Massa apuesta al milagro de frenar un 2001 peronista

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Nota extraída de Infobae por Fernando González

El nuevo ministro de Economía asumió con medidas de ajuste y sin la presencia de Cristina. Debe superar la crisis económica y la hostilidad en la calle hacia varios dirigentes del peronismo

La Argentina atraviesa un 2001 minimalista. El martes fue en el Congreso y el miércoles en la Casa Rosada. No hay, como hace dos décadas, muchedumbres en las calles ni fuego en la puerta de algunos ministerios. No hay corralito ni persianas de seguridad que la gente golpea en la puerta de los bancos. Esta vez son pequeños grupos. Mujeres adultas, envueltas en banderas argentinas decoradas con dólares que llevan la cara de Cristina en vez de la de Washington. El kirchnerismo las llama despectivamente “Mabeles”, el plural de Mabel, pero cuando se enojan simplifican y escupen “viejas de clase media”. Por allí anda un joven pateando autos oficiales, llorando e insultando al Gobierno porque asegura que sus hijos ya no pueden comer.

Ese es el escenario que debió enfrentar Sergio Massa antes de asumir como ministro de Economía. Había preparado una celebración glamorosa, con quinientos invitados y una transmisión en vivo que funcionara como una demostración de poder. Gobernadores, funcionarios eufóricos, dirigentes en decadencia, empresarios, amigos, familiares, Moria Casán exultante y la presencia cuasi bufonesca del presidente, Alberto Fernández, que una vez más cumplió con las expectativas.

Tomó el juramento de ciento veinte segundos y se olvidó de saludar a la ministra degradada en Washington, Silvina Batakis, a quien no le habían reservado silla y recibía los pésames de pie. La saludaban como a esas personas a las que se les ha incendiado la casa. “Pido un segundo más la palabra, ¿puedo?”, pregunta Alberto, como si ya no fuera el Presidente. Y cuando se da cuenta que sigue siendo el Presidente, continúa. Recuerda darle las gracias a Batakis, y agrega otra para Daniel Scioli y otra para Julián Domínguez, los tres ministros que echó porque se quedó sin poder. Hay aplausos tibios y ganas de que todo termine.

“Estamos viviendo un tiempo muy singular”, dice el Presidente, y los invitados asienten con la cabeza pero por razones diferentes a las que describe Alberto. Varios de los que llegan son insultados o reciben patadas en sus autos como bienvenida. El clima de tensión se puede cortar con un cuchillo. En el Salón del Bicentenario, en las calles cercanas a Plaza de Mayo y en el país entero. Por fortuna, Massa recapacita, decide acortar el acto de juramento y, después de cinco minutos, los abrazos y las efusividades quedan para la intimidad. No hay nada que festejar.

Entre las paredes de la Casa Rosada se dejan ver los empresarios más cercanos al ministro de Economía. Allí están Jorge Brito, Marcelo Mindlin, Francisco De Narváez, Daniel Vila y José Luis Manzano, quien recuerda los tiempos en los que fue diputado peronista a los 28 años. Claro que no todas son buenas noticias. La primera señal política fuerte de la era Massa son dos ausencias muy notorias: no están Cristina ni Máximo Kirchner.

El ministro le había dicho a algunos amigos que Cristina podía ser de la partida. Pero el aroma a 2001 que exuda el gobierno del Frente de Todos a esta altura disuadió a la Vicepresidenta de hacerse presente en la Casa Rosada. No tenía que pedir un informe de inteligencia para saber que la mano venía mal en las calles. El martes les habían gritado en el Congreso a Mirtha Tundis, a Myriam Bregman y a Juan Grabois. Peor la había pasado el ex ministro de Salud, Ginés González García, en la clase business de un avión de Alitalia. Cristina ya conoce esas señales de hostilidad porque les suele tener en la vereda de su departamento en la Recoleta.

El único respaldo de Cristina para Massa se restringió a la foto del lunes en el Senado. Una imagen que se encargaron de distribuir los dirigentes del Instituto Patria, acompañada de un texto informativo sin ningún otro gesto de simpatía para el nuevo ministro. Máximo Kirchner tampoco fue a la Casa Rosada y su señal de apoyo fue una foto el martes junto a Massa y a Cecilia Moreau en el Congreso. Parece nomás que la cuestión será así. Acompañar en silencio las primeros ensayos del ajuste económico. Despegarse si las cosas van mal y jugar al desgaste del ministro si los vientos lo favorecen. Cristina necesita alguien que pague los costos por ella. No un competidor por el poder.

