Nota extraída de Infobae por Fernando González
La suba del dólar y el impacto negativo en la economía real han copado los escenarios de campaña. La debacle complica a Massa y enfrentó a Rodríguez Larreta con Bullrich en una discusión interna con eje en la velocidad para salir del cepo cambiario 28 julio, 2023
Tres meses antes de las elecciones en los Estados Unidos en 1992 era imposible derrotar a George W. Bush. Durante su gestión, se había derrumbado el Muro de Berlín y también el poderío de setenta años que había acumulado la Unión Soviética. El mundo bipolar se caía como un castillo de naipes y emergía el gigante norteamericano como la gran potencia planetaria. La imagen de Bush padre en las encuestas trepaba al 90%. Era invencible.
Sin embargo, la fortaleza de Bush no intimidó al joven Bill Clinton. El gobernador de un estado pequeño del sur como Arkansas reunió a su equipo de campaña para encontrar una estrategia que lo pusiera en carrera. Y le llamó la atención que uno de sus consultores, un abogado de Nueva Orleans llamado James Carville, le propusiera enfocarse en los problemas de la economía real. El impacto en el bolsillo del ciudadano estadounidense.
Clinton puso a Carville al frente del tramo final de la campaña y el consultor tomó una decisión que lo lanzaría al estrellato de la política durante los años siguientes. Llegó a la oficina del Partido Demócrata, tomó una tiza y escribió tres frases en el pizarrón.
1.- El cambio versus más de lo mismo.
2.- No olvidemos la salud.
3.- Es la economía, estúpido.
En esos tres meses, Clinton no pronunció una sola palabra de la política exterior y se dedicó a repetir las complicaciones que los estadounidenses tenían en su economía familiar. Y a ensayar propuestas de soluciones. Solo eso. Obtuvo 45 millones de votos, 6 millones más que Bush, y así Clinton se convirtió en el tercer presidente de los Estados Unidos más joven de la historia.
Es interesante recordarlo porque la campaña electoral en la Argentina ha comenzado a transitar un camino inesperado.
En la misma medida que empezó a dispararse el dólar y a extenderse y complicarse el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, el eje de la discusión electoral se fue desplazando hacia el factor económico. Atrás quedaron las polémicas por la inseguridad, por el clientelismo con los planes sociales, los cortes permanentes de calles y hasta por las cuestiones de género.
Cuando el dólar atravesó la barrera intimidante de los 500 pesos y volvieron a activarse los temores de estampida financiera y super inflación, la economía se convirtió en la máxima preocupación de los argentinos. Ya nadie se acuerda del gasoducto de Vaca Muerta ni del simulador de Aerolíneas Argentinas en el que sonreían Sergio Massa y Cristina Kirchner.
Está claro que la economía real en el centro de la campaña es una mala noticia para Sergio Massa. Esta semana, por ejemplo, la suba del dólar y la extensión del impuesto a las importaciones generaron un clásico del mercado minorista: no hay entrega de la mayoría de los productos para el funcionamiento de la industria.
Los proveedores de materiales eléctricos, de repuestos para automóviles o de productos para la construcción, solo para citar tres ejemplos de los muchos que se repiten, frenaron sus ventas en forma total. “No te puedo vender porque no tengo precio”, es una de frases más escuchadas en los comercios. Y, en el caso de quienes tienen mayor confianza con sus proveedores, se pueden llevar los productos que necesitan, pero siempre a condición de acordar los precios cuando el dólar logre algo de estabilidad.
La semana que está terminando ha puesto en marcha el torneo de los peores pronósticos. El jueves, el dólar blue llegó a los 553 pesos y alcanzó un nuevo récord para el gobierno del presidente en ausencia, Alberto Fernández, y para la gestión Massa como ministro de Economía y precandidato presidencial. En diez días, el Banco Central movió unos 250 millones de dólares para contener a los dólares financieros y la brecha entre el dólar oficial y el paralelo se ubicó otra vez por encima del 100%. El lunes, el Ministerio de Economía debe pagar U$S 2.700 millones y el martes tiene otro vencimiento por U$S 830 millones. Todo conduce a volver a cancelarlos con los yuanes del swap chino.
Massa tuvo apenas una buena noticia en la semana. Los U$S 430 millones que pudo ingresar el Banco Central a través de las exportaciones a valor dólar soja. Pero el drama es mucho más profundo. Los movimientos del dólar activan la remarcación de los precios, desde los mayoristas de las diferentes industrias hasta los almacenes de barrio, las ferreterías y los quioscos.
Respondiendo a un músculo que los argentinos tienen mejor desarrollado que ninguna otra especie humana, todos actualizan sus precios o compran dólares por cualquier vía para protegerse de la dispersión financiera y de las pérdidas por inflación.
