jueves, abril 18

La presión de Cristina y AxelKicillof:mensajes duros y una larga charla con Alberto Fernández

0
349

Nota extraída de Clarín por Santiago Fioriti

Chats desde Europa, encuentros ásperos y disputas con intendentes y gobernadores. Tensión de Larreta y su Gabinete.

Axel Kicillof y Cristina Kirchner en un acto partidario. Foto AFP

“Mirá, son las 7 en París y no anda nadie”, le escribió Alberto Fernández a Axel Kicillof, y le envió una foto de calles y negocios vacíos. El gobernador sintió un súbito alivio: hacía semanas que le venía pidiendo un confinamiento extremo. El Presidente se resistía. Pero las postales que recogía en Francia, donde más del 30 por ciento de la población ya está inmunizada, y los datos que llegaban desde la Argentina le iban cambiando el semblante. Antes de subirse al avión para el regreso de la gira por Europa, Alberto invitó a Kicillof a hablar a solas en su despacho. Ocurrió el miércoles. Charlaron durante tres horas. ¿Es posible una reunión tan larga? “Sí, porque hablaron de todo, pero de todo eh”, confirmaron en ambos entornos. El mensaje de Kicillof sobre la situación epidemiológica fue duro, inflexible, desesperante. Difícil saber cuánto influyó en el ánimo del Presidente, que tan solo 24 horas antes había dicho que no era posible un regreso a un encierro como el de 2020. 

Los mandamientos del gobernador vinieron a reforzar los insistentes mensajes y llamados por teléfono que Cristina cruzó en los últimos días con Fernández. La decisión final del confinamiento -que el país conoció el jueves a las 20.30, en una grabación apurada para que la atención no la desviara el partido de Boca por la Copa Libertadores-, pareció salir de esa rueda de conversaciones y presiones. Los gobernadores se prestaron al juego de diálogos, lo mismo que los intendentes, pero no existe con ellos la sintonía del año pasado. Ni la sintonía ni el respeto. Alberto acusa a los mandatarios de especular con las medidas y Kicillof les achaca a los municipios que se han hecho los distraídos con los controles.

La burbuja para las decisiones se circunscribió a Cristina, Alberto y Kicillof. En privado, la postura de la vicepresidenta se manifestaba cada vez con mayor vehemencia. Alertaba sobre un posible estallido en hospitales -de por sí sobrepasados de ocupación-, en especial en el Conurbano, su bastión, donde la imagen de la clase política se ha resentido, aunque la ex presidenta asoma por encima del resto de la dirigencia en intención de voto. “No hay espacio para que siga cayendo porque eso nos dejaría a tiro de una derrota”, dicen en el Instituto Patria.

El secretario de Cristina acostumbra a llamar sin aviso a los intendentes del GBA para comunicarlos con ella. La vice les hace preguntas puntuales sobre el distrito. En los últimos treinta días esos llamados se reforzaron. Los principales protagonistas de la coalición oficialista, aun los que se resisten a su estilo, dicen que el olfato de la ex presidenta no falla: que el hartazgo es grande y que la posibilidad de un crac está latente. Cristina ha hablado con asombro de la paciencia de los ciudadanos frente a una constante lluvia de malas noticias.

Ella, La Cámpora y Kicillof le pidieron a Alberto que apurara el anuncio de más recursos para los sectores afectados por los cierres de la economía. La Casa Rosada destinará 480 mil millones extra al Repro II -dirigido a gastronómicos, hoteleros y comerciantes no esenciales-, a las reducciones patronales, a la Tarjeta Alimentar y a las becas para jóvenes. El plan va en desmedro de las expectativas del ministro Martín Guzmán, que luce cada vez más aislado y con poco poder de maniobra.

Frente a la tormenta que se desató en su ministerio desde que quiso echar a un funcionario de menor jerarquía -y se lo impidieron con una seguidilla de mensajes por WhatsApp-, el economista habría terminado de entender que su rol se limita a negociar el acuerdo con el FMI. La nueva normalidad en el Palacio de Hacienda quebró sus expectativas de ser un ministro abarcativo, pero hoy lo salva de ser la cara de peleas que parecen perdidas. La inflación, por ejemplo. Uno de sus confidentes cuenta que su plan fue boicoteado desde adentro y que eso le libera las manos para dedicarse de lleno a la renegociación con el FMI. Guzmán ya arregló con los bonistas. Si cierra con el Fondo quizás esté en condiciones de decir adiós. El explosivo cóctel de inflación-pobreza-desempleo quedaría para el que venga.

