lunes, octubre 7

La lapicera no se mancha

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nota extraída de Clarín por Alejandro Borensztein

Lo que lleva el país al abismo no es la pelea entre el presidente y Cristina sino el talento con el que ambos nos gobiernan. Si en lugar de odiarse se quisieran, todo iría igual de mal pero mucho más rápido. En el fondo, con Alberto ganamos tiempo.

La lapicera no se mancha

Con la lapicera. Cristina y Alberto, juntos en un acto, el 3 de junio.

Antes que nada,gracias por todo Martín. Yo te avisé el primer día en la nota titulada “Hola Guzmán, soy tu fan” que con nosotros los argentinos no ibas a poder y te sugerí que volvieras a Columbia aprovechando que todavía no te conocía ni el loro. Ahora que ya te conocen todos, camino a Ezeiza vas a tener una multitud aplaudiéndote por la Richieri. Buen viaje. Nosotros nos quedamos acá, tranquilos. A la espera de que se cumpla la regla de oro del kirchnerismo. Cualquier cosita nos hablamos. Gracias champ.

Dicho esto vamos a lo importante.

No hay ninguna duda de que pretender ahorcar a quien ejerce la vicepresidencia de un país no es lo más recomendable en una democracia.

Sin embargo el Presidente le hizo saber a su entorno que la ejecución era una opción. “Se lo tiene merecido” , les confió recostado en la parte de atrás del auto presidencial. Los últimos acontecimientos habían sido una humillación inaceptable para él y no estaba dispuesto a tolerarlo más. Así fue como empezó a darse máquina y, envalentonado por la furia, le ordenó al chofer que se desviara hacia el Congreso. El Presidente había decidido ponerse al frente de la “operación”. Consciente de la gravedad de la situación, el chofer trató de hacerlo desistir pero el primer mandatario no escuchaba. El clima en el auto se fue poniendo cada vez más denso y, ante la negativa del conductor de dirigirse hacia el Palacio Legislativo, el Presidente se le abalanzó para intentar agarrar el volante e incluso llegó a tomarlo del cuello. En el forcejeo, un hombre de seguridad presidencial le pegó un codazo en la clavícula y lo tiró hacia el asiento de atrás. “Lo siento señor, no están dadas las condiciones para ir hasta el Congreso, vamos directo a su despacho en Casa de Gobierno”, le dijo tratando de buscar una razón de Estado para justificar la desobediencia. El Presidente, atontado por el golpe, fue llevado a su destino original. Enfurecido, entró a su despacho, agarró un plato de comida y lo estampó contra la pared dejándola chorreda con ketchup, raro en él teniendo en cuenta su debilidad por el morfi. Conociéndolo, y con la chinche que tenía, hubiera sido más logico que se tragara las papas fritas de una.

De este modo se evitó un episodio que, de haberse concretado, hubiera provocado una conmoción política sin precedentes. Punto. Estos son los hechos reales. No es ficción. No es rumor. Ni siquiera es un relato en off. Es todo verdad.

Al menos es lo que el martes pasado y bajo juramento relató Cassidy Hutchinson, la joven asistente del jefe de personal de la Casa Blanca, Mark Meadows, ante el Comité de la Cámara de Representantes que investiga el asalto al Capitolio ocurrido el 6 de enero de 2021.

Aquel día, una manada de forajidos alentados por el Presidente Donald Trump intentó ocupar el Congreso y colgar de una soga al Vicepresidente Mike Pence a quien acusaban de traidor por haber reconocido y validado el triunfo de Joe Biden. “Yo soy el fucking President, llevame al Capitolio ya!” , le gritó Trump al chofer Bob mientras circulaban por Washington dentro de la famosa “Bestia” (el super auto presidencial norteamericano), según relató Hutchinson con lujo de detalles (auto, volante, cuello, clavícula, plato, ketchup y el “se lo tiene merecido”) en un testimonio que fue televisado en vivo y que provocó un terremoto en la vida política de los EE.UU.

Frente a todo esto que pasó en el Norte, parece mentira que todavía haya gente acá en el Sur diciendo que el “presidente” Alberto y la Vicepresidenta Cristina son dos inútiles que, con su demencial pelea, están empujando el país hacia el abismo. Seamos justos, comparándolos con los de allá, nuestros dos inútiles son muchísimo más civilizados.

