oculta aspectos más profundos? Otra duda radica en si la actual evaporación del poder podrá ser recompuesta en el 2023 por la oposición de Juntos por el Cambio. O por otra oferta política.

Cristina Fernández repasó en su oficina del Senado un trabajo que la invadió de temores. Es de la consultora Analogías, muy cercana a La Cámpora. Allí quedó registrado que el 60% de los ciudadanos consultados sostiene que nadie está en condiciones de afrontar la crisis estructural. Ni el actual oficialismo ni la oposición. A cada uno de ellos sólo entre el 15% y el 20% le concede algún crédito para encabezar la resurrección. Muy por debajo del núcleo duro histórico que suelen exhibir ambas coaliciones. La desconfianza resulta homérica.

El kirchnerismo, la columna más fuerte y activa del Frente de Todos, parece haber terminado de tenderse una trampa a sí mismo. Militó históricamente en contra de Martín Guzmán. Le hizo la cruz cuando firmó el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI). Malo y tardío, es ahora la única hoja de ruta que tiene el Gobierno. Se culpó al ex ministro de ser un ajustador serial. Viendo el gasto público realizado hasta su salida en 2022 sonó a falsedad. La renuncia produjo una explosión de alegría en el Instituto Patria. Pero llegó Silvina Batakis.

La nueva ministra, sin el glamour académico de Guzmán, repite lo que el kirchnerismo detesta oír: no quedan muchos más caminos para enfrentar la crisis que el ajuste. Con los maquillajes mínimos que demanda la política oficial. Aquí empieza a sobresalir la presunción de que la mayor dificultad estaría en la política. Batakis cuenta con un respaldo recortado. El que le brinda Alberto sirve poco. La vicepresidenta, en materia económica, continúa refugiada en el silencio.

Vale repasar una secuencia. La ministra intentó ser empoderada en reuniones con gobernadores peronistas. Un puñado desperdigado dio la cara. Coincidieron en algo: que no se discontinúe el flujo a las provincias; tampoco, la realización de obras públicas. Vitales para pelear las elecciones que mayoritariamente desengancharán de la presidencial. ¿Cómo hará Batakis, entonces, para cumplir con la promesa inaugural de que no se gastará un peso más de lo que ingrese en las arcas del Estado? “Lo hará. No hay otro remedio”, auguró un secretario de su equipo.

En la fila imaginaria siguieron los sindicalistas. La Confederación General del Trabajo (CGT) mantiene el pasteleo de la marcha que anunció para el 17 de agosto. A las ideas extravagantes de convocarla “por la Patria” o “por la unidad de los argentinos para luchar contra la inflación”, el camionero Hugo Moyano le agregó una frutilla: “Será en respaldo al Gobierno”, disparó. Su hijo Pablo la coronó con crema: “No será ni a favor ni en contra del Gobierno”.

Esas divagaciones no neutralizaron los intereses comunes. En medio de la crisis, la CGT le pide a Batakis un alivio para sus obras sociales. Pretenden trasladarle un montón de prestaciones al Ministerio de Salud. Ejemplo: las que refieren a personas con discapacidades. Otra carga para el Estado al que la nueva ministra se propondría sanear.

En esa peregrinación le siguen los movimientos sociales. Otra alarma suena para el Presidente. Casi dejó de existir diferencia entre la demanda de los sectores radicalizados (izquierda y el kirchnerismo) y el Movimiento Evita y Barrios de Pie, anclados aún en el Gobierno. Sostenes de Alberto. Esa solidaridad también se está degradando. Basta con reparar en las palabras de Emilio Pérsico, líder del Evita, secretario de Economía del Ministerio de Desarrollo Social. “Estamos en una transición. No es el Gobierno que soñamos y no pensamos que pueda traer grandes soluciones”, expresó en un reportaje de un medio digital.

Si Pérsico dice lo que dice, ¿cómo no entender la provocación violenta que hizo Juan Grabois, líder de la Unidad de Trabajadores de la Economía Popular? Humilló al Presidente, habló de un “pacto de sangre” para luchar contra la pobreza, agitó la posibilidad de saqueos y exigió decisiones. “Para eso te pusimos”, patoteó. Sonó desestabilizador. Está en el FdT, tiene tres diputados y hasta funcionarios propios. ¿No es acaso lo mismo que dijo Andrés Larroque, ministro de Axel Kicillof, el gobernador de Buenos Aires? ¿O lo que pensarían Máximo Kirchner y Cristina?