Cristina, Máximo Kirchner y Sergio Massa, los encargados por distintas vías de acotar el margen de Guzmán, están por estos días en la postura de que “hay que ayudar a Alberto”. Una mayor debacle en su imagen podría arrastrar el Frente de Todos a una derrota electoral. Madre e hijo, sin embargo, siguen creyendo que la mitad del Gabinete no funciona. Si no lo dicen (aunque a veces coquetean con esa posibilidad: así se lo dijo ella a Alberto en una de las últimas discusiones) es porque el clima social y sanitario no lo permite.

Emilio Pérsico, uno de los jefes del Movimiento Evita y secretario de Economía Social, expresa a menudo un antiguo proverbio chino: “La pradera está seca. Una sola chispa puede incendiarla”. El miedo a la situación social, con una pobreza que llega a niveles inauditos en algunas zonas y franjas etarias (el 62,9% de los menores de 14 años son pobres y la cifra se eleva al 72,7% en el Conurbano, según estadísticas del Indec) se suman a los pobres que vienen marchando por el nuevo enfriamiento de la economía y por una pandemia que aún se reserva noticias peores.

Se dice con frecuencia que los funcionarios (de todos los gobiernos) viven alejados de esas situaciones de vulnerabilidad. En crisis como las actuales no es posible un aislamiento completo. Desde ministros de primera línea hasta dirigentes opositores escuchan lamentos a cada paso. Un ejemplo. Un funcionario de La Cámpora contaba el jueves en un pasillo de la Casa Rosada que había ido a almorzar a un bar y que había una sola mesa ocupada y dos mozos. “Les dije a los empleados que no vengan, pero vienen igual. ¿Sabés por qué? Porque vienen a comer”, le explicó el dueño. Otro ejemplo. Un ministro se enteró que en un importante club de rugby desafiaban las medidas restrictivas. Llamó él mismo al presidente del club, un viejo conocido suyo, para recriminarle. “¿Qué querés, si el club se está muriendo”, le respondió.

El capítulo colegios fue otro eje de fuertes disputas a lo largo de la semana. En un zoom con Kicillof, Jaime Méndez -alcalde de San Miguel, de Juntos por el Cambio- planteó si no se podía “hacer algo para mejorar la enseñanza en los colegios”. Kicillof le contestó: “¿Tenés alguna idea mejor a lo que estamos haciendo? Decímela”.

La situación escolar en la provincia de Buenos Aires genera problemas graves, en los que aún no se ha profundizado. Miles de chicos no tienen conexión a internet y abandonan el colegio o están camino a hacerlo. Y en muchas familias en las que trabajan o trabajaban hombre y mujer se debió optar entre dejar a los niños solos para poder continuar con el empleo o que uno de los integrantes de la pareja dejara de ir y pusiera en peligro sus ingresos. Las estadísticas son elocuentes: las mujeres resultan las más perjudicadas.

“Un cierre como este es lo que había que hacer”, decía Fernán Quiros en los encuentros con el Gabinete de Rodríguez Larreta sobre las medidas que lanzaba Nación. En la Ciudad también se vivieron días de zozobra. No solo por la suba de contagios y muertes. Nadie supo explicar con argumentos sólidos por qué los alumnos no tendrán clases ni siquiera de modo virtual el próximo miércoles, jueves y viernes. Se dijo apenas que era para no estresar el sistema educativo y que esas clases serán recuperadas en diciembre. Pareció una explicación de urgencia.

Un día antes, la Ciudad había dejado trascender que las clases eran intocables. Hubo, con el correr de las horas, comentarios no muy cordiales hacia la ministra Soledad Acuña. Dentro del propio Gabinete porteño. A Larreta, como si fuera poco, lo persigue otro fantasma: los dueños de bares y restoranes le empiezan a hacer sentir su disconformismo con las medidas. Algunos hasta le achacan dejarse correr por la Nación.

“Si hubieran traído las vacunas que dijeron que iban a traer no estaríamos así”, explica el jefe de Gobierno. Suena lógico. Pero las vacunas son escasas y hay que convivir con eso. El país lleva vacunadas a 8.673.465 personas con una dosis y solo a 2.360.858 con las dos. Para inmunizar a la población se necesita vacunar entre el 60 y el 70 % de los ciudadanos, pero hay especialistas que advierten que, con la aparición de las nuevas variantes -que son más transmisibles- el porcentaje debería ser de entre el 70 y el 80%. 

La economía asfixia, el virus mata y en 30 días llega el invierno.