Por qué fallaron todas las recetas para bajar la inflación y qué se necesita para erradicarla

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Nota extraída de I Profesional por Martín Redrado

Como se plantea en el audiolibro «Argentina primero», se han probado toda clase de instrumentos para frenar la suba de precios, pero ninguno dio resultado

Nuestro país ha batido muchos récords. En materia de inflación, nadie nos gana. Más aún, al analizar en particular los países de nuestra región sin distinción del perfil de sus gobiernos, estos tienen hoy un dígito en el incremento del nivel general de precios (excluyendo Venezuela y Argentina).

Hemos probado toda clase de instrumentos: tipo de cambio fijo y flotante, control de la cantidad de dinero, controles de precios, déficit cero y Ley de Responsabilidad Fiscal, por solo mencionar algunos. Pero ninguno dio resultado.

Lo único que hasta ahora no se hizo fue establecer un programa de convergencia de todas las variables macroeconómicas dentro de un plan de estabilización y crecimiento. Para problemas complejos y multicausales, como la inflación argentina, deben implementarse soluciones que involucren una diversidad de instrumentos de política económica que apunten en un mismo sentido.

La inflación es un modelo que la Argentina nunca ha podido dominar.

Argentina: la oscilación constante

En las últimas décadas, la Argentina ha oscilado pendularmente entre dos modelos de desarrollo cuyos resultados han sido desalentadores. En ciertos períodos, nuestro país decidió insertarse en el mundo aceptando los precios de productos que rigen en él, abriendo sus mercados financieros, y alentando el libre movimiento de capitales y la integración a los mercados internacionales.

En aquellas oportunidades, el crecimiento se asoció a una expansión de los sectores en los que la Argentina cuenta con ventajas comparadas, tales como la agricultura. Este tipo de modelo fracasó sucesivamente en medio de recesiones, junto a niveles de desempleo y pobreza cada vez más profundos.

«Hemos probado toda clase de instrumentos: tipo de cambio fijo y flotante, control de la cantidad de dinero, controles de precios y déficit cero, por solo mencionar algunos. Pero ninguno dio resultado»

En otras etapas, optó por divorciar los precios de productos domésticos de los internacionales, sobrevaluar el peso de manera artificial junto con retenciones a las exportaciones, en tanto que el sistema financiero se aisló de los mercados globales.

En esos períodos, se favoreció la expansión de las actividades mercado-internistas por sobre el agro y los servicios globales. Este tipo de enfoque «hizo agua» en medio de una creciente inflación.

En las dos clases de modelos, los problemas estructurales se acentuaron con políticas fiscales permisivas e irresponsables.

En el caso del modelo de inserción al mundo, el país se financió emitiendo deuda, con niveles crecientes de tasas de interés que agudizaron las recesiones. Mientras que, en el  otro modelo, la financiación se hizo con emisión monetaria, que obligó a incrementar de manera sostenida el tipo de cambio nominal, generando saltos inflacionarios. En cualquier caso, los desbalances de cuenta corriente tuvieron un lugar preponderante en ambos modelos.

En algunos momentos se apeló a la excesiva emisión.

La convergencia, una deuda pendiente

Este péndulo desalentador de nuestra economía se dio con gobiernos de distintos colores partidarios y en contextos internacionales bien diferentes. Por tanto, sintetizan dificultades estructurales complejas que solo pueden  ir enfrentándose de manera sistemática y realista a través de políticas públicas y acuerdos empresariales y sindicales consistentes. Esto exige lograr consensos básicos no solo entre la dirigencia política, sino también en el conjunto de  la sociedad.

«Se favoreció la expansión de las actividades mercado-internistas por sobre el agro y los servicios globales. Este tipo de enfoque ‘hizo agua’ en medio de una creciente inflación»

Esto se alcanzará a través de la convergencia hacia un mismo objetivo en la política fiscal,  monetaria y de ingresos que deberán mostrar un sendero decreciente, simultáneo y compatible entre sí, balizando el camino y permitiendo «anclar» las expectativas de la población.