viernes, marzo 29

Mamá Leonor, la Etchevehere que Alberto no vio venir

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Nota extraída de Clarín por Fernando González

La mujer de 82 años, Leonor Marcial Barbero de Etchevehere,  esperó el fallo y recuperó su estancia. El Gobierno apostó a sacar rédito político del caso y perdió.

La Argentina es así. Alumbra sorpresas y mucho más en tiempo de conflictos. Algunos dirigentes del Gobierno planificaron una maniobra perfecta. Que el conflicto jurídico de once años planteado por Dolores Etchevehere a su familia, con el activista Juan Grabois como abogado, terminara en una derrota política para Luis Miguel Etchevehere, ex presidente de la Sociedad Rural y ex ministro de Mauricio Macri. A eso le agregaron una denuncia por violencia de género. Recuperación de tierras de una familia de ricos, vínculos con el gobierno anterior y feminismo. Era la película perfecta.

Hasta el Presidente, que no viene acertando con la mayoría de las estrategias que toma para encarrilar al país indómito, se compró la aventura gratuita de meterse en el campo de los Etchevehere. Tal vez lo sedujo la historia de Dolores, la hija rebelde de la familia que se había ido de Entre Ríos a los 16 años a estudiar Letras a Buenos Aires, a vivir con los abuelos y alejarse un poco del agobio familiar.

El problema, como le sucede cada vez con mayor frecuencia a Alberto Fernández, fue no frenar a tiempo a otro de los personajes que orbitan en la galaxia misteriosa del kirchnerismo. Grabois no tiene cargo oficial pero tiene militantes rentados que le responden ciegamente para cualquiera de sus propósitos. Y sobre todo tiene libertad de acción. Una libertad que le permiten también sus vínculos con Cristina Kirchner y con el Papa Francisco, a las que el Gobierno no les encuentra solución. Por eso se pegaron el porrazo, para decirlo con la metáfora del tropezón que puso de moda el Jefe de Gabinete, Santiago Cafiero.

Porque la heroína de la película de Santa Elena no resultó Dolores. El personaje que se fue recortando en la saga fue otra mujer: Leonor Marcial Barbero de Etchevehere. La madre de los cuatro hermanos; la viuda de 82 años de Luis Félix, que había muerto en 2009 y les había dejado más de 5.000 hectáreas y el histórico Diario de Paraná como herencia para la familia.

Leonor resistió todos estos días de conflicto judicial y mediático junto a la Ruta 12. Les gritaba desde el alambrado a los ocupas de Grabois y ordenaba a los chacareros aliados para que no se excedieran en los momentos de mayor tensión. Claro que su aura de estrellato comenzó a consolidarse el domingo a la tarde, cuando bajo la lluvia y en medio del barro habló durante el banderazo de protesta contra la usurpación. Echó mano a sus conocimientos de abogada y enhebró un discurso calmo, sensato y sensible a la vez. Así atrapó de inmediato a la audiencia enfervorizada del país engrietado.

Con mamá Leonor en el centro de la escena, el abogado Grabois dejaba de ser una carta ganadora y quedaba algo eclipsada la hermana Dolores. Las incursiones oportunistas de la ministra Elizabeth Gómez Alcorta y de Victoria Donda para construir el tinglado de la violencia de género empezaron también a mostrar sus debilidades. Para colmo, las versiones que le llegaban al Gobierno desde el tribunal de Paraná presagiaban malas noticias judiciales. Y no se equivocaban.

El fallo contundente de la jueza Carolina Castagno derrumbó el castillo de arena. Leonor Etchevehere y sus hijos fueron habilitados para retomar el control de Casa Nueva, la estancia en litigio a la que Dolores hizo ingresar a los activistas. “El Gobierno nacional y el provincial usaron a mi hija para una aventura política; la ley se impuso a la barbarie”, fue la primera declaración de la madre. Teléfono para Alberto Fernández y Gustavo Bordet, el gobernador de Entre Ríos que prefirió mirar para otro lado y dejó crecer al monstruo en su territorio.

El Presidente había hablado el martes para decir que era “una estupidez profunda” pensar que el Gobierno podía poner en duda el derecho a la propiedad. Evidentemente, algo pasó en la Argentina de estos días que obligó al peronismo a desalojar por la fuerza la toma bonaerense de Guernica y a aceptar la derrota de Grabois en la usurpación de Santa Elena. El respeto a la ley pareció recuperar algo de su desgastado estatus de bien innegociable. No es que tantos argentinos hayan caído presa de la estupidez, como había insinuado Fernández. La realidad es que ya son muchos, y cada vez más, los que se cansaron de que los tomen por estúpidos.