jueves, marzo 28

Inventó una máquina para hacer cápsulas de café y hoy las vende en todo el país

0
254

Alquilaban cafeteras a negocios. En 2001, el negocio familiar casi se funde porque traían los insumos del exterior, pero la crisis fue el motor que impulsó a Diego Alonso a llevar a cabo un invento que se convirtió en una gran empresa.

Los Alonso de Mar del Platano fueron la excepción: el mazazo de 2001 que transformó la Argentina para siempre barrió con sueños, trabajo, ilusiones y ahorros. A ellos los puso frente a un abismo, una situación en la que jamás habían estado.

Los capítulos de una serie de la que hasta ese momento habían sido actores secundarios los obligaron a tomar decisiones urgentes en papeles principales.

-No hay manera de seguir así, papá. Nos fundimos.

-¿Qué se te ocurre, qué harías vos?

Si hubiésemos producido acá en lugar de importar, hoy estaríamos en otra situación.

-¿Sos capaz de hacerlo ahora?

-Estoy seguro que sí.

Esa conversación fue un quiebre. Diego Alonso estaba a punto de cerrar el negocio familiar que durante una década había funcionado sin sobresaltos: traían del exterior cápsulas de café y ponían las máquinas en comodato. Todos los clientes devolvieron las máquinas. Su mujer vendía pulóveres y, en esos tiempos frenéticos de corralito, cinco presidentes en once días y devaluación, pensó que quizás lo mejor era subirse a la balsa del rubro textil. Pero no.

La máquina de hacer cápsulas de café que creó Diego Alonso hoy es una empresa que vende a todo el país. (Foto: Captura Telenoche)
La máquina de hacer cápsulas de café que creó Diego Alonso hoy es una empresa que vende a todo el país. (Foto: Captura Telenoche)

El “sí” a su padre Miguel fue mucho más que un impulso. Fue un desafío personal de alguien que recordaba perfectamente cómo años atrás había sido capaz de combinar trasnochadas como disc jockey y estudios universitarios durante el día. “Me propuse hacer una máquina para fabricar las cápsulas acá”, cuenta. “Estudié, miré, copié, viajé, me reuní con medio mundo, saqué ideas de todos lados, ignoré a los que me decían que estaba loco. No paré hasta conseguirlo”.

Así fue. No paró hasta conseguirlo. Cuatro meses después de aquel desafío, otro diálogo con su padre. “Qué tenés que hacer esta tarde? ¿Podemos vernos?”, le propuso. Y se vieron.

-¿Qué es esto, Diego?

-Planos papá. Los planos de la máquina.

-¿Y esto se puede hacer acá?

-Claro que se puede. Va a ser la primera máquina de cápsulas de la Argentina.

Inventó una máquina para hacer cápsulas de café y hoy las vende en todo el país

Los capítulos que siguieron ya conforman otra temporada. Hubo instancias emotivas, tropiezos inevitables, descubrimientos increíbles y un final feliz. La máquina saltó de los planos y tomó forma, y hoy es una fábrica que no para nunca: produce 1.500.000 cápsulas por año. Llegan a todo el país, viajan más allá de las fronteras y golpean puertas de nuevos mercados.

“(Diego) Lo logró porque tiene algo especial: para él nada es imposible”, resume Miguel, un padre mesurado y pensante que -con la mano en el mentón- lucha para contener la emoción después de cada palabra.

La reflexión sobre Diego va en el mismo sentido que las palabras de Bernardo, socio del proyecto: “Es perfeccionista e inquieto. Además tiene una enorme perseverancia y un empuje sin el que no habría sido posible llegar hasta acá”. Coincide con la opinión de Leo, que además de ser el empleado más antiguo está a punto de recibirse de arquitecto y domina cada átomo de la fábrica: “Después de tantos años es casi un amigo que se ocupa de todo, sobre todo de que estemos bien y que nunca falte nada”.

Inventó una máquina para hacer cápsulas de café y hoy las vende en todo el país

En la infancia y adolescencia de Diego Alonso no hubo café (le decían “Pibe Vascolet”) pero sí una genética muy argentina que en su caso está potenciada. “Soy flexible, está en mi ADN. Me adapto a situaciones cambiantes y vivo remando en dulce de leche”, cuenta.

Sabe que pese a estar a punto de lanzarse al mundo con otro invento de cápsulas de yerba mate no está salvado. “En cualquier otra parte del mundo estaría aliviado y con la cabeza en otra cosa; acá nunca se sabe qué pasará mañana”.

No alardea, pero disfruta del éxito. Tardó en caer, y fue hace poco. Después de muchos años, una simpleza cotidiana fue crucial: “Este verano con mi hijo Mateo fuimos a un supermercado y como siempre me desvié hacia la góndola de café. Ahí vi nuestras cápsulas y me emocioné. ¡Wow, lo logramos!”.