jueves, marzo 28

Rescatando al soldado Alberto

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Humor politico -Nota extraida de Clarin por Alejandro Borensztein

Sabíamos que íbamos a terminar ayudándolo entre todos pero nunca imaginamos que iba a ser tan rápido.

Cristina Perez, Cristina Kirchner y los adjetivos de Cristina «buena».

Antes que nada vamos a tratar de clarificar el episodio entre Cristina Pérez (la Cristina buena) y Alberto Fernández (el Fernández recontrabueno). Entender este asunto es un pequeño paso en la vida de una periodista pero un gran paso en la historia de Argentina Occidental.

Cristina tuvo la mala idea de preguntarle al Presidente, en relación al tema Vicentín, si había alguna posibilidad de reconsiderar esta “polémica y cuestionable medida” (textual) a lo que Tío Alberto respondió, con evidente molestia, que la periodista estaba “adjetivando la pregunta”. Luego el Presidente puso quinta y allí apareció en todo su esplendor ese compadrito machirulo que tanto nos divierte y que ya supo brillar contra Luciana Geuna, Maru Duffard, Mercedes Ninci y Silvia Mercado entre otras. Pasemos por alto la turbo reacción presidencial y vayamos al fondo del problema.

Hagamos un ejercicio. Imaginemos que cambiamos el enunciado de la pregunta que hizo Cristina. Por las dudas, volvamos a aclarar que estamos hablando de Cristina Pérez, no sea cosa que la otra, La Grandiosa, se enoje y descubra que uno también es parte de la asociación ilícita que se organizó en la baticueva de Majul con la CIA, el Bank of América, Nico Wiñazki y Tony Bennett.

La manera correcta en la que Cristina Pérez debió preguntar es: “Buenas noches Señor Presidente, con la emoción que me embarga por entrevistarlo, quisiera saber si la colosal, inolvidable y patriótica decisión de expropiar Vicentín fue producto del coraje de un bravío presidente que tiene los huevos de oro o si fue una meditada y racional jugada del frío estadista campeón del mundo que nos conduce, vos Merkel sacá del medio, chupala Churchill”. Así se le pregunta al kirchnerismo.

De haber formulado la pregunta de ese modo, ¿el Presidente hubiera reaccionado igual? En otras palabras: ¿lo que le molestó a Tío Alberto fue que la pregunta vino adjetivada o los adjetivos elegidos por la periodista?

Este episodio, y lo que se esconde detrás, nos lleva al meollo del problema. Veamos.

Como todo el mundo sabe, los presidentes llegan al gobierno sabiendo poco y nada. No tienen la culpa, nadie les enseñó. Basta con ver el cachivache en el que han convertido a nuestro querido país para comprobarlo.

Como atenuante, podríamos decir que debe ser muy difícil gobernarnos a nosotros los argentinos. Prueba de ello es que, después de tantas décadas, todavía hay millones de hogares que se niegan a dejarse instalar una simple canilla que cuando se abre sale agua.

Pero también hay que decir que no tuvimos gobernantes que se plantearan ambiciosos objetivos escandinavos de largo plazo como, justamente, proveer agua potable.

Para no ir demasiado atrás, de los últimos presidentes sólo Raúl Alfonsín llegó a la Rosada con una idea clara: liderar la salida de la dictadura y enseñarle a los argentinos que los conflictos no se resuelven con golpes militares sino con la Constitución bajo el brazo y más democracia. Más allá del zafarrancho económico en el final de su gestión, aquel objetivo se cumplió y su gobierno fue, en el sentido más profundo, un éxito. Tuvo que esperar 20 años y dejar este mundo para que se lo reconocieran.

Varios escalones más abajo, también podemos rescatar a Duhalde que supo encauzar la crisis de 2001, con la invalorable ayuda de Remes Lenicov y Lavagna. Contra todo lo que se pueda decir, el tipo le dejó al Compañero Centro Cultural la casa bien ordenadita.

El resto de nuestros presidentes y presidentas fueron grandes estadistas, pero lamentablemente no lo pudieron demostrar. Cuando tuvieron viento a favor se la rebuscaron pero en cuanto el viento cambió y se les puso de frente, volcaron. Con viento a favor tambien gobierna mi tía Jieshke.

