SAN JUAN DE DIOS
8 de Marzo
Estuvo
de soldado bajo las órdenes del genio de la guerra, Carlos V en
batallas muy famosas. La vida militar lo hizo fuerte, resistente y
sufrido.La Sma. Virgen lo salvó de ser ahorcado,
pues una vez lo pusieron en la guerra a cuidar un gran depósito y por no
haber estado lo suficientemente alerta, los enemigos se llevaron todo.
Su coronel dispuso mandarlo ahorcar, pero Juan se encomendó con toda fe a
la Madre de Dios y logró que le perdonaran la vida. Y dejó la milicia,
porque para eso no era muy adaptado.Salido del
ejército, quiso hacer un poco de apostolado y se dedicó a hacer de
vendedor ambulante de estampas y libros religiosos.Cuando
iba llegando a la ciudad de Granada vio a un niñito muy pobre y muy
necesitado y se ofreció bondadosamente a ayudarlo. Aquel «pobrecito» era
la representación de Jesús Niño, el cual le dijo: «Granada será tu
cruz», y desapareció.Estando Juan en Granada de
vendedor ambulante de libros religiosos, de pronto llegó a predicar una
misión, el famoso Padre San Luis de Avila. Juan asistió a uno de sus
elocuentes sermones, y en pleno sermón, cuando el predicador hablaba
contra la vida de pecado, nuestro hombre se arrodillo y empezó a gritar:
«Misericordia Señor, que soy un pecador», y salió gritando por las
calles, pidiendo perdón a Dios. Tenía unos 40 años.Se
confesó con San Juan de Avila y se propuso una penitencia muy especial:
hacerse el loco para que la gente lo humillara y lo hiciera sufrir
muchísimo.Repartió entre los pobres todo lo que
tenía en su pequeña librería, empezó a deambular por las calles de la
ciudad pidiendo misericordia a Dios por todos sus pecados.La gente lo creyó loco y empezaron a atacarlo a pedradas y golpes.Al
fin lo llevaron al manicomio y los encargados le dieron fuertes
palizas, pues ese era el medio que tenían en aquel tiempo para calmar a
los locos: azotarlos fuertemente. Pero ellos notaban que Juan no se
disgustaba por los azotes que le daban, sino que lo ofrecía todo a Dios.
Pero al mismo tiempo corregía a los guardias y les llamaba la atención
por el modo tan brutal que tenían de tratar a los pobres enfermos.Aquella
estadía de Juan en ese manicomio, que era un verdadero infierno, fue
verdaderamente providencial, porque se dio cuenta del gran error que es
pretender curar las enfermedades mentales con métodos de tortura. Y
cuando quede libre fundará un hospital, y allí, aunque él sabe poco de
medicina, demostrará que él es mucho mejor que los médicos, sobre todo
en lo relativo a las enfermedades mentales, y enseñará con su ejemplo
que a ciertos enfermos hay que curarles primero el alma si se quiere
obtener después la curación de su cuerpo. Sus religiosos atienden
enfermos mentales en todos los continentes y con grandes y maravillosos
resultados, empleando siempre los métodos de la bondad y de la
comprensión, en vez del rigor de la tortura.Cuando
San Juan de Avila volvió a la ciudad y supo que a su convertido lo
tenían en un manicomio, fue y logró sacarlo y le aconsejó que ya no
hiciera más la penitencia de hacerse el loco para ser martirizado por
las gentes. Ahora se dedicará a una verdadera «locura de amor»: gastar
toda su vida y sus energías a ayudar a los enfermos más miserables por
amor a Cristo Jesús, a quien ellos representan.Juan
alquila una casa vieja y allí empieza a recibir a cualquier enfermo,
mendigo, loco, anciano, huérfano y desamparado que le pida su ayuda.