Las consultoras privadas ya estiman que la suba de precios de julio volverá a alejarse del 6% del mes anterior para situarse entre el 8 y el 9% mensual. Por las dudas, el Banco Central suspendió la difusión del REM, el Relevamiento de Expectativas de Mercados que las consultoras privadas realizan para pulsar la inflación, el tipo de cambio y el Producto Bruto Interno.
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Las cifras que tanto temor le provocan al Gobierno se difundirán junto con las mediciones del Indec el 15 de agosto, es decir, dos días después de las PASO. “Esa semana va a haber tanto quilombo que a nadie le va a importar cuánto mida el Indec”, explica con honestidad brutal un diputado de Unión por la Patria.
Algunos dirigentes argentinos, con preeminencia peronista en estos tiempos, son como esos habitantes de las zonas sísmicas que caminan imperturbables por las calles mientras la tierra se sacude en medio del terremoto. Así transitan por la Argentina.
Claro que la cuestión económica no sólo hostiga al ministro de Economía y candidato del oficialismo. También se interpuesto en la encarnizada disputa interna que mantienen Patricia Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta por la candidatura presidencial de Juntos por el Cambio. La diferencia principal se planteó en torno al cepo al dólar, y a la velocidad con la que se podría desactivar.
Con la suba del dólar blue en los últimos días, Bullrich se apresuró a declarar que desmantelaría el cepo al dólar en los primeros días de su gestión. Y, ante las reservas negativas que tiene en la actualidad el Banco Central (una definición técnica para explicar que se quedado en reservas monetarias), la precandidata aseguró que revitalizaría las reservas con un nuevo préstamo a modo de blindaje para resguardar la economía.
Contrariamente a la definición de Bullrich, y respondiendo a una pregunta durante el programa del periodista Pepe Gil Vidal en CNN Radio, Rodríguez Larreta se diferenció de esa posibilidad. Y aseguró que nadie puede pensar seriamente en un blindaje para las reservas dolarizadas de la Argentina porque “la idea del blindaje ya fracasó durante el gobierno de Fernando De la Rúa”.
La frase cayó como una bomba en el escenario de sospechas mutuas que caracteriza a la campaña de la coalición opositora. En modo indirecto, Rodríguez Larreta intentó vincular a su rival en la interna con la gestión fallida de De la Rúa, en la que Bullrich fue ministra de Trabajo, y el peronismo (con la complicidad de algunos sectores radicales) terminó impulsando su explosión interna. El jefe de Gobierno porteño y precandidato opositor aprovechó la discusión en las horas siguientes e intentó dejar pegada a su rival con ideas financieras que ya fracasaron.
Siempre hay dirigentes que llevan la polémica interna en un tema programático a un escenario de confrontación extrema. Es el caso del diputado Fernando Iglesias, acostumbrado a provocar con mensajes en las redes sociales, quien escribió un tuit con una reflexión extremadamente agresiva: “Peor que el fracaso de De la Rúa es la muerte de (René) Favaloro”, fue la frase de la discordia.
Tras su paso por el PAMI en el 2.000, de tanto en tanto aparecen dirigentes que celebran en los altares de la confrontación máxima. Es el caso del diputado Fernando Iglesias, un tuitero intenso descubierto por Elisa Carrió, que reaccionó de forma agresiva ante la mención al gobierno de Fernando De la Rúa.
“De la Rúa terminó mal, si, pero peor le fue a Favoloro”, tuiteó Iglesias tocando una fibra sensible ya que intentó contraatacar sembrando una sospecha sobre su adversario, quien en varias ocasiones debió explicar que él no tuvo nada que ver con el suicidio del cardiólogo argentino.
Tan mal cayó el tuit de Iglesias que, horas después y conminado con rudeza por Bullrich, debió rehacer su mensaje y reducirlo a un lógico pedido de disculpas.
Según un dirigente de Juntos por el Cambio que los conoce y aprecia a ambos dirigentes, el diálogo entre los equipos de Rodríguez Larreta (encabezado por el economista Hernán Lacunza) y el de Bullrich (liderado por el economista Luciano Laspina) es bastante fluido y sin diferencias sustanciales. Por cierto, no es lo que se nota a primera vista. “No era un tema para discutir en las PASO, sino una cuestión para debatir en la elección general del 22 de octubre”, explica ese mismo dirigente opositor. Demasiado tarde para lágrimas.
El problema es que, después del 13 de agosto, el día de las elecciones primarias, uno de los dos habrá dejado de ser candidato. Y ya no habrá tiempo para discusión alguna.