La economía no explota, pero la Argentina languidece

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Por Fernando González para Clarín

Sólo la asistencia social evita el estallido en Argentina. Martín Guzmán va por la postergación del acuerdo con el FMI que pide Cristina.

El dato es previsible pero no deja de atormentar a la Argentina. En un ranking elaborado por el diario The New York Times, apenas cuatro países de América podrán vacunar totalmente a su población durante este año. Los Estados Unidos, parados sobre su poderío económico y científico que le permitirán disponer de 1.300 millones de vacunas. Chile, con un operativo de inmunización eficaz y un coctel variado de vacunas diferentes. Uruguay estará en el cuarto lugar, por condiciones parecidas. Claro que la sorpresa es la República Dominicana, una isla caribeña de 11 millones de habitantes que vive del turismo gracias a sus playas paradisíacas.

El presidente de República Dominicana es Luis Abinader, un dirigente político y empresario que viene de trabajar en compañías turísticas. En acción coordinada con el sector privado, ya consiguió más de un millón de vacunas de Covishield (las de AstraZeneca elaboradas en India) y de las chinas de Sinopharm. Y sumará otros ocho millones en las próximas semanas. Pese a haber tenido Covid tempranamente, todavía no se vacunó y él mismo llevó a su madre anciana a un vacunatorio cuando le llegó el turno. Los ejemplos no implican eficacia, pero siempre ayudan a generar confianza.

Confianza es, precisamente, lo que no transmite la situación económica de la Argentina. Como si la falta alarmante de vacunas y el retraso cada vez más notorio en el operativo de vacunación no fueran suficiente castigo, los índices crecientes de inflación comienzan a retrasar la recomposición de los salarios. Si a eso se le suma la cantidad de pymes y comercios cerrados o reducidos por el efecto de la pandemia, el 2021 alumbrará otro año de declive para el ingreso de muchos argentinos.

La economía se derrumbó un 10% el año pasado y, aunque las proyecciones auguran un rebote para este año, también pronostican que no se despejará el horizonte de recesión. Mirados en perspectiva, los números de la decadencia argentina son escalofriantes. El país lleva doce años seguidos de estanflación (estancamiento con suba persistente de precios) y el PBI por ciudadano argentino, como ya lo explicó el periodista Ezequiel Burgo en este diario, ha descripto una parábola para regresar a los niveles de 1974. Si sólo pudieran entender estos números, los cangrejos nos ofrendarían su admiración.

La pregunta que recorre cada vez más al poder se repite. ¿Cómo es que la Argentina no explota? ¿Cómo es que no se produce un estallido económico y social, como el que conocimos en el 2001? La respuesta a ese enigma ha comenzado a develarse. La economía no explota porque la Argentina languidece. Se desbarranca sin remedio y no ensaya políticas públicas que puedan poner fin a ese deslizamiento inexorable en todos los rubros.

“La sensación es que no va a haber estallidos, pero la economía se va apagando de a poco”, explica Juan Cerruti, economista jefe del Banco Santander. Todos los estudios que toman como referencia las últimas dos décadas señalan lo mismo: en el 2001 había dos tercios de la población activa que sostenían el presupuesto con sus impuestos y un tercio que necesitaba de los subsidios y los planes de contención para poder sobrevivir. Veinte años después, esa ecuación se ha invertido. La población que hoy necesita ayuda social supera el 60% y cayó verticalmente la proporción de quienes aportan. Para colmo, la tasa de mortalidad del país duplica a la de aportantes. La asistencia a ese sector con pocos o nulos ingresos es la razón que evita el estallido. Y la razón que apaga a la economía.

Esa falta de oxígeno en el circuito económico perpetúa la decadencia. No se resuelven los temas macroeconómicos de fondo; se incrementa la presión impositiva en todos los frentes como si la economía creciera y la inversión extranjera se ha reducido a cero. “A nadie le preocupa la Argentina en los centros de decisión económicos y financieros”, reconoce un economista que asesora al Gobierno. En medio de ese panorama, al ministro Martín Guzmán le toca negociar la deuda con el Fondo Monetario Internacional. Todos ellos leyeron lo que el Financial Times publicó en las últimas horas: “El dominio de Cristina Kirchner en Argentina se hace evidente”. Mal presagio para sentarse a negociar.

Se acabaron los tiempos en los que el romance entre Guzmán y Kristalina Georgieva reemplazaba al que habían tenido Nicolás Dujovne y Christine Lagarde. En la reunión de este martes, el ministro de Economía le tendrá que explicar porqué necesita postergar el acuerdo con el FMI. El problema es que ella ya lo sabe. Como todos en Washington, ya tiene en claro que es Cristina la que presiona para que no haya acuerdo durante el año electoral. Y saben que la Argentina va a proponer postergar los dos próximos vencimientos: el de u$s 2.500 millones con el Club de París en mayo y el de u$s 1.800 millones con el Fondo en septiembre. Hay otro vencimiento similar con el FMI para diciembre pero, para entonces, ya habrán pasado las elecciones legislativas y quién sabe dónde estará la Argentina.

La húngara Georgieva, amiga del Papa Francisco y que tan bien llevaba el diálogo con Guzmán, tendrá que verla la cara verdadera al país de los nueve defaults. Dicen que está desconcertada porque no consigue entender cómo es que la Argentina sobrevive con el dólar planchado y un riesgo país cinco veces más alto que el brasileño y doce veces superior al uruguayo. Tal vez deba leer a Alejandro Borensztein cuando escribe que el Gobierno actual repite la receta fallida de la gestión de Cristina: autoritarismo e ineficacia. Kristalina también empieza a sumarse al club, cada vez más multitudinario, de los descorazonados con Alberto.