Hay una foto ilustrativa de la asunción de esas que no necesitan demasiadas explicaciones. En un extremo del escenario, Massa disfruta el momento rodeado de amigos y dirigentes ansiosos por quedarse con una pequeña porción de la gloria. Del otro lado, Alberto baja del mismo escenario con la cabeza gacha. Consciente quizás, de que las cosas ya no volverán a ser las que eran. Se dirigió en línea recta hacia adonde estaba Batakis, tal vez con la intención de reparar lo que ya no podía ser reparado.

Massa prolongó unos minutos más la algarabía en el país maltrecho y cruzó la calle para dirigirse al ministerio de Economía. Una hora después estaba dando la primera conferencia de prensa y explicando un plan económico que todavía mantiene unas cuántas incógnitas. “Vamos a cumplir con la meta de no llevar el déficit fiscal más allá del 2,5% del PBI”, anuncia en un discurso leído ante su equipo en la sala del quinto piso, repleta de periodistas expectantes. Es uno de los puntos acordados con el FMI. El resto de los anuncios es una pieza de equilibrio entre las urgencias del momento y las preocupaciones de Cristina. Deberá ser más creativo en los próximos días. A Alberto no le fue bien jugando a no enojar a la Vicepresidenta.

El arranque es más optimista que el desarrollo de los anuncios. Explica enseguida que no echará mano a los adelantos del Tesoro en lo que resta del año. Y avanza con la segmentación de las tarifas de los servicios públicos. Revela que cuatro millones de hogares “renunciaron” a usar los subsidios a las tarifas, pero no responde cuando le preguntan si el secretario de Energía, el kirchnerista Darío Martínez, seguirá formando parte del gabinete. Es útil recordar que, por orden de Cristina, ni el Presidente ni el ya olvidado Martín Guzmán pudieron cambiar a un ignoto subsecretario del área llamado Basualdo. Es una de las incógnitas que servirá para medir el poder real del ministro.

Massa desvió la respuesta cuando se le consultó quien iba a ser su viceministro económico. El cargo seguía vacante, sobre todo después de que la economista Marina Dal Pogetto rechazara una oferta para ocuparlo que le hizo una persona de confianza de ambos. Es la última de la lista de economistas cercanos al ministro que prefirieron rechazar las invitaciones para sumarse al gabinete. Martín Redrado, Miguel Peirano, Diego Bossio, Martín Rapetti y Gabriel Delgado, entre los más conocidos. Un funcionario del FMI se comunicó con cada uno de ellos para preguntarles las razones de semejante decisión. Massa deberá superar la inquietud de Washington por sus primeros pasos.

Uno de los anuncios con los que Massa intenta entusiasmar a los mercados es el adelanto de exportaciones que deberían consumar los productores agropecuarios y, en menor medida, los pesqueros y los mineros por unos 5.000 millones de dólares. Sería una inmejorable inyección para las arcas vacías del Banco Central, pero en los sectores involucrados son mayoría los que creen que, con suerte, se podrá recaudar la mitad de los dólares esperados. El flamante segundo de la entidad, el financista Lisandro Cleri, es quien tiene la misión de lograr que las cerealeras se sumen a la ola de optimismo que surfea Massa.

El anuncio para que escuchara Cristina llegó unos minutos después. Un refuerzo para el índice de movilidad jubilatoria que “ayude a los jubilados a superar el daño que les produce la inflación”. Una medida que va en contra de la rebaja del déficit fiscal, pero que el nuevo ministro debe lograr para no correr el riesgo de romper el vínculo frágil con la Vicepresidenta. Massa sabe que no cuenta con demasiado margen. Máximo Kirchner llegó al extremo de romper el bloque oficialista, solo para no votar el acuerdo con el FMI que debió sostener la oposición en el Congreso. ¿Logrará que Juntos por el Cambio le vote alguna ley en este contexto institucional? Parece difícil, casi imposible.

