Los Kirchner buscan “quebrar” a Alberto Fernández y vengarse de Martín Guzmán
Nota extraída de Clarín por Nicolás Wiñazki
Las señales del cristinismo muestran que el quiebre aumentará en las próximas semanas. El presidente está cansado de las maniobras de su vice.
Máximo Kirchner marcha el jueves en el Día de la Memoria junto a otros dirigentes de La Cámpora. Fotos Emmanuel Fernández
En la intimidad de la Residencia Presidencial Olivos (RPO), frente a no pocos interlocutores, el presidente Alberto Fernández se queja del complot que los Kirchner iniciaron en contra de su propio Gobierno, de algunas de las críticas con la que intentan lacerarlo algunos de sus voceros.
Y entonces cuenta una anécdota desconocida sobre cómo fue que Cristina lo eligió para ser candidato a Presidente: “Cuando me dijo por primera vez que quería que yo sea candidato, no lo podía creer y al principio me negué. Tres días estuve discutiendo con ella porque sinceramente creía que Cristina era mejor candidata que yo. Tres días de discusiones”, revela ahora, quizás no sin cierta ironía.
Y sigue: “Ella me decía que me necesitaba por perfil dialoguista, por mi forma de hacer política. Admitía que había que generar nuevas relaciones y tomar decisiones novedosas, y que a ella le iba a costar, que estaba cansada. Me convenció. Ganamos las elecciones. Y al día siguiente de asumir me empezó a pedir cosas contrarias a todo lo que habíamos hablado. Quería que sea otro”.
El Frente de Todos empezó con fricciones. Nada demasiado grave para los primeros meses del 2020. Presagios ligeros. Hoy, las diferencias de criterio entre el Presidente y la vice, o al menos la conflictiva actualidad política y económica, o los cálculos electorales futuros de la vice y su hijo, terminaron por desatar la más severa crisis en el oficialismo.
Los Kirchner no ocultan el repentino desprecio por medidas gubernamentales relevantes, como el nuevo pacto con el FMI, o las políticas futuras sobre energía, inflación o de relaciones exteriores. No lo ocultan: lo declaran en los medios y operan en consecuencia.
Clarín pudo saber, tras consultar a múltiples fuentes del oficialismo (del oficialismo puro y del oficialismo opositor, el representado por los Kirchner), que la pelea entre el Presidente y la vice se profundizará. Tanto ella como su hijo buscan desgastar la figura del Presidente, hasta “quebrarlo” anímicamente. Y dejan trascender que hay una condición básica para iniciar cualquier diálogo conciliador: que el ministro de Economía, Martin Guzmán, sea despedido de ese cargo. Quieren venganza.
Fernández dejó trascender que Guzmán seguirá en su cargo, que tiene su apoyo y del resto del Gabinete que le es leal al Jefe de Estado. Esta interna brutal del peronismo en el poder es el principio de una nueva fase en la política nacional con secuelas imprevisibles para la sociedad.
Los Kirchner no terminaron de romper su sociedad con el Presidente por qué sí. Al menos es lo que, de acuerdo a fuentes de confianza, ellos repiten en la intimidad y ya casi en forma pública. Cuentan que se sintieron traicionados por el Presidente por las negociaciones que llevó adelante con el FMI. Afirman que Martin Guzmán primero y después él les mintieron sobre cómo culminaría ese nuevo pacto con el Fondo, al que describen como de imposible cumplimiento y, también, como perjudicial para intentar triunfar en las elecciones del 2023.
Al menos desde abril del año pasado, la vicepresidenta le advirtió a Fernández que su ministro de Economía había pasado a ser su enemigo. “Es delegado del Fondo, no te engañes”, según palabras de Cristina a Alberto, reconstruyeron fuentes gubernamentales inobjetables.
La pelea se aceleró con la confirmación de los detalles del acuerdo con el FMI, y tomó ahora vida propia. En solo un mes, Máximo Kirchner renunció a la jefatura del bloque K en Diputados, rompió el diálogo con el Presidente diciéndole que su gestión era mala, que nunca quiso que sea candidato a Presidente, y que era culpable de la derrota que sufrió su mamá en los comicios legislativos del 2017.
Pasado esos acontecimientos, desconcertó a sus propios socios en el Frente de Todos ordenándole a los diputados leales a su familia que voten en contra del oficialismo cuando el Congreso aprobó con votos de la oposición el nuevo pacto con el FMI; y luego voceros de la vicepresidente Cristina acusaron a la Casa Rosada de haber sido una especie de cómplice del ataque a piedrazos que destrozó la oficina del Senado en la que se encontraba ese día la propia vice. “Fue un mensaje mafioso”, llegó a decir el ministro bonaerense de Desarrollo Social, Andrés “Cuervo” Larroque. Es un ventrílocuo de Cristina y Máximo.
