SANTA CLARA DE MONTEFALCO

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SANTA CLARA DE MONTEFALCO

17 de Agosto

Santa Clara de Montefalco nació en Montefalco,en el año 1268. El nombre de sus padres eran, Damiano e Iacopa Vengente, que tuvieron 4 hijos en total. Su hermana mayor, Giovanna de 20 años y su amiga Andreola, establecieron una Ermita, en donde se dedicaron a una vida de oración y de sacrificio.
En el año 1274 se le concedió aprobación de las autoridades eclesiástica y fue entonces que, Giovanna pudo recibir más hermanas a la Orden. La primera candidata fue su hermana Clara, de 6 años de edad.
El ejemplo de sus padres, quienes tenían una gran devoción al Señor y a su Madre, y el de su Hermana y su compañera, contribuyeron a que se desarrollara en Clara el deseo de amar y servir al Señor a través de una vida de oración. Ella era una niña muy viva a la que todos encontraban que sobrepasaba a las niñas de su edad. Era además, extremadamente amorosa.
Desde que entró al convento aun cuando era más joven que las demás, se mantenía al mismo nivel que sus dos compañeras, tanto en la oración como en la penitencia.
Desde muy pequeña, tuvo un ardiente amor por el Señor, especialmente por su Pasión. Este fuego interior fue el que le dio la energía, el celo y la fuerza, para vivir una vida que para muchos sería imposible. Desde pequeña tuvo gran apetito, y tenía que luchar contra sus deseos de comer los platos que más le gustaban, ayunando constantemente, especialmente durante la Cuaresma.
Aún cuando ninguna Regla Religiosa se había establecido, Clara practicó una estricta obediencia a su hermana Giovanna, que era la líder del grupo. Una vez, que Clara rompió la Regla del silencio dada por su hermana, se impuso la penitencia de pararse en un cubo de agua helada, con los brazos hacia arriba rezando 100 veces el Padre Nuestro.
En 1278 dos años después de haber entrado Clara al Convento entró Marina, amiga de Clara, y fue seguida de muchas otras por lo que tuvieron que mudarse a una montaña cerca de la ciudad, donde construyeron otra Ermita.
Se levantó una gran persecución contra ellas, no solo por parte de laicos de la ciudad, sino también por los Franciscanos del lugar que decían que la ciudad era muy pequeña para tener otra comunidad pidiendo limosna. Pero el Señor que es justo, movió al oficial del Ducado a votar por ellas y se quedaron. Con la Ermita teniendo el techo a medio hacer, pasando frío y hambre, la pequeña comunidad era sostenida por su fe y llamado, que era más fuerte que la persecución de las personas de la ciudad.
Durante esta época pocas personas les daban algo para comer, y se sostuvieron de hierbas silvestres. Clara que tenía un don para cocinar, les hacía pasteles de plantas con tanto amor, que las hermanas recordaban estos tiempos como tiempos de gozo en vez de miseria…
Finalmente Giovanna obtuvo permiso para enviar a algunas hermanas a pedir limosna. Clara que tenía 15 años, insistió tanto en ir que, venció las objeciones de su hermana, y ella junto con Marina, salieron durante 40 días en busca de limosnas; nunca regresaban sin haber cumplido su cometido. Su hermana Giovanna, pensando en proteger a Clara, no le permitió salir mas, y Clara estuvo en el convento por el resto de sus años.
Clara pasaba de ocho a diez horas diarias en oración, y por las noches caía de rodillas rezando el Padre Nuestro.
Practicaba actos tan severos de mortificación, que su hermana Giovanna tuvo que poner restricciones en sus prácticas. Siempre estaba buscando una forma más ascética de oración.
En el año 1288, cuando Clara tenía 20 años. Parecía que estaba llegando a alcanzar la completa unión con Jesús, cuando el Señor la probó adentrándola en un desierto. Fue una prueba dada por el Señor para castigar su orgullo y para que ella viera que sin El no podía hacer nada. Clara entró en el desierto. Perseguida por todo tipo de tentaciones, víctima de las emociones. Sentía que Dios la había abandonado. Esta tortura duró once años de su vida, a través de la cual estuvo sin la asistencia espiritual que ella desesperadamente ansiaba. Clara cargaba el peso de sus sentimientos de inseguridad en su corazón.
Como no recibía las penitencias deseadas, comenzó a imponérselas ella misma, causando tanto daño físico que su hermana tuvo que detenerla otra vez.
El 22 de noviembre de 1291, muere su hermana Giovanna. Fue un golpe muy duro para Clara pues veía en su hermana el ejemplo a seguir y la persona que la formaba en su vida espiritual.
El representante del Obispo llegó para la elección de la nueva Abadesa. Las monjas unánimemente escogieron a Clara. Sintiéndose totalmente indigna, les rogó que escogieran a alguna más, que fuera santa y sabia, diciendo que ella no era ninguna de las dos cosas; pero su petición no fue escuchada.
Aceptó su responsabilidad, aunque se sentía indigna, y se convirtió en Madre, Maestra, y Directora Espiritual. Enseñaba a sus hermanas a ofrecerle al Señor todas sus necesidades individuales, para que fuesen moldeadas en las necesidades de la comunidad, formando así en ellas un verdadero cuerpo, con una vida en común.
Balanceando la oración y el trabajo necesario del monasterio, traía a la comunidad gozo y amor. Sensible a aquellas que sentían el llamado a más oración, les permitía hacerlo, pero con la condición que todo el mundo tenía que hacer trabajo manual.
Ella dirigía, personalmente, e incesantemente a las hermanas en sus necesidades espirituales y corporales. Decía: «¿Quien enseña al alma, sino Dios? No hay mejor instrucción para el mundo que la que viene de Dios». Las ayudaba e instruía a reconocer la voz del Espíritu y a discernir Quién era el poder en sus vidas. Pero, cuando era necesario, corregía y amonestaba a las hermanas, haciéndolas conscientes de los peligros a sus almas. Velaba por todas, aun a costa de su salud.
La hermana Tomasa decía: «Ella permanecía despierta hasta tarde en la noche, pero siempre estaba despierta temprano en la mañana.
Como Clara fue tan probada y sufrió tantas luchas y dudas, podía hablar con autoridad a otros. A través de su experiencia podía relacionarse con la batalla espiritual sufrida por otros. Podía ministrar a las personas fuera de la comunidad, que venían a verla, contando con los dones de conocimiento y sabiduría que le había dado el Señor.
Por su amor y cuidado genuino, Clara atraía al monasterio a sacerdotes, teólogos, obispos, jueces, santos y pecadores. Nunca descuidó sus responsabilidades hacia sus hermanas dentro del monasterio por su apostolado con aquellos de fuera del claustro.