jueves, marzo 28

Santa Evita, peronismo y ficción: historia de un gran malentendido

0
418

La verdad de las mentiras Nota extraída de Clarín por Andrea Calamari

Esta semana se estrena la serie basada en el libro de Tomás Eloy Martínez. Una mujer y una muerte ficcionalizada por el Estado mucho antes que por la literatura.

Santa Evita, peronismo y ficción: historia de un gran malentendido

Eva Perón en una imagen del fotógrafo Adam Rzepka.

-Coronel- dijo, clavándole los ojos castaños.

-¿Qué, hija?- respondió él, sin mirarla.

-Gracias por existir.

La primera frase que Eva Duarte le dijo a Juan Perón una noche de enero de 1944 en el Luna Park es famosa, también es mentira. La escena, los detalles y las palabras son un invento de Tomás Eloy Martínez en su novela Santa Evita, sin embargo se reproduce, como si todo hubiera sucedido así, en carteles, banderas, marchas, en algunos textos de historia o piezas periodísticas.

Este martes 26 de julio se estrenará una serie basada en el libro que se publicó en 1995, que vendió cien mil ejemplares en apenas quince días, que no deja de reeditarse y que se tradujo a treinta y seis idiomas. Es uno de los best sellers de la literatura argentina, también es un gran malentendido.

Tomás Eloy Martínez escribió su primer cuento en Tucumán, cuando era un niño y no sabía cómo pasar los tiempos muertos de una penitencia familiar. Empezó con la ficción pero después, ya en Buenos Aires, se dedicó al periodismo. En los 60 fue secretario de redacción de Primera Plana, el primer director periodístico de Telenoche y corresponsal en París para la editorial Abril. En los 70 dirigió la revista Panorama, escribió para La Opinión, publicó sus primeros libros de no ficción hasta que denunció a López Rega, le pusieron una bomba en la casa y estuvieron a punto de matarlo en un restaurante. Salió del país protegido por el embajador de México y se exilió en Venezuela, donde vivió hasta 1983.

Santa Evita, el best seller de Tomás Eloy Martínez sobre Eva Perón.

Santa Evita, el best seller de Tomás Eloy Martínez sobre Eva Perón.

También escribió libros de ficción, dos de ellos con un tema común: La novela de Perón en 1985 y, diez años después, su gran éxito Santa Evita. Resulta fácil caer en equívocos y simplificaciones. ¿Peronista o antiperonista?, le preguntaban. Novelista, contestaba él. Diferenciaba con claridad: “uso las novelas para decir todas las mentiras que tengo por dentro, pero en periodismo no se me escapa ni una.” Con Santa Evita la confusión fue enorme y sigue hasta ahora.

Tomás Eloy Martínez escribió una novela (que es siempre una declaración de mentira) con nombres reales sobre el destino del cadáver de Eva Perón. Y como Evita es el mayor mito que Argentina supo construir, muchos decidieron que todo lo que se decía era verdad aunque el autor hizo explícita la ficción: pidió a sus editores que agregaran la palabra “novela” bajo el título. En la tapa se ve una imagen de estampita religiosa de Eva Perón: un sol dorado tras su cabeza, un manto eclesiástico, los brazos en cruz, un ramo de flores en una mano y una espada en la otra.

La obra empieza con la muerte del personaje principal y la decisión de su esposo de conservar el cuerpo, como si no fuera un cadáver. En esta primera manipulación de un cuerpo ajeno con fines políticos se cifra la continuidad de la trama que avanza desde el punto de vista de un cronista que investiga, transcribe documentos, hace entrevistas.

Santa Evita es un policial donde no hay que encontrar al asesino sino al muerto. También es una novela de acción cargada de peripecias y una comedia negra de enredos, como un interminable Fin de semana de locura (Weekend at Bernie’s), esa película en la que todos simulan que un muerto sigue vivo.

El peronismo nació como un gran acto de discurso. Un coronel que se llamaba a sí mismo soldado de la patria, el primer trabajador que llegaba por fuera de las luchas políticas a salvar al pueblo; una joven pobre y devota de su esposo convertida en hada buena, abanderada, vengadora. Dos personas elevadas por sobre el resto. Para un relato que se construye así, los detalles melodramáticos se vuelven imprescindibles y la muerte es el tópico narrativo por excelencia. Durante años, muchas generaciones de argentinos recordaron (los mayores todavía lo hacen) que a las veinte y veinticinco Eva Perón pasó a la inmortalidad (no murió) y eso es porque lo escucharon decir con las mismas palabras cada media hora en los informativos radiales. Esa muerte fue ficcionada por el Estado mucho antes de que lo hiciera la literatura.

