Nota extraída de La Nación por Joaquín Morales Solá
El ministro de Economía y precandidato presidencial copió todas las tácticas de Néstor Kirchner, duras y tramposas, frente a los desafíos a su poder
Comienza el juego electoral fuerte, sucio a veces. Supuestos enviados de los servicios de inteligencia les presentaron a algunos candidatos opositores a presuntos inversionistas extranjeros, que prometieron colocar dinero en el país y que, además, aseguraron que harían contribuciones en efectivo a las campañas electorales de los incautos. Algunos contestaron con prudentes tecnicismos (“Analizaremos la propuesta”, “veremos si es factible”), pero nadie sabe si hubo otros que cayeron de boca en el centro de la estafa. Los supuestos inversionistas hicieron las propuestas, probablemente las grabaron y luego borraron todos los datos telefónicos o direcciones de e-mail que habían dejado. También realizaron operaciones más directas, como las de incitar pedidos de sobornos en Tigre a dirigentes de la oposición o a funcionarios del gobierno local de Julio Zamora; un hermano de Zamora, Mario, acaba de renunciar a la crucial secretaría de Gobierno del municipio. Esa renuncia estaría vinculada con tales maniobras de las cloacas estatales al servicio del kirchnerismo para desacreditar a todos los que se oponen al matrimonio Massa. El exdiputado bonaerense ya muerto José María Díaz Bancalari solía contar que una vez Néstor Kirchner le advirtió: “Cuidate: este es mucho peor que yo”, le dijo sin ironía poco después de conocer al actual ministro de Economía. Sergio Massa podrá ser peor o igual que Kirchner, pero lo cierto es que copió todas las tácticas del expresidente, duras y tramposas, frente a los desafíos a su poder, incluida la construcción de un matrimonio político con su esposa, Malena, candidata a intendente de Tigre.
Las operaciones que les atribuyen a los servicios de inteligencia (siempre tan eficientes para meter las narices en la política local) llegan justo cuando algunas amenazas a la candidatura de Massa aterrizan aquí desde el exterior. La primera de ellas fue la del Fondo Monetario Internacional; el organismo multilateral se negó a firmar un nuevo acuerdo antes de los vencimientos formales de estos días y desmintió, de esa manera, otro de los anuncios fracasados de Massa. El ministro anticipó hace diez días que en “las próximas horas se dará a conocer un nuevo acuerdo con el Fondo”. Pasaron los días y la semanas, pero el acuerdo no sucedió. Al final debió optar por hacer uso de la posibilidad que tiene cualquier país miembro del organismo de postergar un mes el cumplimiento de sus vencimientos.
La confusión entre candidato y ministro de Massa torna refractario al Fondo en sus posiciones con la Argentina, porque ya explicó qué debería hacer el ministro (no el candidato) en los próximos meses. No caigamos en imprecisos tecnicismos: el Fondo le pidió a Massa una devaluación del peso y un ajuste fiscal. Cada uno de esos grandes temas tiene subtemas y complementos, pero a grandes rasgos se trata de esas cuestiones y no de otras. El problema consiste en que el que ministro es también candidato presidencial y dentro de cinco semanas deberá enfrentar las elecciones primarias y obligatorias, que son las mejores encuestas sobre el estado de la opinión pública nacional. No quiere devaluar ni quiere hacer un ajuste en tales vísperas; el Fondo, a su vez, le habla al ministro, no al candidato. Algo hay que hacer, le dice con las palabras y los gestos. Los técnicos del Fondo temen que después de las elecciones primarias de agosto, a Massa lo condicionen las elecciones de la primera vuelta electoral de octubre y, tal vez, el ballotage de noviembre. ¿Cuándo, entonces?
En rigor, es una pulseada entre dos tahúres. Al Fondo no le conviene romper, porque sencillamente ya entregó el dinero y la Argentina es ahora su principal deudor mundial. Y a Massa tampoco le conviene ahora una actitud escandalosamente disruptiva porque podría poner en jaque la escasa estabilidad de la economía argentina. Su suerte se juega todos los días en el magro mercado cambiario argentino. Su final político podría cifrarse en que el dólar paralelo suba su precio de 490 a 540 pesos. Tampoco la ruptura coincide con las bases más antiguas de su formación ortodoxa. El Fondo y Massa se deslizan frente a ese abismo, de espaldas a la pared, por un estrecho desfiladero.
