SAN ALBERTO MAGNO
15 de Noviembre
San
Alberto fue el maestro de Santo Tomás de Aquino, el más importante de
los teólogos de todos los tiempos, pero Alberto es un hombre grande por
sí mismo. De origen suabo, pertenecía a la familia Bollstädt; nació en
el castillo de Lauingen, a orillas del Danubio, en 1206.Lo
único que sabemos sobre su juventud, es que estudió desde los 16 años
en la Universidad de Padua donde vivía su tío. Allí encontró en 1222, al
Beato Jordán de Sajonia, segundo maestro general de la orden de Santo
Domingo, quién lo dirigió en la vida religiosa y escribió desde Padua a
la Beata Diana de Andelo, que estaba en Bolonia, anunciándole que había
admitido en la orden a diez postulantes, «y dos de ellos son hijos de
condes alemanes». Uno era Alberto.Cuando el conde
de Bollstädt se enteró de que su hijo vestía el hábito de los frailes
mendicantes, se enfureció sobremanera y habló de sacarlo por la fuerza
de la orden. Pero los superiores de Alberto le enviaron discretamente a
otro convento, probablemente el de Colonia, Alemania donde estaba la
escuela más importante de la orden y la cosa paró ahí. El hecho es que
Alberto enseñaba en Colonia en 1228 y en 1229 vistió el hábito de los
frailes predicadores. Más tarde, fue prefecto de estudios y profesor en
Hildesheim, Friburgo de Brisgovia y Estrasburgo. Cuando volvió a
Colonia, era ya famoso en toda la provincia alemana. Como
París era entonces el centro intelectual de Europa occidental, Alberto
pasó ahí algunos años como maestro subordinado, hasta que obtuvo el
grado de profesor. La concurrencia de estudiantes a sus famosas clases
fue tan grande que debió enseñar en la plaza pública, la cual, aunque
pocos lo saben, lleva su nombre. Se trata de la Plaza Maubert, nombre
que viene de «Magnus Albert».Elegido superior
provincial de Alemania, abandonó la cátedra de París y estuvo
constantemente presente en las comunidades que gobernaba, recorriendo a
pie la región, mendigando por el camino el alimento y el hospedaje para
la noche.En 1248, los dominicos determinaron abrir
una nueva Universidad («studia generalia») en Colonia y nombraron
rector a San Alberto. Desde entonces hasta 1252, tuvo entre sus
discípulos a un joven fraile llamado Tomás de Aquino. En
aquella época, la filosofía comprendía las principales ramas del saber
humano accesibles a la razón natural: la lógica, la metafísica, las
matemáticas, la ética y las ciencias naturales. Entre los escritos de
San Alberto, que forman una colección de treinta y ocho volúmenes
in-quarto, hay obras sobre todas esas materias, por no decir nada de los
sermones y de los tratados bíblicos y teológicos. La figura de San
Alberto y la de Rogelio Bacon se destacan en el campo de las ciencias
naturales, cuya finalidad, según dice el santo, consiste en «investigar
las causas que operan en la naturaleza». Algunos autores llegan incluso a
decir que San Alberto contribuyó aún más que Bacon al desarrollo de la
ciencia. En efecto, fue una autoridad en física, geografía, astronomía,
mineralogía, alquimia (es decir, química) y biología, por lo cual nada
tiene de sorprendente que la leyenda le haya atribuido poderes mágicos.
En sus tratados de botánica y fisiología animal, su capacidad de
observación le permitió disipar leyendas como la del águila, la cual,
según Plinio, envolvía sus huevos en una piel de sorra y los ponía a
incubar al sol. También han sido muy alabadas las observaciones
geográficas del santo, ya que hizo mapas de las principales cadenas
montañosas de Europa, explicó la influencia de la latitud sobre el clima
y, en su excelente descripción física de la tierra demostró que ésta es
redonda.Pero el principal mérito científico de
San Alberto reside en que, al caer en la cuenta de la autonomía de la
filosofía y del uso que se podía hacer de la filosofía aristotélica para
ordenar la teología, re-escribió, por decirlo así, las obras del
filósofo para hacerlas aceptables a los ojos de los críticos cristianos.
