miércoles, abril 24

Guerra Rusia-Ucrania.Un conflicto armado sin editores ni filtros:esto sí que no lo habíamos visto nunca

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Nota de Thomas Friedman en The New York Times extraída de La Nación.

Putin no solo intenta rescribir unilateralmente las normas del sistema internacional vigentes desde la Segunda Guerra, sino que también trata de alterar el equilibrio de poder que siente que le impusieron a Rusia tras el fin de la Guerra Fría

Los bombardeos en Kiev por parte de las fuerzas rusas
Los bombardeos en Kiev por parte de las fuerzas rusas@visegrad24

NUEVA YORK.- Las siete palabras más peligrosas del periodismo son “El mundo ya no será el mismo”, y en mis cuatro décadas de periodista rara vez me he atrevido a usarlas. Pero tras la invasión de Vladimir Putin a Ucrania, creo que la frase se impone.

Nuestro mundo ya no será el mismo porque esta guerra no tiene parangón histórico. Es una burda toma de territorios estilo siglo XVIII a manos de una superpotencia… pero en el mundo globalizado del siglo XXI. Es la primera guerra cuya cobertura hacen por TikTok ciudadanos superempoderados y armados solamente con sus celulares, así que los actos de brutalidad serán documentados y difundidos a todo el mundo sin editores ni filtros de por medio. El primer día de la guerra, vimos unidades invasoras de tanques rusos expuestas inesperadamente por Google maps, porque Google quiso avisarles a los conductores que los blindados rusos estaban generando embotellamientos.

Eso sí que nunca se había visto.

Efectivamente, el intento ruso de tomar Ucrania es un retroceso a siglos pasados -antes de las revoluciones y la democracia en Francia y Estados Unidos-, cuando un monarca europeo o un zar ruso simplemente podía decidir que quería más territorio, que era el momento de manotearlo, y así lo hacía. En la región, todos sabían que engulliría todo lo que pudiera, y no había una comunidad internacional para frenarlo.

Al actuar de esa manera, sin embargo, Putin no solo intenta rescribir unilateralmente las normas del sistema internacional vigentes desde la Segunda Guerra Mundial -que ningún país puede comerse al país de al lado así como así-, sino que también trata de alterar el equilibrio de poder que siente que le impusieron a Rusia tras el fin de la Guerra Fría.

Una imagen de Vladimir Putin con agujeros de bala en una posición de primera línea en la región de Lugansk, al este de Ucrania
Una imagen de Vladimir Putin con agujeros de bala en una posición de primera línea en la región de Lugansk, al este de UcraniaVADIM GHIRDA/AP – AP

Ese equilibrio -o desequilibrio, a los ojos de Putin-, fue el equivalente de las humillantes imposiciones del Tratado de Versalles a Alemania cuando perdió la Primera Guerra Mundial. En el caso de Rusia, implicó que Moscú tuvo que tragarse la expansión de la OTAN, no solo con la inclusión de países que habían estado bajo la órbita soviética, como Polonia, sino hasta influir en estados que habían integrado la Unión Soviética misma, como Ucrania.

Muchos citan el excelente libro de Robert Kagan, La selva crece otra vez: Estados Unidos y nuestro amenazado mundo como la mejor descripción del retorno de ese estilo de geopolítica desagradable y brutal que deja en evidencia la invasión de Putin. Pero es una imagen incompleta. Porque no estamos ni en 1945 ni en 1989. Tal vez hayamos vuelto a la jungla, pero hoy esa jungla está conectada. Y está interconectada más estrechamente que nunca por las telecomunicaciones, los satélites, el comercio internacional, Internet, las rutas terrestres, ferroviarias y aéreas, los mercados financieros, las cadenas de suministro, y tantas cosas más. Así que mientras el drama de la guerra se desarrolla dentro de las fronteras de Ucrania, los riesgos y las repercusiones de la invasión de Putin se sienten en todo el mundo, incluso en China, que tiene buenos motivos para preocuparse por su amigo en el Kremlin.

Bienvenidos a la Guerra Mundial Conectada, la primera de un mundo totalmente interconectado. Esta vez, los cosacos se encuentran con la web. Como decía antes, esto realmente es una novedad.

“Han pasado menos de 24 horas desde que Rusia entró en Ucrania y ya tenemos más información de lo que pasa en el terreno que en una semana de la Guerra de Irak”, escribió el jueves Daniel Johnson, que se desempeñó como oficial de infantería y periodista del ejército norteamericano en Irak. “La cantidad de información que está saliendo de Ucrania sería imposible si los ciudadanos y soldados de todo el país no tuvieran fácil acceso a celulares, internet y redes sociales. Una guerra moderna a gran escala transmitida en vivo a todo el mundo y minuto a minuto, batalla por batalla, muerto por muerto. Y esas primeras imágenes ya muestran cosas horrendas.”

Rusia está a punto de apoderarse por la fuerza de un país libre con 44 millones de habitantes, poco menos de un tercio de la población de Rusia. Y la mayoría de esos ucranianos vienen luchando desde hace 30 años por ser parte del Occidente democrático y de libre mercado, con el que han forjado innumerables lazos comerciales, culturales y virtuales vía internet, con empresas, instituciones y medios de comunicación de la Unión Europea.

Sabemos que Putin ha mejorado enormemente las fuerzas armadas de Rusia, sumando de todo, desde capacidades de misiles hipersónicos hasta avanzadas herramientas de guerra cibernética. Tiene la potencia de fuego para poner a Ucrania de rodillas. Pero en esta era moderna nunca hemos visto a un país “no libre”, como Rusia, tratar de reescribir las reglas del sistema internacional y apoderarse de un país libre tan grande como Ucrania, especialmente cuando el país no libre, Rusia, tiene una economía más pequeña que la de Texas.

Por estas y otras razones, en este momento todavía inicial de la guerra, me atreveré a predecirle a Putin solo una cosa: Vladimir, el primer día de esta guerra fue el mejor día del resto de tu vida. Sé perfectamente que en lo inmediato tu ejército se va a imponer, pero a la larga, a los líderes que intentan enterrar el futuro con el pasado nunca les va bien. A la larga, tu nombre será sinónimo de infamia.

Thomas L. Friedman

The New York Times

(Traducción de Jaime Arrambide)