Qué tener en cuenta a la hora de querer bajar la panza

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Nuestro cuerpo tiene capacidad para cambiar, aunque quizás no al nivel que nos prometen las fotos de seres esculturales que invaden Instagram.

Pensar que esa pancita o esos kilitos de más están determinados por nuestro ADN y son imposibles de eliminar suena a excusa. Nuestro contenido genético no es inalterable ni rígido. Está demostrado que las mitocondrias de nuestras células tienen una gran capacidad para cambiar, pero la clave son los hábitos.

Hay gente que posee mucha predisposición a desarrollar obesidad, pero que lo haga o no va a depender más de componentes ambientales y de estilo de vida que de ese componente genético. Partimos de una base heredada que nos aporta un perfil, un somatotipo, que es la materia prima con la que debemos trabajar.

Establecé metas fáciles de alcanzar y, cuando lo hayas logrado, buscá otras que te motiven. Mucha gente comienza a hacer ejercicio con un objetivo: perder grasa. La localización más problemática varía en cuestión del sexo por motivos hormonales. En el caso de las mujeres, esa molesta compañera se sitúa en la cintura y las piernas (aunque con la menopausia también aumenta en el abdomen), siendo la celulitis una preocupación femenina generalizada. En los varones, en la zona abdominal.

Con eso en mente, nos lanzamos a hacer abdominales. Sin embargo, esa grasa no es posible perderla de manera localizada. Si trabajo una zona provocaré cambios en su estructura muscular, pero no se va a producir un proceso de oxidación de esa grasa exclusivamente ahí. Hacer muchas repeticiones de abdominales puede fortalecer y endurecer, pero no será visible si existe una capa de grasa.

En este sentido, está muy extendida la idea de que los michelines pueden transformarse por arte de magia en músculo, confundiendo dos procesos que pueden interconectarse o ser paralelos, pero responden a principios distintos. La explicación es sencilla: intervienen dos tipos de células diferentes, los adipocitos, del tejido adiposo, y los miocitos, del tejido muscular.

Perder grasa y conseguir el peso deseado comienza –y termina– por situarse en un déficit energético; es decir, por ingerir menos calorías de las que gastamos. Para ello se recomienda una dieta baja en azúcares y con una cantidad de grasas inferior al 30%.

La alimentación es, por tanto, fundamental, especialmente atendiendo a los macronutrientes. El glucógeno es el combustible del músculo, procedente de la glucosa que el organismo obtiene a través de los carbohidratos, como pasta, sémolas, cereales… Su acumulación, junto a la reserva de agua, incrementa el volumen muscular, por lo que a la hora de definir es importante no olvidar su incidencia en el proceso.

Durante el ejercicio se produce la destrucción de fibras musculares y los ladrillos que apuntalan la estructura e incluso la fortalecen son las proteínas, por eso es primordial su ingesta para la hipertrofia. Los hidratos son el combustible y las proteínas las encargadas de la reparación. Eso, bien ordenado y en progresión, lleva a aumentar el rendimiento de la fuerza y permite alcanzar un tejido muscular de mayor volumen.

La combinación de alimentación y entrenamiento es la única fórmula efectiva para lograr modificar nuestro cuerpo, pero se necesita un estudio pormenorizado de cada individuo con profesionales adecuados.

En líneas generales, para modificar la composición corporal se debe mejorar la fuerza, la cual otorgará mayor funcionalidad para contar con menos dificultades a la hora de ejecutar cualquier movimiento. Se trata, por tanto, de encontrar la combinación que mejor funcione para las necesidades y características de cada persona.

Lo que va a inclinar la ratio hacia el propósito de reducir más grasa es el impacto que le das a nivel muscular, y el que el cardio conlleva es muy suave y mantenido en el tiempo. Las pesas, sin embargo, facilitan rutas anabólicas asociadas con el mantenimiento y el aumento de la masa muscular, y eso va a hacer que se pierda menos peso pero que lo que pierdas sea grasa. Lo ideal es hacer ejercicio dos o tres veces a la semana con separaciones de 48 o 72 horas.

Fuente: Conbienestar / El País de España