jueves, marzo 28

Pascua. 5ª semana. Sábado SANTO ROSARIO

0
489

Pascua. 5ª semana. Sábado

SANTO ROSARIO

— En el Rosario, Nuestra Señora nos enseña a contemplar la vida de su Hijo.

— El Rosario en familia. Es «arma poderosa».

— Las distracciones en el Rosario.

I. El amor a la Virgen se manifiesta en nuestra vida de formas muy diversas. En el Santo Rosario, la oración mariana más recomendada durante siglos por la Iglesia, la piedad nos muestra un resumen de las principales verdades de la fe cristiana; a través de la consideración de cada uno de los misterios, Nuestra Señora nos enseña a contemplar la vida de su Hijo. Ella, íntimamente unida a Jesús, ocupa en ocasiones el primer lugar; otras, es Cristo mismo quien atrae en primer término nuestra atención. María nos habla siempre del Señor: de la alegría de su Nacimiento, de su muerte en la Cruz, de su Resurrección y Ascensión gloriosa.

El Rosario es la oración preferida de Nuestra Madre, y «con la consideración de los misterios, la repetición del Padrenuestro y del Avemaría, las alabanzas a la Beatísima Trinidad y la constante invocación a la Madre de Dios, es un continuo acto de fe, de esperanza y amor, de adoración y reparación»1.

Según su etimología, el Rosario «es una corona de rosas, costumbre encantadora que en todos los pueblos representa una ofrenda de amor y un símbolo de alegría»2. «Es el modo más excelente de oración meditada, constituida a manera de mística corona en donde la salutación angélica, la oración dominical y la doxología a la Augusta Trinidad se entrelazan con la consideración de los más altos misterios de nuestra fe: en él, por medio de muchas escenas, la mente contempla el drama de la Encarnación y de la Redención de Nuestro Señor»3.

En esta plegaria mariana se funden la oración vocal y la meditación de los misterios cristianos, que es como el alma del Rosario. Esta meditación pausada hace posible que, con las mismas palabras, cada uno exprese su oración personal. Ayuda a rezarlo bien «el meterse, como un personaje más», dentro de las escenas que se consideran. Así, «viviremos la vida de Jesús, María y José.

»Cada día les prestaremos un nuevo servicio. Oiremos sus pláticas de familia. Veremos crecer al Mesías. Admiraremos sus treinta años de oscuridad… Asistiremos a su Pasión y Muerte… Nos pasmaremos ante la gloria de su Resurrección… En una palabra: contemplaremos, locos de Amor (no hay más amor que el Amor), todos y cada uno de los instantes de Cristo Jesús»4.

Con la consideración de los misterios, la oración vocal –el Padrenuestro y las Avemarías– queda vivificada; la vida interior se enriquece con un hondo contenido, que es fuente de oración y de contemplación a lo largo del día. Poco a poco nos identifica con los sentimientos de Cristo y nos permite vivir en un clima de intensa piedad: gozamos con Cristo gozoso, nos dolemos con Cristo paciente, vivimos anticipadamente en la esperanza la gloria de Cristo resucitado. «Aunque sea en planos de realidad esencialmente diversos –decía Pablo VI– (la liturgia y el Rosario), tienen por objeto los mismos acontecimientos salvíficos llevados a cabo por Cristo. La primera hace presentes (…) los misterios más grandes de nuestra redención; la segunda, con el piadoso afecto de la contemplación, vuelve a evocar los mismos misterios en la mente de quien ora y estimula su voluntad a sacar de ellos normas de vida»5.

II. El Concilio Vaticano II pide «a todos los hijos de la Iglesia que fomenten con generosidad el culto a la Santísima Virgen (…); que estimen en mucho las prácticas y los ejercicios de piedad hacia Ella recomendados por el Magisterio en el curso de los siglos»6. Y bien sabemos con qué insistencia ha recomendado la Iglesia el rezo del Santo Rosario. Concretamente, es «una de las más excelentes y eficaces oraciones comunes que la familia cristiana está invitada a rezar»7, y en muchos casos será un objetivo de vida cristiana para muchas familias. En ocasiones bastará comenzar con el rezo de un misterio solamente, aprovechando quizá ocasiones tan singulares como es el mes de mayo, la visita a un santuario o ermita de la Virgen… Mucho se tiene ganado si se empieza a enseñarlo a los hijos desde que son pequeños.

El Rosario en familia es una fuente de bienes para todos, pues atrae la misericordia del Señor sobre el hogar. «Tanto el rezo del Ángelus como el del Rosario –decía Juan Pablo II– deben ser para todo cristiano y aún más para las familias cristianas como un oasis espiritual en el curso de la jornada, para tomar valor y confianza»8. Y pocos días más tarde volvía a insistir el Santo Padre: «conservad celosamente ese tierno y confiado amor a la Virgen, que os caracteriza. No lo dejéis nunca enfriar (…). Sed fieles a los ejercicios de piedad mariana tradicionales en la Iglesia: la oración del Ángelus, el mes de María y, de modo muy especial, el Rosario. Ojalá resurgiese la hermosa costumbre de rezar el Rosario en familia»9.

Hoy podemos examinar en nuestra oración si acudimos al Santo Rosario como «arma poderosa»10 para conseguir de la Virgen aquellas gracias y favores que tanto necesitamos, si lo rezamos con la necesaria atención, si procuramos ahondar en su riquísimo contenido, particularmente deteniéndonos y meditando durante unos momentos cada uno de los misterios, si procuramos que nuestros familiares y amigos comiencen a rezarlo y así traten y amen más a nuestra Madre del Cielo.

