martes, abril 23

La Universidad,autoritarismo, la democracia y las herejías

0
158

Nota extraída de Clarín por Miguel Wiñazki

Tras estar varios años encarcelado y por lo tanto alejado de su cátedra en la Universidad de Salamanca, el poeta, astrónomo, teólogo y humanista Fray Luis de León retornó a las aulas. Fray Luis, comenzaba cada clase resumiendo la anterior, y como si el tiempo no hubiera pasado reinició su clase; “como decíamos ayer” dicen que dijo, y continuó su magisterio , obviando -en un sentido- el tiempo de censura y encierro.

Su sarcasmo en rigor aludía por negación al paréntesis entre rejas al que lo habían obligado. Ocurrió en la segunda mitad del siglo XVI.

Lo había detenido la Inquisición, entre otras cosas, por traducir del hebreo el Cantar de los Cantares, un profundo elogio del amor.

Este cronista cursó un posgrado en Ciencia Política en Salamanca y la estatua de Fray Luis de León en el patio del edificio histórico principal, sigue dando clase, “como decíamos ayer”.

Muchos siglos más tarde, en el mismo edificio de Salamanca, en el bellísimo Paraninfo, donde se celebran los actos públicos de la Universidad, el general fascista Jose Millán de Astray gritó a viva voz y ante una audiencia de estudiantes, referentes universitarios y falangistas que lo invadían todo aquella consigna atroz: “Muera la inteligencia, viva la muerte”.

Fue el 12 de octubre de 1936.

En el acto, el entonces rector Miguel de Unamuno, filósofo, existencialista a la española y siempre lúcido, lo habría contradicho con coraje: “Vencereis, pero no convencereis”.

Francisco Franco y la muerte tomarían ya la península.

Hay historiadores que refutan el entredicho. Pero la alegoría pedagógica del enfrentamiento continúa vigente.

En la Facultad de Derecho de la UBA se repitió, salvando distancias pero no tantas distancias, otra vez la “muerte de la inteligencia”, cuando un grupo de fascistas quiso impedirle hablar a un diputado nacional, que sin embargo sorteó el Muro de Berlín que le imponían y logró ingresar tras una discusión que no debió haber ocurrido.


No hace falta recordar que la Universidad es pública y es el espacio del saber abierto, dialógico y democrático.

Hay algo muy profundo en ese episodio menor y mayor en simultáneo.

Todo remite al pasado más obtuso, y también a la imposibilidad de detener la palabra en la Universidad. “Como decíamos ayer”, la palabra puede intentar censurarse, silenciarse, o diferirse, pero de un modo o de otro, se enuncia y se pronuncia, tarde o temprano.

Cabe otra interpretación: las palabras se degradan y remontar su altura no es nada sencillo.

Cuando las palabras se envilecen la vida se degrada, la política se degrada.

Pensaba Miguel de Unamuno precisamente que “Las lenguas, como las religiones, viven de las herejías”. Los cazadores de herejes suelen tener el aspecto de estos ignorantes que se parapetaron entre sonrisas anodinas y un bombo bizarro para impedir un diálogo público.

La herejía, en el sentido de Unamuno, es lo que asusta a los fanáticos, a los dogmáticos, a los ignorantes. Es la disidencia respecto del canon que se supone debe imperar.

Todo gira en derredor del abismo.

Porque no hay que tenerle miedo a las palabras, y nos estamos abismando en una Babel de irresoluciones y desbarrancos.

Es que la sentencia de muerte de Millán de Astray sigue luctuosamente vigente. “Muera la inteligencia”.

Así se mueren las instituciones, la economía, y de mil maneras maneras la gente misma.

Se muere también en vida; de pobreza, de frío, de analfabetización, y se muere de demagogia; una enfermedad tan persistente como la peste misma.

Escribió Fray Luis de León: “Para hacer mal, cualquiera es poderoso”.

Cualquier bruto puede hacer daño, y mucho daño.

Y cualquier desenfrenado también.

Aludir a la sangre en las calles, como ocurrió ésta semana, daña por imprudencia y alude con irresponsabilidad manifiesta al peor de los escenarios. ¿Quizás se quiso provocar y apresurar esa escena dantesca?

Es un pensamiento delirante primario, pero no por primario y borrascoso menos dañino. Hay apego ansioso y nostalgia de la violencia todavía. Asombroso pero real.

Nos estamos abismando.

Un grupo de mapuches o pseudo mapuches incendió hace días a una persona que no colonizó a nadie y que no es culpable de nada. Le arrojaron nafta y lo prendieron fuego.

Todos los fuegos, el fuego.

Antes hubo piedrazos literalmente asesinos contra choferes. A un camionero en el sur lo mataron por no detenerse ante un piquete.

La inteligencia política está derrumbada.

La imprudencia avanza.

Hay manos crispadas y arrebatadas.

Y todos los peligros acechan con colmillos afilados. Columna publicada originalmente en Clarín