viernes, marzo 29

La Argentina tiene coronavirus crónicos

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Nota extraída de Clarìn por Héctor Gambini.

En el país, producto del coronavirus, ya tendríamos seis estaciones: primavera, Verano, Otoño, Invierno, Cuarentena y Crímenes.

Todo junto se escribe separado y separado se escribe todo junto. Los juegos de la semántica pueden ser una metáfora de lo que todos juntos estamos haciendo en estos días frente al coronavirus, por separado. Nunca tan aislados ni tan unidos, al mismo tiempo y a escala global: cientos de millones de personas en cuarentena.

Abiertas, cerradas, entornadas. Unas salen, otras entran, según va girando el planeta. Hasta que aparezca una vacuna contra el coronavirus, podría haber cuarentenas consecutivas que marquen los años como una quinta estación. Yo prefiero el verano, yo el otoño, yo la cuarentena.

Coronavirus, test, pandemia, barbijo, gel, estornudo, curva, plasma, infectólogo, achatamiento, fiebre. Podemos decir estas once palabras en 10 minutos y varias veces por día. Todas juntas, o separadas. Hay días en que no usamos muchas más palabras que ésas. Lo que decimos es lo que nos pasa. También nos pasa lo que pensamos pero decimos menos. Que tenemos miedo. Un miedo global, como el que vemos en esas películas en que una docena de naves extraterrestres se preparan para atacar la Tierra.

Atrás de los barbijos van extraños que pueden matarnos o a los que podemos matar de un estornudo. Ahora saludamos, nos enojamos o sonreímos con los ojos. Sonreír era un modo de abrazarnos, pero ya ni eso.

Somos caras adentro de crucigramas gestuales. La vida social es un cubo mágico con nosotros adentro. Ahí estamos sin barbijo, en esas peceras cuadriculadas, rogando que no se vaya el wifi. Que se vaya el wifi es una muerte virtual. Un corte de luz es morir un poco, si morir es irse de donde están todos.

Ahora nos preparamos para enfrentar otra prolongación del aislamiento, quizá bajo condiciones más duras. Demasiada gente la está pasando mal más allá del coronavirus. En una gran franja de la población, el miedo a la penuria segura es más real que al virus probable.

​Si la prevención extrema será una política de Estado deseable, prudente y oportuna, esta magnífica reacción de los argentinos ante la tragedia presunta debería continuar después, maduramente, con todos nuestros coronavirus crónicos: la violencia narco en Rosario que mató a 55 personas en 75 días, mientras las autoridades decían que era “estacional”.

Si es así, en la Argentina ya tendríamos seis estaciones: primavera, verano, otoño, invierno, cuarentena y crímenes.

También enfrentar con energía los 19 muertos por día en accidentes de tránsito (el virus mató a 1.000 argentinos en 100 días; las rutas argentinas matan el doble) o la muerte de una mujer a manos de un femicida cada 33 horas. Y los debates que todavía nos debemos. El aborto, el Código Penal, los extranjeros que delinquen. ¿Podremos expulsar a los que estornudan pero no a los que roban o matan?

La economía va a merecer otra cuarentena intelectual prolongada y con comité de expertos evaluando curvas con el mismo celo.

Antes hay otros debates que van estallando en la argentinidad crónica. Municipios del conurbano que están cerrados como trincheras apoyarían llevar enfermos a las terapias intensivas de pueblos del interior que tengan pocos casos. ¿Los recibirán allí? Haz lo que yo digo pero no lo que yo hago.

Con récord de contagios y muertos -2.635 nuevos casos y 38 muertos en un día- comenzó un inquietante debate por el plasma: si es la fórmula que cura mejor, ¿habrá para todos?

Los que tienen el “plasma sanador” son infectados de coronavirus recuperados que podrían vivir otra gran paradoja nacional: a muchos los escracharon en sus casas cuando supieron que se habían contagiado y ahora podrían ser los héroes del barrio con su sangre milagrosa y curativa.

Un detalle: la eficacia real del plasma contra el virus aún está en etapa de ensayo clínico.