Esa crisis después de la crisis fue coronada con la admisión de la portavoz del Gobierno, Gabriela Cerruti, de que el Presidente se había comunicado el día de los incidentes con Cristina, y que ella no lo atendió. En el caleidoscopio del oficialismo roto, llamó la atención de varios funcionarios que Cerruti se haya acercado a saludar a Máximo Kirchner cuando marcha con La Cámpora el 24 de marzo. Fue la última vez que criticó al Presidente.Cerruti además había llamado a varios de sus compañeros de gestión para convencerlos a que la acompañen. Fue sola.
Las críticas feroces contra el Jefe de Estado continuaron el 24 de marzo. Máximo Kirchner repitió un concepto que ya repitió otras veces pero que se reactualizó: “El modelo es con la gente adentro”, definió, como si la Casa Rosada estuviera hoy desamparando al “pueblo”, por utilizar una palabra-concepto de Juan Perón, que jamás hablaba de “la gente”. Kirchner agregó, sin metáfora, que “queremos un país mejor, me emociona el convencimiento de querer un país mejor cuando todos te dicen que tenés que bajar los brazos porque todo es una mierda. Y si todo es una mierda, vamos a empujar para que deje de serlo” (sic).
Kirchner se quejó porque los medios fueron críticos de sus posturas. Lo atribuyó, con notable sinceramiento, a que las empresas periodísticas no son manejadas por la dirigencia K.
El funcionario bonaerense Larroque fue el que explicitó el gran dilema que recorre hoy al peronismo oficialista, tanto al “oficialista puro” como al “oficialista opositor”.
¿Los funcionarios que militan en la agrupación La Cámpora dejarán los cargos en organismos públicos de enorme trascendencia para la gestión liderada por un jefe de Estado que consideran una especie de inepto culpable de las derrotas electorales pasadas y también de las futuras?
No, ningún dirigente de La Cámpora dejará el poder. Larroque definió que “es difícil que nos vayamos de algo que constituimos».
Es a través de esos puestos, financiados por el Estado, con los que administran áreas muy sensibles para la Nación. Con presupuestos multimillonarios.
“El presidente estaba en un espacio político, fue jefe de campaña de un espacio que sacó 4 puntos en la elección de la provincia de Buenos Aires”, intentó también descalificar el ministro bonaerense Larroque a Alberto Fernández, hoy Jefe Supremo de la Nación, Jefe de Gobierno, responsable político de la administración general del país, y Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas de la Nación, según indica la Constitución Nacional. Artículo 99 e incisos.
EL Presidente había puesto un límite al asedio K, o al menos lo intentó, cuando en medio de estas trifulcas de las últimas semanas afirmó en declaraciones radiales que “el Presidente soy yo, y el que toma las decisiones soy yo”. Y agregó que no existe “una presidencia colegiada”.
Ese último concepto también ayuda a comprender mejor por qué se cortó el diálogo entre el Presidente y la vice. No solo por el rencor permanente contra Guzmán. Si no también porque Fernández dijo haberse agotado de vivir con ella escenas repetidas: la recibía en la RPO, ella cargando carpetas con números que, según explicaba en esas reuniones, demostraban poca ejecución de presupuestos de varios ministerios u otros problemas de ese estilo. La versión del oficialismo puro es que Fernández le aseguraba que eran cálculos equivocados. Y le pedía entonces a Guzmán que le mostrara la realidad. Además, por supuesto, discutían sobre otros temas, como cuál debería ser el número del déficit fiscal con, o sin acuerdo con el FMI.
Esa dinámica en la que también terminó involucrado Guzmán detonó a la coalición de gobierno.
El peronismo “oficialista opositor” se mantiene callado. No tanto como el “oficialista puro”. Los voceros del Presidente convocan a la unidad y escapan a las réplicas brutales de las críticas brutales K. Ayer, el intendente de Esteban Echeverría, Fernando Gray, el primero en distanciarse de La Cámpora, se diferenció pidiendo públicamente que los funcionarios que responden a Máximo Kirchner renuncien a sus puestos: “Si no les gusta el Gobierno se tienen que ir”, se enojó en una entrevista con radio Millenium.
El Presidente no pedirá, por ahora, ninguna renuncia a sus subordinados que ahora son a la vez sus opositores.
No quiere ser el responsable de una fractura total con los K. Lo que suponía el inicio de una disputa arriesgada en el peronismo.
Aunque tomará decisiones que disgustarán a los Kirchner. Y tal vez culminen con el despido o renuncias de “camporistas”. Intrigas de Palacio.
Siempre supo, en rigor, que los funcionarios que designaba la vicepresidenta en áreas claves no lo considerarían jamás como su jefe.
El secretario de Energía, Darío Martínez, por ejemplo, reveló a sus colegas de Gobierno que desde que tras asumir en ese puesto, y quizás durante más de un año, debía visitar a Cristina Kirchner para contarle todo lo que pasaba en su organismo. Y más también.