Los terapeutas de Alberto contra el periodismo alocado

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Nota extraída de Clarín por Fernando González

El Presidente volvió a criticar a la prensa que remarca sus contradicciones. Los mandó al psiquiatra.

En un mundo que cambia constantemente, el periodismo también va cambiando para asumir nuevos desafíos. En los años sesenta, Tom Wolfe, Truman Capote y Norman Mailer le dieron forma a una revolución llamada nuevo periodismo. Pero, entre los muchos abordajes que se sucedieron dentro del arte de contar las noticias, nadie había hablado hasta ahora del “periodismo alocado”. Esa categoría novedosa la alumbró, en las últimas horas del 2020, el verborrágico Alberto Fernández.

“Hay un periodismo alocado que necesita terapeutas para sacarse el odio que cargan encima”, ilustró el Presidente, intenso y parlanchín como pocos de sus antecesores. Y no estaba disertando en una universidad o en la tribuna de una ONG bien pensante. Lo hacía ante los micrófonos de uno de los medios afines, que jamás van a incomodarlo y que se dedican sí a castigar a cualquier periodista que no entone las estrofas de la canción oficial. Una práctica que el kirchnerismo de hace una década ejercía desde los medios estatales. Ahora ni siquiera los necesitan.

El problema del periodismo alocado que necesita terapeutas es que insiste en cotejar las palabras de hoy con las que el Presidente pronunciaba hacía apenas dos o tres años. Alberto expresaba mejor que nadie sus dudas, por ejemplo, sobre las causas de la muerte del fiscal Alberto Nisman, aquel que investigaba a Cristina por el sospechoso Pacto con Irán y apareció muerto un día antes de declarar en el Congreso. “Hasta el día de hoy, dudo que se haya suicidado”, decía Alberto para la inmortalidad del documental que el británico Justin Webster hizo para la plataforma Netflix. Aquel era un Fernández libre, inconformista y cuestionador del poder.

Bien diferente del Fernández dócil que ahora le dijo a la radio oficialista. “Yo estoy convencido de que fue un suicidio, después de dudarlo mucho ¿eh?, no voy a mentir…”, se sinceró este Alberto cartesiano y paladín de la duda metódica. El problema, claro, lo tiene el periodismo alocado que insiste en comparar los cambios en el discurso presidencial. Nada que un buen terapeuta no pueda solucionar.

El problema es que el terapeuta de los periodistas alocados va a tener demasiado trabajo. Además de las contradicciones de Alberto con la muerte de Nisman debería hacer desaparecer muchas más dudas incómodas. Ahí están esos alocados remachando con el recorte de las jubilaciones, que Alberto despegó de la inflación para poder ajustarlas. Y el examen exhaustivo y tranquilizador que la ANMAT nunca hizo sobre las vacunas rusas. Y la condena por fraude al Estado sobre Amado Boudou, confirmada por 14 instancias judiciales, que el periodismo alocado recuerda una y otra vez por su odio mal curado. Terapeutas, a las cosas.

Es que los periodistas alocados tienen obsesiones oscuras y desestabilizantes. Uno de ellos, el reconocido alocado Nicolás Wiñazki, pretendió incluso ir a cenar con su familia a la pizzería Graf Zeppelin ubicada en el corazón de Ciudad Jardín. Afortunadamente y gracias a esas definiciones esclarecedoras como las del Presidente, el dueño del restaurante tenía despierto su enano fascista y lo individualizó y lo echó en el acto delante de su esposa, de sus suegros y de sus hijas. A veces, ni siquiera es necesario recurrir a los terapeutas.

El 2021 recién empieza y no va a ser fácil para los argentinos ni para el Presidente. Tiene por delante hacer algo más eficaz de lo poco que hizo hasta ahora para hacerle frente a la pandemia, ponerle fin a la recesión y hacer retroceder a la pobreza. De las fallas en el gabinete, como ya le avisó por carta y después sobre el escenario, se ocupa Cristina. Y en cuanto al periodismo alocado, Alberto sabe bien que cuenta con cientos de obsecuentes para ayudar con la reeducación terapéutica de los que nunca aprenden a valorar las ventajitas del discurso único.