viernes, abril 19

Los juegos perversos de Cristina-Nota extraída de La Nación por Laura Di Marco

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Nota extraída de La Nación por Laura Di Marco

Para Alberto, Cristina es “la teta mala”, como diría Melanie Klein. Su compulsión por lograr su aprobación –alguien debería avisarle que jamás la conseguirá– llega al peligroso extremo de poner en riesgo su propia supervivencia política

Si se pudiera escanear en profundidad el cerebro de Cristina, encontraríamos lo indecible: el deseo de que su criatura política fracase, aun a riesgo de que naufrague su propio gobierno: el que ella misma pergeñó.

Más aún: podríamos decir que, en términos simbólicos, Cristina y La Cámpora ya abandonaron ese gobierno, ahora en manos de un “okupa”.

Empezaron a retirarse el día que el camporismo le presentó sus renuncias a Alberto, después de la estrepitosa derrota legislativa. Desde entonces, Cristina parece haber encontrado un modo perverso de estar sin estar. O de estar sin apoyar. O de ser oficialista, pero parecer opositora. Ausencia en presencia para evitar así que la historia le facture haber hecho “la gran Chacho Álvarez”. Un truco al que, convengamos, no le falta creatividad.

Jugó a ese juego en la dantesca escena del último martes en el Congreso mientras, en pleno minuto de duelo, se acariciaba el pelo, se reía cuando la oposición tildaba de “mentiroso” a Alberto Fernández, regalaba en cámara caras de desprecio (está visto que carece de filtro) y sobre todo avalaba en silencio dos ausencias escandalosas: la de su hijo e imaginado heredero –el que iba a llevar adelante la monarquía K por los siglos de los siglos– y la de su otro hijo político, el preferido Wado de Pedro, de oportuno viaje a España.

Lo exhibió días atrás, cuando el Presidente visitó La Plata y, en el mismo momento, ella recibía en su despacho nada menos que a Kicillof. Desde entonces, el gobernador, que hasta ese momento venía apoyando el acuerdo con el Fondo, empezó con petardeos sutiles a un entendimiento vital.

¿Está roto el Frente de Todos? El politólogo Pablo Touzon acerca una definición: “Está roto desde la renuncia masiva de los ministros, después de las PASO. La sucesión, eje de cualquier sistema de poder, está seriamente complicada. El kirchnerismo solo funciona hoy como un sistema de vetos”.

Sucesión. Vetos. ¿Y Máximo? ¿Cómo interpretar el desplante al Presidente en un acto institucional tan trascendente como la apertura de sesiones legislativas? En el camporismo auguran que Máximo va a renunciar a todo –hablan de los puestos formales, obviamente, no de las cajas– y que va a jugar a custodiar la herencia simbólica del kirchnerismo.

Menoscabado porque nunca fue legitimado por sus propios méritos –siempre fue visto como “el hijo de”–, el jefe de La Cámpora siempre se sintió más cómodo afuera que adentro. Nunca fue una real alternativa de poder. Como dice un peronista no K: “Son pibes para manejar 20 puntos, cuando tienen más no saben qué hacer”. En verdad, desde que murió Néstor, Cristina y La Cámpora se abocaron a encarnar un testimonio político. Podría decirse que viven de Néstor y de sus imaginarias glorias pasadas. Tal vez por eso, en el único momento en el que Alberto osó hablar de futuro en el Congreso, ella le arrebató el micrófono.

Para Alberto, Cristina es “la teta mala”, como diría Melanie Klein. Su compulsión por lograr su aprobación –alguien debería avisarle que jamás la conseguirá– llega al peligroso extremo de poner en riesgo su propia supervivencia política. Necesita de los votos de la oposición para terminar de sellar el acuerdo con el Fondo, pero, en lugar de seducirlos, como haría cualquier político normal, se dedica a escupirlos. ¿Se da cuenta de lo que hace o el placer de ensuciar a Macri para colmar a Cristina es más fuerte?

También es más fuerte la atracción política de Cristina por el macho alfa ruso que por la corrección política. Porque aquel macho alfa devino criminal y la Argentina, titubeante, no termina de nombrarlo, ni de condenarlo con contundencia. La psicología debería ir en auxilio del análisis político para explicar, en su totalidad, el paralelo entre ambos autócratas.

El maltrato es el sello de la opaca biografía de Putin. El investigador Erich Schmidt-Eenboom habla de episodios de violencia doméstica, y señala que prácticamente no ve a sus hijas. Otra de sus biógrafas, Masha Gessen, lo describe de un modo inquietante: un niño grande con botón nuclear. Solitario, narcisista, con dificultades para reconocer al otro y relacionarse con otros seres humanos.

Tuvo una infancia sin amor. Rechazado por sus padres biológicos, creció sin una figura paterna. Al rechazo lo convirtió, ya de adulto, en inseguridad. Para compensar esas carencias recubrió su frágil personalidad con una extrema admiración por sí mismo. Cualquier similitud con la reina de El Calafate no es mera coincidencia.