III. A veces, cuando los cristianos tratamos de difundir el rezo del Santo Rosario como una forma de tratar a la Virgen cada día, nos encontramos con personas, incluso de buena voluntad, que se excusan diciendo que se distraen con frecuencia en él y que «para rezarlo mal es mejor no rezarlo», o algo similar. Enseñaba el Papa Juan XXIII que «el peor de los rosarios es el que no se reza». Nosotros podemos decir a nuestros amigos que, en vez de dejarlo, es más grato a la Virgen procurar rezarlo lo mejor que podamos, aunque tengamos distracciones. También puede ocurrir que –como escribe San Alfonso Mª de Ligorio– «si tú tienes muchas distracciones durante la oración, puede ser que al diablo le moleste mucho esa oración»11.

Algunos han comparado el Rosario a una canción: la canción de la Virgen. Por eso, aunque alguna vez no tengamos del todo presente «la letra», la melodía nos llevará, casi sin darnos cuenta, a tener puesto el pensamiento y el corazón en Nuestra Señora.

Las distracciones involuntarias no anulan los frutos del Rosario, ni de otra oración vocal, con tal de que se luche por evitarlas. Santo Tomás señala que en la oración vocal puede ponerse una triple atención: la correcta pronunciación de todas las palabras de que consta, el fijarse más en el sentido de esas palabras y el poner especial empeño en el fin de la oración, es decir, en Dios y en aquello por lo que se ora. Esta última es la atención más importante y necesaria, y pueden tenerla incluso personas de pocas letras o que no entienden bien el sentido de las palabras que pronuncian, y «puede ser tan intensa que arrebate la mente a Dios»12.

Si nos esforzamos, cada vez podemos rezar mejor el Santo Rosario: cuidando la pronunciación, las pausas, la atención, deteniéndonos unos instantes para considerar el misterio que iniciamos, ofreciendo quizá esas diez Avemarías por una intención concreta (la Iglesia Universal, el Romano Pontífice, las intenciones del obispo de la diócesis, la familia, las vocaciones sacerdotales, el apostolado, la paz y la justicia en determinado país, un asunto que nos preocupa…), tratando de que esas «rosas» ofrecidas a la Virgen no estén ajadas o marchitas por la rutina o por dejar paso a distracciones más o menos voluntarias… Evitar todas las distracciones será muy difícil; en ocasiones, prácticamente imposible, pero la Virgen también lo sabe y acepta nuestro deseo y nuestro esfuerzo.

Para rezarlo con devoción, convendrá reservarle una hora oportuna. «Un triste medio de no rezar el Rosario: dejarlo para última hora.

»Al momento de acostarse se recita, por lo menos, de mala manera y sin meditar los misterios. Así, difícilmente se evita la rutina, que ahoga la verdadera piedad, la única piedad»13. «Siempre retrasas el Rosario para luego, y acabas por omitirlo a causa del sueño. —Si no dispones de otros ratos, recítalo por la calle y sin que nadie lo note. Además, te ayudará a tener presencia de Dios»14.

El Rosario tiene la ventaja de que puede rezarse en cualquier parte: en la iglesia, en la calle, en el coche…, solo o en familia, mientras se espera en la sala de visitas del médico, o en la cola para retirar unos impresos. Pocos cristianos podrán decir con sinceridad que no encuentran tiempo para rezar «la oración más querida y recomendada por la Iglesia».

Un día, el Señor nos mostrará las consecuencias de haber rezado, con devoción, aunque con algunas distracciones también, el Santo Rosario: desastres que se evitaron por especial intercesión de la Virgen, ayudas a personas queridas, conversiones, gracias ordinarias y extraordinarias para nosotros y para otros, y los muchos que se beneficiaron de esta oración y a quienes ni siquiera conocíamos.

Esta oración tan eficaz y grata a la Virgen será en muchos momentos de nuestra vida el cauce más eficaz para pedir, para dar gracias. También para reparar por nuestros pecados: «“Virgen Inmaculada, bien sé que soy un pobre miserable, que no hago más que aumentar todos los días el número de mis pecados…”. Me has dicho que así hablabas con Nuestra Madre, el otro día.

»Y te aconsejé, seguro, que rezaras el Santo Rosario: ¡bendita monotonía de avemarías que purifica la monotonía de tus pecados!»15.

1 San Josemaría Escrivá, Santo Rosario, Rialp, 24ª ed., Madrid 1979, Al lector, p. 11. — 2 Pío XII, Alocución, 16-X-1940. — 3 Juan XXIII, Enc. Grata recordatio, 26-lX-1959. — 4 San Josemaría Escrivá, loc. cit., p. 15. — 5 Pablo VI, Enc. Marialis cultus, 46. — 6 Conc. Vat. II, Const. Lumen gentium, 67. — 7 Pablo VI, loc. cit., 54. — 8 Juan Pablo II, Ángelus en Otranto, 5-X-1980. — 9 ídem, Homilía, 12-X-1980. — 10 San Josemaría Escrivá, loc. cit., p. 9. — 11 San Alfonso Mª de Ligorio, Tratado de la oración. — 12 Santo Tomás, Suma Teológica, 2-2, q. 83, a. 3. — 13 San Josemaría Escrivá, Surco, n. 476. — 14 Ibídem, n. 478. — 15 Ibídem, n. 475.