sábado, octubre 5

La historia del Maestro Titta, el verdugo que desmembraba cuerpos y tenía un hobby insólito

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Mastro Titta
Representación gráfica de una de las ejecuciones de Mastro Titta.

Hubo una época en la cual los Papas tenían su propio verdugo.

Hombre de carne y hueso, lejos estaba de cualquier profundidad metafísica, mucho menos de esa práctica vulgar de la política y a distancia inimaginable de aquel otro arte abyecto e inmundo, el del derecho punitivo luego llamado derecho penal. No, no… se trataba de artífices de muñecas maleables pero firmes, de súbitas transformaciones que esfumaban su apariencia de hombre común y encendían ojos candentes antes de liberar su abrumador instrumento hasta la consumaciòn de su arte indisputable, rodeado de bramido de la muiltitud sumergida en la sangre del infeliz de turno. El espectáculo que se espera con ansia y que, en cierta época de la historia de Roma y de los Papas halló en el Maestro Titta, a su excelso exponente. El verdugo de verdugos, el desmigajador de cuerpos.

Un libro sobre Giovanni Battista Bugatti o Mastro Titta, el verdugo más famoso de Roma.
Un libro sobre Giovanni Battista Bugatti o Mastro Titta, el verdugo más famoso de Roma.

Giovanni Battista Bugatti

Giovanni Battista Bugatti, a quien le decían Mastro Titta, fue verdugo a las órdenes de los Papas, pues él vio pasar a unos cuantos, durante sesenta y nueve años, entre los siglos XVIII y XIX, período fructífero porque los sumos pontìfices y los tribunales eclesiásticos enviaban a la muerte con constancia. Bugatti no era un hombre desaforado, para nada violento más bien de espíritu tranquilo y calmo. Vivía con su mujer en el barrio del Borgo, en Vicolo del Campanile 3, que aún se conserva, con una gran puerta de dos hojas. Cuando dejaba en reposo su mazzatello, una maza que, aplicada, tenía la facultad de dejar el mundo distinto a como era antes, ayudaba a su esposa a confeccionar y pintar sombrillas para venderlas a los turistas (¡en Roma siempre hubo turistas!).

La muerte es algo muy serio. Por eso, Mastro Titta era extremadamente gentil con los condenados. Hablaba con ellos a pesar de los murmullos de impaciencia del público por verlo en acción. A veces, les ofrecìa tabaco para las últimas pitadas mientras hablaba de las cosas de la vida, la enseñanza de los hijos, de sus quehaceres domésticos. Era tan amigable que su título original de “Maestro de Justicia” se deformó de boca en boca hasta convertirse en “Mastro Titta”.

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A los 17 años, en 1796 lo empleó el Papa Pio VI. Era un chico de baja estatura pero al crecer se hizo morrudo. Los primeros “trabajos” fueron decapitaciones. No muchas, seis en cinco años. Pero desde 1801, los franceses invadieron los estados pontificios y entonces tuvo mucho más trabajo porque los soldados de Napoleón convirtieron en delito aquellas acciones que hasta su llegada no lo eran como por ejemplo conspirar contra Francia. El asunto era que ante la sola sospecha se mandaba al acusado a visitar al Mastro Titta y este pasó a realizar casi una ejecución por día.

Mastro Titta y su capa escarlata

Cuando salìa de su casa para cumplir con estas obligacioines se ponía una capa escarlata con capucha, tomaba sus herramientas y cruzaba el Puente de Sant´Angelo camino hacia la Piazza del Popolo o sino hacia Campo dei Fiori o Piazza de Velabro (cerca del Tiber) los lugares donde se realizaban las ejecuciones. De ahí, nació la expresión: “Mastro Titta passa ponte” (Maestro Titta pasa el puente) lo que significaba que había un ajusticiamiento inminente.

La casa, aún conservada, donde vivía el verdugo de Roma.
La casa, aún conservada, donde vivía el verdugo de Roma.

La voz se corría con la velocidad del relámpago y la gente se amontonaba alrededor del patíbulo para ver cómo procedia el verdugo. La mayoría de las veces había tumultos, codazos, trompadas, para ganar una mejor ubicación, lo que demoraba todo el procedimiento para desgracia del condenado. En otras ocasiones, la expresión era: “Non passa ponte”, lo que significaba que ese día no habría diversión para el vulgo.

En el Vaticano, las ejecuciones eran un ritual que involucraba al Papa, que rezaba en privado por el alma de aquel al que iban a matar. El reo pasaba sus últimas doce horas con la hermandad religiosa de San Juan Bautista Decapitado, cuyos miembros rezaban con él y escuchaban su última confesión. Las ejecuciones papales no podían llevarse a cabo hasta después de la puesta de sol, cuando ya se hubiera rezado el Ave María. En ese momento, se llevaba al preso en procesión solemne hasta el cadalso donde lo esperaba el Mastro Titta. El llamaba a los condenados “mis pacientes” y decía que las ejecuciones eran “su tratamiento”.

Mastro Titta, hombre de hacha y garrote

Utilizaba el hacha y con el tiempo empleó un garrote o “mazzatello” con el cual destrozaba el cráneo del pobre infeliz. Luego lo degollaba. Este “mazzatello” tenía un mango largo y cabeza de hierro con el cual golpeaba en la sien o en el centro del cráneo (desde la llegada de los franceses también utilizó la guillotina). Finalizada su tarea, mostraba a los cuatro costados la cabeza del ajusticiado. Para los crímenes especialmente atroces, utilizaba el descuartizamiento atando las extremidades del condenado a cuatro caballos que salían al galope. Luego distribuía los restos en diferentes lugares del patíbulo. Con ceremoniosos ademanes.

La indumetaria y otros elementos de Mastro Titta, conservados en el Museo de Criminología de Roma.
La indumetaria y otros elementos de Mastro Titta, conservados en el Museo de Criminología de Roma.

En aquél entonces, se creía que las ejecuciones debían ser públicas como forma de prevención de delitos. Incluso hay versiones que dicen que las madres llevaban a sus hijos a presenciarlas y que cuando caía la hoja de la guillotina o Mastro Titta mostraba la cabeza del condenado ellas le pegaban un coscorrón a los pequeños como método de educación, como para que ese instante, impresionante sin más, quedase grabado a fuego en sus conciencias. Por su parte, Giovanni Bugatti, al finalizar, regresaba a su casa a ayudar a su mujer a hacer paraguas.

De su viaje de un año por Italia, Charles Dickens publicó Estampas de Italia (1846). En este libro, contó historias de los diferentes lugares donde estuvo y de las gentes que conoció. Uno de esos relatos tiene que ver con una ejecución a la que asistió en Roma y cuyo verdugo era Mastro Titta.

Entre 1796 y 1864, Giovanni Bugatti ejecutó a 516 personas aunque otras crónicas hablan de 816 condenados a muerte por la Iglesia. Se jubiló a los 89 años y el Papa Pio IX le asignó una considerable renta mensual por los servicios prestadsos.

En el Museo de Crimonología de Roma, se conserva la capa roja con salpicaduras del sangre y algunos de sus instrumentos, como el “mazzatello”. En la actualidad, hay bares y pizzerías romanas que llevan el nombre de Mastro Titta, un nombre que abandonó su halo sanguinario para convertirse en una marca comercial atractiva para turistas que ya no buscan paraguas de colores sino comer una tradicional pizza margherita.

f:TN por Ricardo Canaletti