Además, no nos engañemos. Lo que lleva el país al abismo no es la pelea entre ellos sino el talento con el que ambos nos gobiernan. Si en lugar de odiarse se quisieran, todo iría igual de mal pero mucho más rápido. En el fondo, con Alberto ganamos tiempo.

Que la pelea no sea tan brutal como la de Washington, debería darnos alguna esperanza. No en relación al “presidente” cuyo final es previsible. El hombre terminará su mandato, feliz de haber colado su nombre en la historia y consagrará el resto de su vida a inventar anécdotas de su insólito paso por la presidencia, en la mesa de café con los muchachos de la concesionaria. No está mal. Al fin y al cabo será el primer vendedor de autos en completar un período presidencial. Aplauso, medalla y, en todo caso, beso si alguno quiere dárselo.

Por supuesto, va a repetir hasta el cansancio que fue el único presidente de la historia al que le tocó una pandemia y cuando le recuerden lo de Putin, las vacunas, el zafarrancho económico y su silencio cómplice antes las violación a los DDHH perpetradas por dictadores amigos, pondrá cara de Rolo Puente en apuros, como si estuviera en La Peluquería de Don Mateo, y mirando a cámara dirá: “¿Que querían que haga? estábamos creciendo demasiado”. Finalmente, de tanto en tanto, se juntará a cantar y tomar unos vinitos con Cafiero, Ginés, el elenco de la festichola de Olivos, Cerruti y todos juntos recordarán los viejos tiempos.

A propósito de Gabriela Cerruti, no se que espera Canal 13 para comprar los derechos para televisión de las conferencias de prensa matinales y emitirlos todos los días a las 21:00 horas. Hace mucho que no hay programas cómicos en la tele.

Lo único que entre todos deberíamos evitar es que el “presidente” se vaya esta semana, o a más tardar la otra, como pretenden La Cámpora y el Instituto Patria. Alguien debería explicarle a Larroque y a sus superiores que, si ellos lo pusieron, ahora se lo tienen que aguantar. Calavera no chilla.

En cambio, si Dios quiere, Cristina seguirá rompiendo los kinotos en la vida política del país por muchos años más. Más vale que todos vayan asumiéndolo y pensando como lidiar con este tema. No importa si gana elecciones o si las pierde. Ya sea que esté en el gobierno o en la oposición, su presencia genera el mismo efecto: Cristina es a los dólares lo que Raid a los mosquitos.

A menos que en la próximas elecciones Macri o algún otro genio de JxC saque el 70% de los votos y Cristina el 30%, no queda más remedio que forzarlos a todos a dialogar. En principio para refrendar la Constitución Nacional y comprometerse a no tocarla por 20 años, después vemos el resto de la agenda.

La justificación para comprar una lapicera nueva y firmar un acuerdo es muy sencilla: hay que superar la confrontación porque, más allá de lo que es Cristina, detrás de Ella hay millones de compatriotas nacionales y populares tan argentinos nacionales y populares como los millones que están del otro lado. Si no se entiende esto, no se entiende nada.

Esto no significa igualar. De hecho, todos sabemos que Cristina es muy superior. Veinte años de prosperidad en la Argentina bajo su liderazgo, la avalan. Es verdad que tiene algunos problemitas legales pero son asuntos menores. Ni el caso aislado de los bolsos de López ni el accidente de Nisman en el baño le hicieron perder un solo voto. Tápense todos la nariz y dialoguen.

En ese contexto es inaceptable el ataque que recibió Carlitos Melconian por el simple hecho de haberse reunido con la vicepresidenta del país. Una vez que conseguimos a uno que vaya, se siente con Ella y le enseñe el ABC de la economía y un poquito de matemáticas, ya lo está puteando toda la cancha. Así no vamos a ningún lado.

Obviamente, estas ideas tienen la rara virtud de enojar a todos por igual. Señal de que posiblemente sean correctas. Es muy posible que si no abrimos la puertita de un acuerdo y usamos la lapicera para firmar algo en serio, todo lo que se vivió en Washington el 6 de enero de 2021 parecerá una de Disney comparado con lo que puede pasar acá. Yo aviso.

Y como dijo Alberto allá en los 70, cuando cumplió 11 años y asumió la jefatura de la UES: el que avisa no es traidor.