Para recuperar confianza se necesitan reglas claras que trasciendan aMassa, pero también aCristina Kirchner
Nota extraída de TN por Sergio Berensztein
Si el nuevo ministro de Economía hace lo que el mercado quiere, ¿por qué este no reaccionó con mayor entusiasmo? Persiste la pregunta clave que define la política argentina desde diciembre de 2019: ¿Cristina quiere?
Simplificando, para hacer más sencillo el análisis, en política económica existe una contraposición entre decisiones discrecionales y reglas. Tanto las primeras como las segundas pueden ser buenas, regulares o malas, y a priori no hay una superioridad taxativa de unas sobre otras.
Las decisiones discrecionales pueden que brinden mayor flexibilidad a la hora de gestionar, pero generan mayor incertidumbre. Las reglas, en cambio, establecen un curso de acción conocido por los agentes económicos, en base a principios previamente definidos. Esto permite descontar escenarios futuros y dinamizar la toma de decisiones.
Traigamos este marco de análisis al escenario argentino. Hasta aquí, la política económica del Frente de Todos (y tradicionalmente la del kirchnerismo) funcionó basada casi completamente en decisiones discrecionales. Esto puede apreciarse en las principales variables que hacen a la gestión, como el tipo de cambio, que no se decide en base a reglas claras (como podrían ser los mecanismos de mercado que utilizan casi todos los países vecinos o la convertibilidad de los años ‘90), sino que es definido por un funcionario con el poder político para hacerlo (ni siquiera está claro qué funcionario: ¿Miguel Ángel Pesce, Alberto Fernández, Martín Guzmán, Cristina Kirchner o ahora Sergio Massa?). Algo parecido sucede con el comercio exterior: las empresas nunca saben muy bien a ciencia cierta si les autorizarán o no las importaciones, porque al final del proceso siempre hay un burócrata que según criterios imposibles de aprehender termina aprobando, rechazando o atrasando exageradamente la solicitud.
Massa llegó y lanzó una serie de medidas con el objetivo de satisfacer las expectativas del mercado: endeudamiento para fortalecer las reservas, estímulos para exportadores, cumplimiento con el FMI, reducción de subsidios energéticos, achicamiento del déficit fiscal primario, eliminación del financiamiento monetario del Tesoro. De hecho, Juan Grabois amenaza con romper la coalición oficialista porque no encuentra en este paquete de medidas nada que satisfaga sus demandas, afines al Salario Básico Universal que viene proponiendo. Si Massa hace lo que el mercado quiere, ¿por qué, entonces, este no reaccionó con mayor entusiasmo? A pesar de la leve mejoría, el Riesgo País sigue ubicándose en torno a los 2400 puntos (precios que descuentan un default o una fuerte reestructuración de los bonos argentinos). El dólar blue está en $293 y el CCL en $286, muy por encima de los valores en los que los dejó Martín Guzmán cuando renunció hace apenas un mes (blue en $239 y CCL en $252).
Al no haber reglas, al tratarse simplemente de un programa enunciado por Massa, al margen de las carteras que haya logrado acumular, persiste la pregunta clave que define la política argentina desde diciembre de 2019: ¿Cristina quiere? Con Martín Guzmán, ella misma se ocupaba de dar una respuesta epistolar y luego a través de discursos que se hicieron cada vez más frecuentes y duros: No quería. Ahora hay dudas porque la vicepresidente no se expresa, y ante la falta de definiciones el escepticismo prevalece. Si bien con Massa hay una narrativa con un claro tono promercado, esto no es suficiente para revertir la incertidumbre provocada por la falta de reglas, en especial por la discrecionalidad que emana de la figura de Cristina Kirchner, que conserva un poder de veto fuerte dentro del gobierno.
Massa, que conoce bien esta restricción, intenta enviar señales dosificadas para compensar la falta de certezas: el lunes se sacó una foto con Cristina en su despacho del Senado (indicio del supuesto aval que tiene, en un intento por contrapesar su silencio), el miércoles llegó la conferencia de prensa y los anuncios, y ayer buscó designar a Gabriel Rubinstein como su segundo en el Ministerio (para reforzar aún más el discurso promercado). No obstante, ahora la designación quedó en stand by, luego de que se hicieran públicas las duras críticas que Rubinstein dirigió recientemente contra el gobierno y contra Cristina Kirchner.
Como puede y con lo que tiene, Massa juega comunicacionalmente para satisfacer las expectativas, pero existe una asimetría grande entre sus esfuerzos y un mercado que no le cree lo suficiente como para revertir la situación de miedo y pesimismo. Recuperar la confianza no será tarea sencilla, requerirá de tiempo y sobre todo de reglas, que trasciendan a los funcionarios de turno, incluso que trasciendan a Massa, pero también a Cristina.