viernes, marzo 29

La nueva consigna: cocaína sí, libros no

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Nota extraída de Clarín por Miguel Wiñazki

Cuanto mayor es el abandono de la escuela, más temprana la drogadicción, y por lo tanto todos los males consecuentes

El manual de instrucciones para iniciar jóvenes en la droga desde el municipio de Morón no debiera simplemente imputarse a la historia criminal de la estupidez humana.

Es el síntoma de un colapso trágico. 

Hay que correlacionar el aumento de los índices de deserción escolar con la baja de la edad promedio de la ingesta de tóxicos.

El control de las fronteras con Bolivia y con Paraguay ya es una utopía. La droga con anuencia de sectores corrompidos de las autoridades circula y a granel. Las pistas clandestinas en provincias con amplios espacios desérticos funcionan tupidas, y las vías fluviales con un punto nodal en Rosario -pero también con puertos oscuros en el río Uruguay- son faros negros que operan y que enriquecen a carteles diversos que conocen y capitalizan las libertades que tienen.

La destrucción provocada enreda progresiva y deliberadamente a la economía política con el narcotráfico.

“Andá de a poco y despacio” , señala el folleto que induce al consumo. Es el “mejor” camino para que el que se inicia avance en la adicción.

Como toda nueva práctica, es conveniente comenzar de a poco para ir arribando a la plenitud.

La contradicción entre drogadicción y educación es quizás la fuente más terrible de todas las contradicciones.

La magia contaminante de la droga borra la posibilidad del aprendizaje.

El internismo político y la voluntad de poder difiere las urgencias y no se vislumbra un plan de combate sólido contra el narcotráfico que crece mientras la voluntad de poder distrae e hipnotiza a la clase dirigente.

El folleto es la escritura que exhibe la sideral distancia entre la reverencia de la política hacia sí misma, y la realidad que se degrada y enferma.

El trastorno social tiene múltiples manifestaciones y en algún sentido la emancipación de la corporación política de la realidad -con las debidas excepciones- sacrifica a la comunidad abandonada por el narcisismo de un conjunto dirigencial que afronta por eso mismo desequilibrios hacia los extremos. Se potencia a derecha e izquierda la iracundia que solo ofrece el sonido y la furia del grito y el discurso acusador pero vacío.

La sociedad civil a la vez se anestesia y los males parecen normales.

En Ucrania, invadida y bombardeada, los trenes funcionan. En Argentina, para dar un solo ejemplo de esta semana, el jueves se detuvo el ferrocarril San Martín por un piquete que cortó las vías y complicó las vidas de miles.

Es un ejemplo, pero es un dato que representa que lo que no es común, aquí parece por frecuente justificado, o aceptado.

La perplejidad está siendo sustituida por la turbación resignada.

La nueva consigna es un mensaje tácito y a la vez evidente: cocaína sí, libros no.

Decrecen las capacidades de la lecto escritura, y la simbología de las matemáticas se distancian cada vez más de las mayorías.

Es una bomba neutrónica y en racimo que estamos dejando descerrajar sobre la inteligencia colectiva.

Pero, también se percibe una resistencia. La sociedad no perdió todos sus reflejos.

El panfleto moronense fue interceptado y denostado por la opinión pública. El tractorazo es otra exhibición de límites a la inoperancia controladora del gobierno. Las elecciones que perdió el kirchnerismo en la UBA son otro indicador. La victoria de Ricardo Gil Lavedra en las elecciones del Colegio Público de Abogados Porteños es otra; venció a la coalición oficialista que parecía eternizarse.

Y otro dato que indica un resquebrajamiento de un modelo que parecía consolidado. Los movimientos sociales, muchos de ellos receptores de dineros a granel y distribuidos con arbitrariedades y abiertas manipulaciones de la pobreza, están siendo objeto de discusiones feroces dentro del oficialismo.

Hebe de Bonafini con su ensañamiento habitual los defenestró, según cabe inferir, por orden directa de la vicepresidenta.

Es que ahora protestan contra el cristinismo en las calles.

No cabe en simultáneo culpar a los pobres por la pobreza. Ese facilismo del desprecio a quienes no tienen nada, también debe ser revisitado. Los marginados son cruelmente utilizados por los capitostes de algunos movimientos que lucran con la desesperación ajena.

Ese folleto que propone un camino de ingreso a la adicción es precisamente una evidencia de lo que, disfrazado de progresismo, es destructivo y aviesamente regresivo.

Transitamos por un punto de bifurcación.

O aceptamos esa oferta vil: cocaína sí, libros no, o la invertimos: Libros, sí. Cocaína, no.

Columna publicada en Clarín