Qué hace el Presidente en la playa

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Nota extraída de Infobae por Cristina Pérez

Ojala la realidad argentina diera para una escena que parece sacada de “Los bañeros más locos del mundo”. Pero no. No da gracia. Se quema Corrientes. La hondura del drama, rompe la distancia y genera el clamor de cualquier ser humano que se precie de tal en el territorio nacional

El Presidente perdió definitivamente el don de la oportunidad y confirmó que posiblemente tampoco tiene retorno del ridículo. Perder el miedo al ridículo a veces resulta una capacidad, cuando refleja seguridad ante la mirada de los otros o la destreza emocional de reírse de sí mismo. Pero no es el caso.

Quizás, durante una campaña electoral, la escena hubiera sido más llevadera. Y no se trata de narrar solamente el momento en que el Presidente queda revolcado en la arena con torpes movimientos, sin elasticidad para atajar la pelota. Vaya metáfora. Hay que reconocer que entre los videos también hay uno donde mete un gol, aunque su ejecución sea bastante rara. El gol siempre es gol. No es que un lado de la grieta muestra el fracaso en la atajada y otro al Presidente marcando un gol.

Lo que parece haberse perdido por completo es la conciencia del Presidente sobre sí mismo, de cara a los argentinos y de cara al drama que atraviesan. Cuántos muros de concreto separan su dermis social de los padecimientos que pueblan la realidad, para que considere oportuno, inocuo o simpático, el espectáculo decadente de una sobreactuada gesta deportiva en las arenas calientes de Mar de Ajó.

En el arte como en la política, toda imagen es una manifestación de compromiso. O de lo contrario. Ojala la realidad argentina diera para una escena que parece sacada de Los bañeros más locos del mundo. Pero no. No da gracia. Se quema Corrientes. La hondura del drama, rompe la distancia y genera el clamor de cualquier ser humano que se precie de tal en el territorio nacional.

El Presidente no es uno más en la hora de la emergencia, del duelo, del miedo. La desesperación de familias enteras que pelean cuerpo a cuerpo con el fuego para evitar que llegue a sus casas, la desigual batalla de bomberos y brigadistas, la mortandad de animales capturados en sus paraísos convertidos en trampas infernales, la catástrofe humana, la catástrofe ecológica.

Qué hace el presidente que no está en Corrientes. Plantar un jacarandá en el Caribe mientras las llamas avanzaban había sido un percance frívolo adjudicado a su ministro de medio ambiente cuyo presupuesto de 3 mil millones y aumentado varias veces en los últimos tiempos no parece concordar con la idoneidad para apagar el fuego.

Dan ganas de llorar cuando uno escucha el relato de los lugareños, sin dormir hace varios días, padeciendo pérdidas incontables, y dando un combate de terror a un enemigo cambiante y poderoso como el fuego, para que la perplejidad se profundice ante las escenas presidenciales del desdén y la monería.

Hay escenas que resultan imborrables, cuando ocurren. Cristina Kirchner bailando en Plaza de Mayo al tiempo que discurría una noche sangrienta de saqueos, represión y muerte en Tucumán es parte de la iconografía de un desprecio que no se entiende ante la tragedia en tiempo real. Alberto Fernández acaba de hacer lo mismo. El Presidente acaba de inscribirse en el álbum intolerable del desapego. Verlo, da vergüenza ajena.

La frivolidad es un cuchillo por la espalda y cuando se suma a la desubicación consuma directamente el grotesco. Ya la saga de reverencias y agachadas en Rusia y China eran instantáneas poco felices. Pero la escalada del divorcio con la realidad que expresa la serie fútbol playa del Presidente abreva en lo payasesco.

Ojalá ésta fuera una descripción pacata y exagerada. Pero las crónicas diarias pobladas por las angustias de la inflación, los avances imparables del narcotráfico y la desgracia del fuego hacen que la falta de ubicuidad del presidente llegue como piña a la mandíbula.

El mutis por el foro durante el fulminante episodio de las muertes por cocaína envenenada estuvo si se quiere excusado por lo azaroso. Pero ayer, el Presidente eligió estar donde estaba a sabiendas de todo lo otro. Su portavoz se dedicaba a contestar una columna de bambalinas de la política mientras calla respuestas importantes. Seguro no pudo avisarle. Su vicepresidenta sigue sin aparecer en el trasiego de los mortales como para cubrirle la retaguardia. La gravedad de la hora hace más pesada la mano y la cachetada.

Qué hace el Presidente en la playa cuando debería estar en Corrientes. Qué hace el Presidente en la playa. Qué hace el Presidente.