Yo se que hay mucha gente encariñada con Néstor y Cristina. Pero la realidad indica que cuando le hacés el hisopado a la década kirchnerista te da toda covideada. Reservas, stocks, energía, pobreza, relaciones internacionales, infraestructura, default, justicia, corrupción, medios, todo infectado.

Concientes de las limitaciones que tienen los genios que suelen gobernarnos, los ciudadanos cada tanto nos arremangamos y salimos a darles una mano. No en beneficio de ellos, los gobernantes, sino en defensa de nosotros mismos, los que laburamos.

Ahora lo tenemos a Tío Alberto. A su favor digamos que en seis meses no tuvo tiempo de aprender, por lo tanto no habría mucho para reclamarle. Él suele chapear con que aprendió en 2003 como Jefe de Gabinete. Verso. Una cosa es ser el capitán del barco y otra muy distinta es ser uno de los que apalean carbón en la sala de máquinas.

Para transmitir confianza o para mandarse la parte, él suele repetir la frase «cuando llegamos con Néstor al gobierno en 2003” que es la versión política de la frase “aramos dijo el mosquito”. Me imagino la cara de Cristina cuando se la escucha decir.

Tío Alberto arrancó con todo el ímpetu que suelen tener los presidentes antes de fracasar. Tuvo un pico de audiencia hace un mes, pero en las últimas semanas se vino en banda.

Entre la suelta de presos, Vicentín, sus enojos públicos, el casi default, las ideas locas, la sospecha de que no saben qué hacer, el control camporista de los resortes importantes del Estado, el homenaje sin barbijo a Gildus I de Formosa, la salida de LATAM y tantas cosas más, a Tío Alberto le rodearon el rancho.

Y lo más importante: todo el país ha puesto en duda su autoridad. La mitad dice que manda Cristina y la otra mitad quiere fervorosamente que mande Cristina.

Párrafo aparte merece LATAM. El cierre de la compañía es una buena noticia porque, como todo el mundo recuerda, La Cámpora que vuelve a estar a cargo de la política aerocomercial, se pasó años atacando la compañía al extremo de prohibir que sus aviones utilicen las mangas que protegen el ascenso y descenso de los pasajeros en los aeropuertos. Todos recordamos a esa pobre gente caminando por las pistas chapoteando bajo la lluvia o hundiéndose en la nieve. Ahora que ya los echamos, nos vamos evitar un montón de pasajeros engripados ocupando camas, tan necesarias hoy en día. Bien ahí Máximo.

Volviendo al punto de Tío Alberto, está claro que ha llegado la hora de tirarle una anchoa a este muchacho antes de que sea demasiado tarde. Sabíamos que íbamos a terminar ayudándolo entre todos pero nunca imaginamos que iba a ser tan rápido.

Cristina avanza contra reloj y va por todo. Rodea a la justicia, ocupa todas las cajas del Estado, prepara la mística del default y hasta se da el lujo de vigilar a los testigos protegidos que la acusan.

Mientras tanto, Alberto cree haber encontrado el verdadero problema que amenaza al país: los runners.

El Gobierno de la Ciudad lo acompaña en la epopeya y ha tomado una medida revolucionaria en la historia de la salud pública: los que tienen DNI terminado en número par salen a correr los días pares y los que terminan en número impar salen los días impares. No sé que espera la Real Academia Sueca para darle el Premio Nobel al tándem Larreta Santilli.

¿Cómo ayudar entonces al Presidente? ¿Cuál sería la mejor estrategia? ¿Se animará a aprovechar la pandemia para armar un gobierno de unión nacional? ¿En tal caso, convocaría a los mejores de todos los sectores para salir de esta crisis? ¿Sería capaz, el profesor de derecho, de exigirle a su Vicepresidenta que responda ante la justicia por todos los temitas que ya sabemos? Al fin y al cabo él mismo la denunció públicamente en el pasado. Podría reafirmarlo en el presente y recuperar autoridad.

O emular al inolvidable Toto Paniagua de Espalter cuando Almada le decía: “El que nace para pito nunca llega a trompeta”.

Dependerá de él intentarlo o seguir descargándose con Cristina Pérez.