En aquel universo piquetero existe una discusión no saldada. Están los que insisten con la consagración de un Salario Básico Universal. Cerca de 1,8% del PBI para asistir a más de 7 millones de personas. El kirchnerismo sondea un camino paralelo. Un ingreso complementario con fecha de caducidad para atacar la indigencia. Abarcaría a cuatro millones de personas. En eso anda la senadora Juliana Di Tulio. Articuladora silenciosa, a pedido de Cristina, con los movimientos sociales y los sindicalistas. Barrida la hojarasca de uno u otro proyecto, Batakis descubre lo mismo: harán falta fondos que a la vista no dispone.

El panorama así descripto parece ensombrecedor para Alberto. Sus columnas políticas se corroen. Nadie querría quedarse abrazado a él. Esa soledad, tal vez, explique su presente y la sensación de falta de control que aflora sobre la crisis. . También lo son sus declaraciones frecuentes: “Mi sueño no es ser el mejor presidente de la Argentina. Es ser el presidente del mejor país del mundo”, dijo en Avellaneda. Pura perplejidad.

El círculo pequeño que todavía le rinde fidelidad asegura que su objetivo sigue siendo la unidad. No piensa renunciar ni romper con Cristina. Tendría frente a ella una dependencia emocional que reprochaba a otros en su época de opositor. La disyuntiva consiste en cómo sostener con volumen político esas metas que se propone. “A veces está desganado. A veces parece nocaut. Pero sale…”, describió uno de sus pocos feligreses. Regresó con la cantinela de “poner el pecho” y no dejar que le tuerzan el brazo.

La situación de Alberto se combina con otras señales negativas que emergen en lo más alto del poder. Cristina sigue sin protagonismo, salvo para ocuparse de su situación judicial. Nunca se mostró con Batakis. La última noticia del diputado Máximo fue su presencia en Río Gallegos, el 14 de julio, para el cumpleaños de su hijo Iván. La principal figura camporista en el Gobierno, Eduardo De Pedro, ministro del Interior y último jefe de la nueva ministra juega a la prescindencia. Sergio Massa pasa horas encerrado en su oficina en Diputados o va y viene de la Casa Rosada. Tampoco dice nada. ¿Cómo suponer que, de esta forma, la realidad podrá ser encauzada?

Por eso ocurren tantas cosas inexplicables. ¿Alguien conjeturó en el Gobierno que la decisión demorada de mejorar el tipo de cambio para los turistas que visitan la Argentina -con una reglamentación china- puede calmar algo? Toda la gestión acostumbra ser lenta y, por lo general, errática. Otra corroboración es la instrumentación de las tarifas de luz y gas para quitar subsidios e intentar mejorar la situación fiscal.

La historia comenzó en abril entre el secretario de Energía, Darío Martínez y Guzmán. Hubo una fuerte disidencia sobre el mecanismo a aplicar. El área energética se inclinaba por la geolocalización para administrar los subsidios. El ex ministro proponía la segmentación según ingresos. Eso fue demorando la medida que pensaba aplicarse a partir de junio. La disputa fue una de las razones del portazo de Guzmán. Quería control sobre la secretaría que Alberto nunca le dio. Porque es propiedad de Cristina.

Producida la renuncia, Martínez comunicó que, al final, optaría por la fórmula de su viejo adversario. La aplicación regiría desde julio. Se habilitó una página web para las personas que necesitan conservar los subsidios. Hay ya casi dos millones y medio de inscriptos. El Estado debe cruzar todos los datos y cederlos a las empresas proveedoras para su aplicación. Complicadísimo. Ahora se habla que podría tener vigencia desde agosto o septiembre. No hay certeza ni siquiera en uno de los asuntos de base para ordenar el cuadro fiscal.

El progreso de la crisis desnuda hasta el hueso los límites del sistema político. El Gobierno está fragmentado y es impotente. La oposición alerta aunque se acurruca para no ser vista como desestabilizadora. El Congreso dejó de funcionar. Apenas aprobó dos leyes en 2022, año no electoral. El gran peligro, que la Argentina conoce, es que la crisis se termine imponiendo con su fuerza natural y devastadora.