Una estocada con sabor peronista

En la mañana del martes, cuando juntaba los votos para promover a Cecilia Moreau como presidenta de la Cámara de Diputados, Massa se enteró de que otros dirigentes estaban promoviendo a otro candidato. Como un relámpago, llamó al celular de un diputado cercano a Horacio Rodríguez Larreta.

– “¿Ustedes están armando una jugada para romper lo de Cecilia con un candidato propio?”, preguntó Massa.

El diputado hizo una consulta y respondió sin dudar. “No es Horacio, ni es Patricia (Bullrich), ni Mauricio (Macri) y tampoco los radicales; buscá mejor entre tus amigos…”, lo aconsejó. Massa siguió averiguando hasta que lo encontró. Un grupo de peronistas entre los que se encontraban Florencio Randazzo, Emilio Monzó y los peronistas cordobeses aliados a Juan Schiaretti agitaban los celulares en busca de un candidato que compitiera con la diputada Moreau. Debió intervenir la madre política de Massa, Graciela Camaño, para abortar la operación y asegurar la presidencia de la Cámara Baja según el plan previsto.

Son muchas las anécdotas de estos días que le sirven a los peronistas para comparar el terremoto político que posibilitó el empoderamiento de Massa con el cataclismo de aquellas semanas finales del 2001. Eduardo Duhalde también era bonaerense y también negociaba con la oposición para hacer pie entre las arenas movedizas. Pero la gran diferencia es que lo habían ungido presidente. Y Massa tiene que ensayar todas sus cabriolas políticas desde el ministerio ampliado de Economía.

Cuentan en la antología de cuentos peronistas que, hace ya una semana, Alberto Fernández lo citó a Daniel Scioli en la Casa Rosada. No es que el experimentado hombre de La Ñata no se lo imaginara. Ya había vivido y aguantado demasiadas cosas.

– Daniel, te quería hablar porque definimos los cambios con Cristina, y Sergio va a ser ministro de Economía.

– ¿De Economía?, ¿Y Silvina (Batakis), que está en Washington con los del FMI y los del Tesoro?

– No sé, por ahí le ofrezco ir al Banco Nación.

– ¿Y Eduardo Hecker, que esta ahí?

– No sé, por ahí le ofrezco ir al Banco Central.

– Pero tiene que renunciar algún director en el Central. ¿Y Julián (Domínguez)?, ¿él también se va?

– Si, Julián se va. Agricultura se lo queda Sergio…

Scioli supo entonces que la espada de Damocles también lo iba a atravesar a él. Por eso se apresuró a preguntar.

– ¿Y yo Alberto?, ¿qué va a pasar con Producción?

– Por eso te quería hablar. También te tenés que ir y dejarle Producción a Sergio. Te puedo ofrecer el ministerio de Turismo.

– ¿Turismo?, pero yo ya estuve ahí. Además, está Matías (Lammens) que lo está haciendo muy bien y te bancó desde el comienzo de la gestión. ¿Lo vas a echar a Matías?

– Bueno, que se yo. No me compliques la vida, Daniel. ¿Adónde querés ir?

– En ese caso, prefiero volver a la embajada en Brasil.

– Bueno, hacé lo que quieras Daniel. Volvete a Brasil si querés, pero no me compliques más…

Alberto Fernández se levantó del sillón y se fue, dejando a Scioli sin el ministerio que manejaba y, sobre todo, con un universo infinito de dudas. El mismo que empezaba a abrumar a lo que fue su gabinete. Los ministros degradados deambulaban este miércoles como zombies por la Casa Rosada, consultándose unos a otros sobre cuánta oscuridad podía depararles el futuro.

Es que el futuro ahora es de Massa. Algunos apuestan a pasar septiembre, y otros sueñan con llegar a fin de año porque en marzo empiezan las elecciones en las provincias y creen que entonces habrán llegado a la meta del gran año electoral.

Los más optimistas incluso, Massa entre ellos aunque se cuida de decirlo, agotan la imaginación. Creen que, si se ordena el descalabro de la gestión, el nuevo ministro podría terminar siendo candidato presidencial del oficialismo en elecciones anticipadas. Un atajo milagroso en definitiva para ganarle a la recesión.

Son fantasías demasiado exóticas para el país que se acerca a la inflación de tres dígitos. Síntomas alarmantes de desconexión para el país en el que los políticos ahora miran hacia todos lados para saber si los van a insultar cada vez que se bajan del auto.