Sexo, matanza de perros y un móvil secreto: los detalles del crimen del expolicía torturado y asesinado en Neuquén

0
387

Juan Horacio Panitrul fue asesinado en Cultra Có, mutilado por los asesinos con odio y ferocidad. Su relación con los presuntos asesinos y la desdicha que parecía unir a los tres protagonistas de esta historia.

La localidad de Cutral Có, en la provincia de Neuquén, continúa conmovida por el salvaje asesinato de un expolicía, que fue torturado y muerto a puñaladas.

Fuentes policiales aseguran que desde la primera puñalada a la número 300 pudieron haber transcurrido una hora o un día y medio. 

Creen que Juan Horacio Panitrul, de 31 años, murió antes de que el cuchillo de asador atravesara su cuerpo. 

Tampoco se sabe cuándo se fueron los matadores del departamento. Es probable que lo hicieran con sigilo, caminando sobre la nieve que había caído en Cutral Có, a 120 kilómetros de la capital de Neuquén, desde el miércoles al jueves pasado. La temperatura fue de seis grados bajo cero.

La reunión de los dos acusados con la víctima ocurrió el miércoles. El lugar de encuentro fue en el departamento de la planta baja del bloque B1, en el barrio General San Martín -ex 500 Viviendas-, donde vivía uno de los imputados. El hallazgo del cuerpo fue el viernes.  

El fallecido forense Osvaldo Raffo consideraba que en un hecho de apuñalamiento puede estar la respuesta, oculta, a todo crimen. Es decir, en el filo de la cuchilla que mutiló a la víctima -que fue policía hasta 2017- estaría cifrado el motivo. 

Y ese motivo, salvo que surja un elemento que lo contradiga, es el odio en su máxima expresión. Detrás del odio anida, como en una serie de capas que los policías y funcionarios judiciales intentan sacar, la verdad de este hecho atroz. 

Hubo dos detenidos: Rodrigo Leiva Carrasco, de 42 años, y Daniel Ceferino Silvera, de 49. Los detuvieron sin que se resistieran. Después del asesinato caminaron por la calle. Así parecía ser la vida errante que llevaban: deambular pese a la lluvia, al frío y a la nieve. A veces caminaban solos. 

Eran conocidos en el barrio. “Eran lúmpenes, pero no imaginamos que podían llegar a eso”, dice un comerciante que una que otra vez le dio pan y mortadela o alguna caja de vino.

A los dos caminantes, días antes del horror, se les había sumado un tercer compañero: el propio Panitrul, que nunca supo que el final de esos paseos iba a ser su propio final.

“Juan era una gran persona. No andaba en nada raro. No sé por qué lo manchan. No se juntaría con gente así”, dijo un conocido de la víctima. La duda que queda flotando es si Leiva y Silveira sabían del pasado policial de su amigo. 

A los tres parecía unirlos la libertad. Leiva y Silvera venían de los golpes de la vida desdichada, allí donde la autodestrucción es un camino. Y Panitrul habría sido echado de la Policía de Neuquén por su adicción al alcohol, de acuerdo con lo que dijo a Infobae una fuente judicial. El sitio web Cutralcoalinstante contó que “era oriundo del paraje Lonco Luan pero se había radicado hace algunos años en Cutral Có, donde había formado una familia”.

A pedido del fiscal Gastón Liotiard, Carrasco y Silvera fueron imputados por homicidio agravado por ensañamiento, que contempla una pena de prisión perpetua. La jueza Patricia Lupica Cristo les dictó prisión preventiva.

La investigación se orienta hacia uno de los acusados: Leiva Carrasco, alias “El Loco”. Le decían así porque andaba por la calle y podía agarrarse a trompadas con cualquier que se le cruzara. Y, aseguran los testigos -declaraciones que siempre hay que tomar con cautela- hasta rompía autos o vidrios de los negocios. Había estado internado en un instituto para rehabilitarse del alcohol y las drogas. A Silvera lo llamaban “La Fiera”.

A los dos acusados sus apodos, “El Loco” y “La Fiera”, no los ayudan demasiado, pese a que en toda investigación criminal lo que tienen valor son los hechos, los alias o apodos de los criminales de la historia policial argentina son casi una extensión de la calificación de la carátula del delito cometido.

El móvil oculto

Cuando “La Fiera” llegó a su casa dijo que había tenido una pelea. 

-Los vecinos cuentan que El Loco una vez mató a un perro y lo hizo con crueldad. O que salía desnudo a gritar, pese a que en esta localidad la temperatura puede ser de seis grados bajo cero.

Eso dice una fuente con acceso al expediente. 

-¿Si tenía alucinaciones o sintió que alguien le ordenó cometer el crimen? Es prematuro. Es probable que sus abogados pidan su imputabilidad. Pero hay un móvil que estamos tratando de descubrir. 