Por otra parte, aplicó el método y los principios aristotélicos al
estudio de la teología, por lo que fue el iniciador del sistema
escolástico, que su discípulo Tomás de Aquino había de perfeccionar. Así
pues, fue San Alberto el principal creador del «sistema predilecto de
la Iglesia». El reunió y seleccionó los materiales, echó los
fundamentos y Santo Tomás construyó el edificio. Al mismo tiempo se
mantenía humilde y rezaba así: «Señor Jesús pedimos tu ayuda para no
dejarnos seducir de las vanas palabras tentadoras sobre la nobleza de la
familia, sobre el prestigio de la Orden, sobre lo que la ciencia tiene
de atractivo». San Alberto escribió durante sus
largos años de enseñanza y no dejó de hacerlo cuando se dedicó a otras
actividades. Como rector del «studium» de colonia, se distinguió por su
talento práctico, de suerte que de todas partes le llamaban a arreglar
las dificultades administrativas y de otro orden. En 1254, fue nombrado
provincial en Alemania. Dos años más tarde, con su alto cargo asistió al
capítulo general de la orden en París, donde se prohibió a los
dominicos que aceptasen en las universidades el título de «maestro» o
«doctor» o cualquier otro tratamiento que no fuera el de su propio
nombre. Para entonces, ya se le llamaba a San Alberto «el doctor
universal», y el prestigio de que gozaba había provocado la envidia de
los profesores laicos contra los dominicos. En vista de esa dificultad,
que había costado a Santo Tomás y a San Buenaventura un retraso en la
obtención del doctorado, San Alberto fue a Italia a defender a las
órdenes mendicantes contra los ataques de que eran objeto en París y
otras ciudades. Guillermo de Saint-Amour se había hecho eco de dichos
ataques en su panfleto «Sobre los peligros de la época actual». Durante
su estancia en Roma, San Alberto desempeñó el cargo de maestro del sacro
palacio, es decir, de teólogo y canonista personal del Papa. Por
entonces, predicó en las diversas iglesias de la ciudad. En
1260, el Papa le ordenó obispo de la sede de Regensburgo, la cual,
según se le informó, era «un caos, tanto en lo espiritual como en lo
material». San Alberto fue obispo de Regensburgo menos de dos años, pues
el Papa Urbano IV aceptó su renuncia, permitiéndole regresar a la vida
de comunidad en el convento de Würzburg y a enseñar en Colonia. Pero en
ese breve período hizo mucho por remediar los problemas de su diócesis.
Su humildad y pobreza eran ejemplares. Desgraciadamente, los intereses
creados y la persistencia de ciertos abusos no permitieron al santo
terminar la obra comenzada. Para gran gozo del maestro general de los
dominicos, Beato Humberto de Romanos, que había tratado en vano de
impedir que Alejandro le consagrase obispo, San Alberto volvió al
«studium» de Colonia. Pero al año siguiente, el santo recibió la orden
de colaborar en la predicación de la Cruzada en Alemania con el
franciscano Bertoldo de Ratisbona. Una vez
terminada esa tarea, San Alberto volvió a Colonia, donde pudo dedicarse a
escribir y enseñar hasta 1274, cuando se le mandó asistir al Concilio
Ecuménico de Lyon. En víspera de partir, se enteró de la muerte de su
querido discípulo, Santo Tomás de Aquino (según se dice, lo supo por
revelación divina). A pesar de esta impresión y de su avanzada edad, San
Alberto tomó parte muy activa en el Concilio, ya que, junto con el
Beato Pedro de Tarantaise (Inocencio X) y Guillermo de Moerbeke, trabajó
ardientemente por la reunión de los griegos, apoyando con toda su
influencia la causa de la paz y de la reconciliación.