Massa podrá ser peor o igual que Kirchner, pero lo cierto es que copió todas las tácticas del expresidente, duras y tramposas, ante los desafíos de su poder
Massa no es solo Massa. Expresa también a sectores empresarios y sindicales que promueven el proteccionismo económico y el aislamiento comercial. Vale la pena recordar un ejemplo. El Mercosur firmó un proyecto de acuerdo de libre comercio con la Unión Europea en 1995 que solo lo concluyó en diciembre de 2019, 24 años después. Brasil y la Argentina proyectan ahora modificar algunos puntos de ese acuerdo suscripto cuando gobernaban Mauricio Macri y Jair Bolsonaro (la negociación final y determinante la llevó el entonces canciller argentino Jorge Faurie). El Mercosur negocia con un bloque de 27 países europeos. Reabrir el acuerdo básico significaría, quizás, otros 24 años de negociaciones. Un ejemplo más cercano. El Mercosur es un mercado común desde 1991, hace 32 años, pero nunca sus países lograron firmar un tratado de libre comercio entre ellos. A tales anomalía se refirió en los últimos días el presidente uruguayo Luis Lacalle Pou, cuando denunció duramente en la cara de sus colegas del Mercosur el inmovilismo y la comodidad de Brasil y la Argentina. Su canciller, Francisco Bustillo, respondió luego una pregunta periodística sobre si Uruguay pediría bajar su condición actual de miembro pleno a la de simple país asociado. “Todas las alternativas están sobre la mesa”, contestó Bustillo. Sin embargo, fuentes políticas uruguayas dijeron luego que tanto Lacalle Pou como Bustillo trataron de “marcar la cancha”, porque saben que los presidentes brasileño y argentino se turnan para demostrar quién es más proteccionista o más defensor del statu quo. “El Lula de ahora está más ideologizado y es menos pragmático que en sus anteriores mandatos”, explica un diplomático argentino. Algunos políticos uruguayos tienen la misma impresión. Desde ya, el gobierno de Lacalle Pou no hará nada dramático cuando uno de los socios del Mercosur, la Argentina precisamente, está en medio de un volátil proceso electoral para elegir un nuevo gobierno nacional. Pero nadie ignora que algunas expresiones de los uruguayos ya no están dirigidas a Alberto Fernández, que se irá dentro de cinco meses, sino al candidato Sergio Massa. Si el próximo gobierno fuera uno de Massa, y llegara con más proteccionismo para beneficiar a sus amigos empresarios, podría significar el fin del Mercosur tal como lo conocemos. Nadie le puede negar cierta razón a Uruguay; es mejor estar fuera del Mercosur si la opción es que sus relaciones económicas internacionales queden en manos de los otros tres países miembros del bloque. Es lo que sucede ahora.
El kirchnerismo, al que Massa adhiere en muchas de sus formas, es experto en crear escándalos falsos cuando le aparece un escándalo auténtico. Estas son las tormentas auténticas que vienen del exterior, no aquellos eventuales escándalos que se han puesto en marcha desde los sótanos del Estado. Ni el problema es tampoco la supuesta culpa de Horacio Rodríguez Larreta en un endemoniado paro de colectiveros, producto del desastroso sistema de subsidios a los servicios públicos que montó el kirchnerismo. Rodríguez Larreta es un candidato opositor a Massa. Eso explica todo.
La vocación por meterse en donde no debe ya le costó a Massa la distancia definitiva con el papa Francisco. Massa le hizo promesas en su momento a los Kirchner de que se ocuparía de neutralizar al entonces cardenal Bergoglio. Participó de operaciones cubiertas y encubiertas junto con una logia de argentinos influyentes en aquel momento en el Vaticano (capitaneada por el cardenal argentino Leonardo Sandri) para desplazar a quien era el arzobispo de Buenos Aires. La justicia poética está a punto de llegar. Sandri perderá en noviembre todos sus derechos como cardenal (entre ellos, el de poder votar en la elección de un nuevo Papa) porque cumplirá los 80 años. Ya no tiene ningún cargo ejecutivo en el Vaticano. El Papa nunca lo recibió a Massa ni le atendió llamados telefónicos, a pesar de la intersección de obispos y sacerdotes del norte del conurbano. Dentro de una semana, asumirá el nuevo arzobispo de Buenos Aires, Jorge García Cuerva, a quien los Massa lo exhibieron en una foto imprudente junto a Malena Galmarini. Es una foto privada. ¿Quién la difundió si no el matrimonio político? García Cuerva está ofendido con la actitud de los Massa, dicen quienes lo escuchan. Kirchner tenía razón.
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