viernes, marzo 29

Vivir en la montaña rusa: curvas, picos y mesetas en el primer año de coronavirus

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Por Pablo Sigal para Clarín

Desde la detección del primer caso de Covid, el país vivió expectante cada día del parte oficial de infectados y muertos. Un vértigo del que todavía nadie puede escapar.

Vivir en la montaña rusa: curvas, picos y mesetas en el primer año de coronavirus

Hasta el 3 de marzo de 2020, las dos cifras cotidianas que los argentinos mirábamos con mayor atención eran las de la temperatura y el dólar. Luego todo cambió. Supimos que el Covid-19 ya no era sólo una extraña y lejana enfermedad surgida en China, que empezaba a propagarse por Europa. Los saldos y estadísticas del coronavirus pasaron pronto a ocupar un momento angustioso e inevitable de cada día. La pandemia había copado la parada.

El Ministerio de Salud de la Nación, que en vísperas del primer caso importado le había restado chances a que el coronavirus aterrizara en la Argentina, dejó rápidamente de considerar el dengue como factor de riesgo excluyente de aquel epílogo del verano para sumergirse en la nueva realidad que poco a poco iría sofocando a toda la población. La presencia del Covid en el país era un hecho.

A partir de ese momento empezó a tomar forma la idea de un reporte diario del Gobierno que informara a los periodistas -y por su intermedio a toda la población- cuántos nuevos contagios y muertes se producían en la Argentina. En la etapa inicial los datos se actualizaban cada 12 horas. Luego se optó por un único envío cada 24. La montaña rusa de curvas, picos y mesetas había arrancado.

Los primeros partes, a mediados de marzo de 2020, hacían hincapié en alertar sobre las zonas de riesgo de coronavirus en el mundo: China, Corea del Sur, Japón, Irán, Europa, Estados Unidos, Chile y Brasil. El 16 de marzo había un total de 65 casos confirmados en todo el país, fecha en la que el Gobierno decidió suspender las clases a nivel nacional. Eran los primeros metros de un túnel interminable.

Tres días después, el presidente Alberto Fernández anunciaba el comienzo de una cuarentena obligatoria a la que todavía nadie le advertía aspiraciones de eternidad. El total de casos confirmados era 128 y de muertos, tres. El carrito de la montaña rusa comenzaba a tomar velocidad: para fin de mes, los casos confirmados en la Argentina ya eran 966. Es decir, siete veces y media más en poco más de diez días.

El sube y baja mundial

Los que habían olvidado el significado de un aumento exponencial -seguramente aprendido en matemática de la escuela- tuvieron que repasar el concepto para entender por qué el coronavirus se extendía tan rápido entre la población. Y a aquel contenido de manual hubo que sumarle otro más sofisticado: el R, nombre asignado al índice de contagiosidad del virus en un momento y lugar determinados.

Desde entonces, los días fueron eso que transcurría entre un parte y otro, siempre a la espera del momento en que el Ministerio de Salud hacía sonar la alarma y un nuevo registro de contagiados y muertos se tatuaba en el cerebro de todos los argentinos. Así, una jornada tras otra, hasta llegar a estos primeros 365 días de pandemia.

Hubo arduos intentos presidenciales por mostrar en filminas una mejor performance sanitaria que Suecia y que Chile, que terminaron siendo un búmeran. Cuando promediaba noviembre el país llegó a ocupar el cuarto lugar del mundo en muertos por millón de habitantes. El balance del año deja a Argentina 12° en contagios y 13° en decesos.

La insuficiente cantidad de testeos fue el “talón de Aquiles” del manejo de la pandemia en el país, lo que impidió detectar en masa y aislar más infectados mientras la cuarentena eterna lo permitía. Los esfuerzos se concentraron, sobre todo, en ampliar la capacidad médica y hospitalaria, que en términos generales respondió a la altura del conflicto.

Las cifras de hisopados, enfermos y muertos se convirtieron en el combustible de esta montaña rusa, de la que todavía ni Argentina ni el mundo se pueden bajar. Por estas latitudes tuvimos un primer pico entre septiembre y octubre, luego de una subida más bien amesetada y lenta, hasta llegar al punto de máximo vértigo y peligro.

Pero a diferencia de lo que suele ocurrir en los parques de diversiones, la bajada no fue rápida y abrupta, sino igualmente parsimoniosa. Es decir, no descendió todo lo que los pasajeros de esta pesadilla podrían haber esperado. Menos de tres meses después, el carrito volvía a ingresar en una nueva subida amenazante, aunque esta vez no tan pronunciada como la primera.

Fue entonces que a las cifras de enfermos y muertos se les sumaron las de inmunizados: total de vacunados, vacunados por habitantes, cifra diaria de vacunados, etc. Aparecía en el devenir de infinitas curvas y contracurvas la posibilidad de una fuerza que comenzara a contrarrestar el impulso de esta montaña rusa enloquecida.

Sin embargo, a juzgar por lo ocurrido en los primeros meses de 2021, la solución no resulta sencilla. Como había ocurrido con los testeos, la incapacidad de conseguir vacunas se ha vuelto ahora “el talón de Aquiles” en esta nueva etapa, a lo que se sumó una escandalosa falta de transparencia evidenciada en el affaire de los vacunados con privilegios, que se llevó puesto al ministro Ginés González García.

El orden reparador de la ciencia avanza, pero lo hace más lento que el poder destructor de la naturaleza: ante la escasez de dosis del bien más preciado del presente. Las mutaciones del Covid prometen darle larga vida al satánico “juego”. Mientras tanto, de este lado del mostrador de las noticias, los números se han vuelto aliados ante la falta de certezas, casi una obsesión, con la ilusión recurrente de que la interpretación de sus variaciones ofrezca un pronóstico del porvenir.