Durante todo el día atiende a cada uno con el más exquisito cariño,
haciendo de enfermero, cocinero, barrendero, mandadero, padre, amigo y
hermano de todos. Por la noche se va por la calle pidiendo limosnas para
sus pobres.Pronto se hizo popular en toda Granada
el grito de Juan en las noches por las calles. Él iba con unos morrales
y unas ollas gritando: ¡Haced el bien hermanos, para vuestro bien! Las
gentes salían a la puerta de sus casas y le regalaban cuanto les había
sobrado de la comida del día. Al volver cerca de medianoche se dedicaba a
hacer aseo en el hospital, y a la madrugada se echaba a dormir un rato
debajo de una escalera. Un verdadero héroe de la caridad.El
señor obispo, admirado por la gran obra de caridad que Juan estaba
haciendo, le añadió dos palabras a su nombre de pila, y empezó a
llamarlo «Juan de Dios», y así lo llamó toda la gente en adelante.
Luego, como este hombre cambiaba frecuentemente su vestido bueno por los
harapos de los pobres que encontraba en las calles, el prelado le dio
una túnica negra como uniforme; así se vistió hasta su muerte, y así han
vestido sus religiosos por varios siglos.Un día
su hospital se incendió y Juan de Dios entró varias veces por entre las
llamas a sacar a los enfermos y aunque pasaba por en medio de enormes
llamaradas no sufría quemaduras, y logró salvarle la vida a todos
aquellos pobres.Otro día el río bajaba enormemente
crecido y arrastraba muchos troncos y palos. Juan necesitaba abundante
leña para el invierno, porque en Granada hace mucho frío y a los
ancianos les gustaba calentarse alrededor de la hoguera. Entonces se fue
al río a sacar troncos, pero uno de sus compañeros, muy joven, se
adentró imprudentemente entre las violentas aguas y se lo llevó la
corriente. El santo se lanzó al agua a tratar de salvarle la vida, y
como el río bajaba supremamente frío, esto le hizo daño para su
enfermedad de artritis y empezó a sufrir espantosos dolores.Después
de tantísimos trabajos, ayunos y trasnochadas por hacer el bien, y
resfriados por ayudar a sus enfermos, la salud de Juan de Dios se
debilitó totalmente. El hacía todo lo posible porque nadie se diera
cuenta de los espantosos dolores que lo atormentaban día y noche, pero
al fin ya no fue capaz de simular más. Sobre todo la artritis le tenía
sus piernas retorcidas y le causaba dolores indecibles. Entonces una
venerable señora de la ciudad obtuvo del señor obispo autorización para
llevarlo a su casa y cuidarlo un poco. El santo se fue ante el Santísimo
Sacramento del altar y por largo tiempo rezó con todo el fervor antes
de despedirse de su amado hospital. Le confió la dirección de su obra a
Antonio Martín, un hombre a quien él había convertido y había logrado
que se hiciera religioso, y colaborador suyo, junto con otro hombre a
quien Antonio odiaba; y después de amigarlos, logró el santo que le
ayudaran en su obra en favor de los pobres, como dos buenos amigos.Al
llegar a la casa de la rica señora, exclamó Juan: «OH, estas
comodidades son demasiado lujo para mí que soy tan miserable pecador».
Allí trataron de curarlo de su dolorosa enfermedad, pero ya era
demasiado tarde.El 8 de marzo de 1550, sintiendo
que le llegaba la muerte, se arrodilló en el suelo y exclamó: «Jesús,
Jesús, en tus manos me encomiendo», y quedó muerto, así de rodillas.
Había trabajado incansablemente durante diez años dirigiendo su hospital
de pobres, con tantos problemas económicos que a veces ni se atrevía a
salir a la calle a causa de las muchísimas deudas que tenía; y con tanta
humildad, que siendo el más grande santo de la ciudad se creía el más
indigno pecador. El que había sido apedreado como loco, fue acompañado
al cementerio por el obispo, las autoridades y todo el pueblo, como un
santo.Después de muerto obtuvo de Dios muchos
milagros en favor de sus devotos y el Papa lo declaró santo en 1690. Es
Patrono de los que trabajan en hospitales y de los que propagan libros
religiosos.
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