En Santa Evita hay maleficios, muñecas, santuarios, fetiches, intrigas, secuestros, atentados, informantes, profanaciones, promesas, peregrinaciones, flores, velas y estampitas. Y locos, muchos locos. Demasiada irracionalidad, cualquiera diría que es un relato increíble. Sin embargo, no sólo es verosímil, todo fue tomado al pie de la letra.

Tomás Eloy Martínez, autor de La novela de Perón y Santa Evita, entre otros libros.

Tomás Eloy Martínez, autor de La novela de Perón y Santa Evita, entre otros libros.

Tomás Eloy Martínez dijo muchas veces que, frente a la historia oficial y mítica creada por el peronismo, él quiso construir la propia. Su estrategia para el engaño fue contar algo que no es verdadero fingiendo que hacía una investigación; adjuntó documentos, noticias, entrevistas y afirmó que estuvo en el lugar de los hechos. Es decir, usó las herramientas del periodismo para crear una novela.

Hasta acá, el talento del escritor.

Un engaño para revelar otro

Pero con Santa Evita pasó algo más y tal vez se deba al momento de publicación y el contexto de lectura. A mediados de los 90 en la Argentina la mística histórica del peronismo estaba en retroceso: las vedettes, los autos caros y las estrellas internacionales reemplazaron a la iconografía clásica del movimiento. Alan Parker y Madonna llegaron al país en enero de 1996 para filmar el musical Evita, Carlos Menem los recibió, cedió su despacho y hasta el balcón de la Casa Rosada. Mientras tanto, los viejos dirigentes justicialistas declararon personas no gratas a los visitantes y se ofendieron ante la tergiversación hollywoodense.

Frente a la Evita de Madonna, los peronistas beatos eligieron creer en la de Tomás Eloy Martínez, tan falsa una como la otra.

Uno de los engañados fue José Pablo Feinmann, filósofo, historiador, investigador, periodista, escritor, en fin, lo que se conoce como un intelectual, uno de los más renombrados intelectuales del “campo nacional y popular”.

En 1996 se estrenó la película Eva Perón de Juan Carlos Desanzo, con Esther Goris y Víctor Laplace como protagonistas y guión de Feinmann. El clímax del film es una escena en el cuarto que comparte el matrimonio presidencial: acaba de terminar el acto en el que el pueblo peronista pidió por la candidatura de Eva a la vicepresidencia, él no termina de decirle con todas las palabras por qué se niega a proclamarla y ella insiste hasta que Perón le confiesa: “¡Tenés cáncer, carajo, tenés cáncer!”.

Cuando Tomás Eloy Martínez vio la película, reconoció la escena. Porque él la inventó. Entonces se quejó con el guionista: -Esa mentira es mía.

-Pero, cómo, ¿no era una entrevista?- respondió José Pablo Feinmann.

La historia de esta charla la contó el propio Martínez.

“Le dije que hay un subtítulo enorme al pie de Santa Evita, que yo me he empeñado en que aparezca siempre, que dice novela. Novela significa licencia para mentir, para imaginar, para inventar.” La entrevista a la que Feinmann hacía referencia es el capítulo cuatro de la novela: el (falso) testimonio del peluquero de la primera dama que aquel día histórico vio el acto tras bambalinas, la acompañó en silencio hasta la residencia y los escuchó discutir en el dormitorio gracias a una puerta mal cerrada, el clásico cliché de las telenovelas.

Como esa charla en el cuarto presidencial, muchos de los inventos de Santa Evita se tomaron como verdades históricas: las conversaciones en el poder, las promesas y peregrinaciones para salvar a la enferma, las maldiciones sobre los que tocaban el cuerpo, las copias hechas para despistar, la necrofilia, una habitación atrás de un cine porteño, los juegos de muñecas con el cadáver, una vidriera en un prostíbulo europeo.

Contra la beatitud, la demonización y de ahí en más todo es posible, porque el discurso religioso no necesita pruebas, ni tolera argumentos. Alcanza con la simple enunciación.

Lo que demuestra el libro de Tomás Eloy Martínez es que los relatos históricos y los ficcionales no sólo están hechos con idéntica materia prima -las palabras- sino también que pueden fabricarse con los mismos procedimientos: algo de realidad, falsos testigos, documentos apócrifos, exageraciones, desviaciones y una narrativa verosímil.

Siempre le preguntaban si tenía una obsesión con el peronismo. Primero el interés fue periodístico pero a poco de andar se dio cuenta de que la literatura era más apropiada para abordarlo.

La novela de Perón

En 1970, mientras era corresponsal en Europa, la revista Panorama le encargó una entrevista de largo aliento con Perón. Llamó a Puerta de Hierro y él mismo lo atendió.

