jueves, marzo 28

Una anomalía en medio de la democracia

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Nota extraída de The Post Argentina por Carlos Mira

El peronismo, Cristina Fernández de Kirchner y sus secuaces no gritan su inocencia: en todo este tiempo esa mueca indignada que nazca en el estomago y que refleje la injusticia que se está cometiendo con ella ha estado completamente ausente

Estela Barnes de Carlotto dijo ayer que no van a permitir que condenen a Cristina Fernández de Kirchner. Lo dijo de modo suelto, espontáneo, como si fuera lo más natural del mundo.

La primera idea que a uno le viene a la cabeza después de escucharla es preguntar cómo se imagina que van a poder lograr semejante cosa si es que el tribunal considera que la prueba que reunió el fiscal es lo suficientemente convincente como para condenarla.

¿Estarán pensando en producir un asalto físico a la Justicia? ¿Alguna orga a las que son tan afectos comenzará a poner bombas y matar gente nuevamente? ¿Incendiaran el edificio de la Corte? ¿Matarán a los jueces?

Todas estas opciones no deberían ser tomadas como exageraciones literarias. El peronismo ya ha cometido todos esos desmanes.

Fueron las organizaciones instigadas por Perón desde Puerta de Hierro las que bañaron de sangre a la Argentina de los ‘70.

Y todo eso descripto aquí fue lo que hicieron: poner bombas, matar gente por la calle, asesinar y torturar a secuestrados, matar jueces, incendiar propiedades públicas y privadas… Es decir, no hay imaginación novelada aquí, solo hay memoria.

Juliana Di Tullio, que es senadora por el Frente de Todos, ha dicho también muy suelta de cuerpo: “no tienen idea de lo que hicieron… lo único que consiguieron es poner al movimiento nacional justicialista en estado de alerta y movilización”.

Hablaba como si lo que estuviera sucediendo hubiera sido tramado por una entidad organizada que hubiera ordenado las acciones contra Fernández de Kirchner. Seguramente piensa así porque eso es lo que hacen ellos.

Simplemente no conciben la idea de que, en democracia, cuando se cometen delitos, se gatillan mecanismos de investigación para que, de corroborarse esas violaciones a la ley, se establezcan las responsabilidades que correspondan.

Ese esquema racional de convivencia le es completamente exótico al peronismo. Ellos conciben la existencia como una tensión entre enemigos en donde las conductas siempre responden a un objetivo compatible con los intereses de cada uno.

La idea de que existe un orden jurídico que, cuando es violado, debe ser restaurado por la actuación de un poder independiente del Estado para que la noción de Justicia no se vuelva vacía y para que la sociedad no reciba el mensaje de que cualquiera puede hacer lo que se le antoja sin consecuencias, le es completamente extraña al peronismo.

Para ellos el país es de ellos y no hay ninguna norma que pueda imponérseles porque, sencillamente, ellos están por encima de las normas.

La ley es un instrumento para serle aplicado a los demás pero no a ellos.

Así, por ejemplo, de nuevo Di Tullio (que es legisladora y debería representar la legalidad y el imperio del monopolio en el uso de la fuerza) dijo que todas las veces que el gobierno de la ciudad de Buenos Aires pusiera vallas en los alrededores de la casa de Kirchner ellos las iban a tirar abajo. Es decir, a ver si nos entendemos: una representante de la ley, alguien que hace las leyes, instiga a que la ley sea violada y a que las masas desconozcan, justamente, el principio de que es el Estado el único que monopoliza el uso de la fuerza.

El peronismo es una especie de célula distópica en una democracia: se vale de sus mecanismos para alcanzar el poder pero una vez en él desconoce el funcionamiento del Estado de Derecho y se alza contra la actuación constitucional de los poderes del Estado pretendiendo reemplazar esos mecanismos por el ejercicio explícito de la fuerza bruta.

Resulta muy difícil, bajo esas circunstancias, construir un modelo de sociedad civilizada en donde se pueda convivir pacíficamente aún profesando creencias e ideas diferentes.

Si el peronismo cree que nadie tiene derecho a investigarlo y a perseguirlo con el Código Penal cuando se presuma que ha cometido delitos porque semejante pretensión es un atentado a la argentinidad, a la cultura nacional y popular y a las “grandes mayorías”, lo que ocurre es que la vida en armonía es sencillamente imposible.

Sería imposible vivir en un ambiente de concordia donde una parte del país se siente el país todo, en guerra con el otro medio país a quien no le reconoce su condición de argentino.

Sería imposible vivir armónicamente donde una parte del país estuviera sujeta a un orden jurídico y otra parte no. Sería imposible vivir en un país en donde el peronismo explota en su favor los privilegios del Estado pero desconoce el imperio del Estado cuando dicho imperio se le pretende aplicar a alguno de sus miembros.

El peronismo es, desde el punto de vista democrático, una anomalía: solo acepta las reglas cuando las reglas lo favorecen y cuando le permiten imponerse sobre los demás. Pero se rebela, por el ejercicio de hecho de la fuerza bruta, cuando esas mismas reglas deben ser aplicadas al peronismo.

No hay modelo de vida civilizada bajo esas condiciones.

Reiteramos: esta verdadera locura está siendo propuesta como modelo de vida por quienes hoy ejercen el gobierno y en cuyo carácter deberían tener a la paz social y a la seguridad pública entre sus primeros deberes.

Las pruebas incontrastables de que el peronismo no es una expresión democrática sino una organización profesional establecida para ganar el poder del Estado y desde allí imponer sus designios a los demás, están desbordando los canales de información en los días que corren.

Todo aquel observador imparcial de buena fe puede verlo claramente. El peronismo, Cristina Fernández de Kirchner y sus secuaces no gritan su inocencia: en todo este tiempo esa mueca indignada que nazca en el estomago y que refleje la injusticia que se está cometiendo con ella ha estado completamente ausente.

Lo único que se ha escuchado son contra-acusaciones y la pretensión de asimilar a los demás a lo que ella ha hecho. No ha habido el más mínimo esfuerzo por derribar la prueba de la fiscalía. Solo se ha montado un espectáculo de presión mafiosa, desempeñado por un lumpenaje más asociado a los matones de una barra brava que a un cuerpo de letrados capaces de probar la inocencia de su cliente.

Si el peronismo cree que la Argentina está de acuerdo en vivir permanentemente en las ascuas de esta violencia, debería revisar lo que se propone.

Y los argentinos que no están dispuestos a que este desasosiego sea la regla de su vida deberían hacerlo saber de manera contundente para que esta desviación anómala sea definitivamente sepultada y nunca más tenga posibilidades de amenazar con su fuerza bruta a quienes pretenden vivir en paz.