Ese móvil “secreto”, de acuerdo con lo que confió a Infobae una fuente judicial, tiene que ver con lo que declaró un testigo. Hasta hace unos meses, Leiva vivía con su madre en el departamento del horror. Como la mujer estaba en malas condiciones, un familiar se la llevó a su casa. Leiva solía decir esto:

-Mi vieja fue violada. Y cuando encuentre al que lo hizo, lo mato.

Los investigadores sospechan que se le había metido esa idea en la cabeza y no pueden determinar si se trata de un delirio o de una verdad. “No queremos decir que acusó a la víctima del hecho. Pero no descartamos que la discusión que detonó la masacre pudiera haber tenido algo que ver con eso. O con la patología del presunto asesino”, cuenta una fuente policial.

Un perito reveló que cuando contaban las puñaladas en la autopsia, a veces perdían la cuenta y tenían que retomar. 

“Se habla de 237 puñaladas, pero creemos que son 300. De todo modos podemos decir que la mayoría fueron hechas después de que la víctima muriera por traumatismo de cráneo. Lo golpearon contra una pared y buscamos si hubo una elemento, una piedra o un palo, que pudieron haber usado”, dice ese perito,  que estuvo en la escena del crimen. 

En la vereda, cercada con el precinto policial, otros policías titiritaban de frío y sus botas trataban de no resbalar con la helada que cubría las calles. 

El crimen ocurrió en el departamento de “El Loco” Leiva. Los pesquisas tienen información como para asegurar que se conocían desde antes. 

El fiscal Liotard dio a Infobae detalles de la autopsia. “Creemos que las puñaladas no fueron seguidas. Que hubo un período de tiempo en el que no sabemos qué hicieron los asesinos. Quizá le llevaron la ropa. O siguieron bebiendo. Usaron una sola cuchilla. Le mutilaron la lengua, la oreja, que luego pusieron adentro del ombligo, la nariz, los genitales, las tetillas. El cuerpo fue lavado y movido, apareció entre dos colchones”, dijo el fiscal. 

También hallaron restos de semen en el cuerpo. “No sabemos si fue antes de que todo estallara o si fue una violación. Los testimonios permiten establecer, a priori, que existía algo sexual entre los tres, más allá de esa amistad que incluían caminatas y alcohol. Lo sexual está muy marcado. Algo detonó el estallido de los asesinos, o en realidad del apodado Loco, el otro es como que acompañó o sólo actuó en una parte, lo que no lo exime del asesinato”.

Un perito que participó en el brutal femicidio de Fabián Tablado, que mató a Carolina Aló de 113 puñaladas, recordó que el asesino estuvo más de diez minutos cometiendo la masacre. Se le rompía un cuchillo y lo cambiaba por otro. “Las mayores heridas fueron en el corazón y en la cabeza”, dice quien pide reserva de identidad. 

-Tablado pudo arrepentirse, dar marcha atrás. Cambió cuatro veces de cuchillo porque se le doblaban. Y no lo hizo. La mató, según las pericias, en la cuarta puñaladas. ¿Sabe lo que es clavar un cuchillo 113 veces? Haga la prueba en el aire y tome el tiempo. Serán tres minutos o más. Sin contar la fuerza que se debe hacer. El odio es la principal causa contra la indefensa víctima.

-En el caso de Neuquén se habla de 237 puñaladas…

-En ese caso es el doble. Ni hablar. De todos modos si eran dos pudieron haberlo hecho al mismo tiempo. Es un horror. Si uno analiza las partes del cuerpo que le mutilaron o hirieron, hay un mensaje. Y ese mensaje está lleno de odio.

El fiscal Liotard quedó conmovido con el asesinato del joven que quería ser policía, pero la mala vida lo llevó a un destino tenebroso. Pero en su experiencia cuenta con casos macabros: el de dos jóvenes que decapitaron a su padre y se sacaban selfies con la cabeza o el del hombre que apuñaló decenas de veces a su mujer. 

Panitrul andaba por la vida con una angustia que trataba de anestesiar como podía. Antes del crimen había ido a su casa y un familiar le había dicho que no podía vivir en esas condiciones, que necesitaba tratamiento, según cuenta una fuente del caso. 

El hombre quedó a la deriva. Un amigo le dio refugio en una casa. Pero salió de ahí otra vez a la calle. Y se reencontró con Leiva y Carrasco, que vivían de chanchas, pidiendo limosna.

Las cámaras de seguridad, aunque algunas estaban cubiertas de nieve, pudieron reconstruir que antes de entrar en la casa de Leiva, donde ocurrió el homicidio, los tres daban vueltas en busca de alcohol. 

Les solían fiar en una rotisería, pero salieron de ahí con las manos vacías, por lo que los tres -con gesto que mezcló la decepción con la bronca- siguieron caminando. 

Lo que ocurrió después, entre esas cuatro paredes, es lo que quedó oculto detrás de una noche entre tres hombres que se reúnen a tomar vino, y luego llegan un golpe mortal y los cortes y las puñaladas. 

(Extraído de Infobae)