-¿Qué me va a preguntar?

El periodista dice que se quedó con la mente en blanco porque no tenía una respuesta inteligente para eso.

-Me gustaría que me cuente su vida, desde el principio. Tal vez ya es hora.

-Tiene razón. Ya es hora.

Cuando un par de meses después llegó para entrevistarlo, se dio cuenta de que aquello no se trataba de una entrevista como cualquier otra. Perón ya le había dictado sus memorias a López Rega, el hombre que oficiaba de secretario y mayordomo, y éste las leyó en voz alta mientras el periodista grababa. Así durante tres días. A veces Perón agregaba algunos comentarios, otras veces, el mayordomo corregía recuerdos e incorporaba detalles insólitos, y cuando la atención del General declinaba, López Rega se apoderaba de la conversación, fingía ser Perón e imitaba su voz. Incluso contó que en 1906 lo acompañó al velorio de Bartolomé Mitre. Tomás Eloy Martínez advirtió el anacronismo (López Rega nació en 1916) y se lo señaló, pero “López Rega insistió en que el hecho ilógico era también verdadero y el General no lo desaprobó”.

Tomás Eloy Martínez con Juan Domingo Perón en su residencia de Puerta de Hierro.
Madrid (1970) Gentileza Fundación TEM

Tomás Eloy Martínez con Juan Domingo Perón en su residencia de Puerta de Hierro. Madrid (1970) Gentileza Fundación TEM

Esas memorias aparecieron publicadas en Panorama el 14 de abril de 1970. Perón quedó satisfecho, Tomás Eloy Martínez no. Era demasiado servicial para su gusto y el relato estaba lleno de lagunas que Perón había querido esquivar. Entonces comenzó una investigación periodística en la que encontró demasiadas contradicciones. Al año siguiente envió todo a Puerta de Hierro junto a una carta en la que pedía autorización para incorporarlo a una versión anotada de sus muy parciales memorias. Nunca tuvo respuesta.

“El aire de Madrid hervía entonces de mensajeros y amenazas, Perón tenía el cadáver de Evita en el jardín de invierno de su casa, estaba trenzado con Lanusse en una feroz pulseada por el poder, y no pasaba semana sin que recibiera a viejos políticos que le ofrecían ser sus aliados y a representantes de la ‘juventud maravillosa’ ante los que predicaba las virtudes de la violencia.” El periodista siguió enviando emisarios y nunca obtenía nada hasta que, finalmente, en 1972 llegó uno con la respuesta: el General quería dejar sus memorias así, sin tocar ni una sola coma. Cuando mucho después publicó Memorias del General, el libro incluyó, además del texto urdido entre Perón y su secretario, una sección de documentos y otra de artículos firmados por el propio Tomás Eloy Martínez sobre la vinculación de Perón con los nazis, su exilio, la trayectoria de López Rega y los inicios de la Triple A.

Con la vuelta al país en 1983 se dio cuenta de que su trabajo periodístico con el peronismo tenía un límite porque, mientras más investigaba, más se confundían las versiones, los documentos se contradecían, los libros de historia no eran fiables, las grietas en el relato no había cómo llenarlas si no era con ficción.

Lo que seguía era tarea para la literatura.

Así nació La novela de Perón.

“Mi idea inicial, al escribir el libro, es que Perón, a quien yo entrevisté, me hizo vehículo de la construcción de un monumento histórico que yo sé que es falso. Entonces, con las herramientas que he reunido para completar ese monumento histórico, voy a tratar de mostrarles a los argentinos, que durante más de cuarenta años en aquel momento, a la salida de la novela, vivieron a la sombra de Perón y de su ideología -y aún ahora, porque aunque su ideología está transformada, el peronismo continúa-, como un acto de justicia, una imagen de Perón que correspondiese con la imagen verdadera.” La idea del peronismo como un monumento histórico hecho con palabras, y además falso, es interesante pero lo más novedoso es el plan de Tomás Eloy Martínez para desmontarlo. No va a contraponer verdades sino agregar más mentiras. Sabe que si una historia está bien contada, puede ser tomada como verdadera.

A caballo entre el periodismo y la literatura, en La novela de Perón construyó su propia versión sobre el peronismo, escribiendo una especie de contramemorias.

Con Santa Evita, en cambio, el periodismo quedó de lado y se entregó de lleno a la fabulación. En el libro la mentira es constante, el artificio se hace explícito, el juego con el lector es evidente y aun así, muchos cayeron en la trampa o eligieron creer. Después de todo, la novela no hizo más que agregar nuevos ingredientes a la narrativa peronista, un proceso de ficcionalización que empezó a gestarse desde los tempranos años cuarenta y aún continúa.